
Tasmania es una isla de un tamaño un poco menor que Andalucía, situada al sur de Australia. Hoy en día es famosa por el Demonio de Tasmania de los dibujos animados, por ser la tierra de origen de Errol Flynn, y por un genocidio muy poco conocido en Europa.
Hace años me impresionó lo que leí en un libro sobre la historia de la Línea Negra de Tasmania. Me lo recordó ayer este artículo publicado en The Guardian. Su autor discute la iniciativa de un académico que aparentemente busca reabrir el debate sobre el legado del Imperio Británico. Este señor, de nombre Nigel Biggar, enseña algo así como teología y canon moral y pastoral en Oxford, lo que a su juicio le hace especialmente cualificado para invitar a los británicos a que dejen de sentirse culpables por el legado imperial.
Es como la escena de La vida de Brian, pero al revés: «sí, muy bien, pero aparte de introducir los esclavos africanos en Norteamérica, oprimir a los pueblos de la India, robar las riquezas de África desde el Mediterráneo hasta Ciudad del Cabo y destruir sus tradicionales organizaciones tribales, prometer a los europeos de origen judío una nueva patria en un territorio que no les pertenecía, manipular los gobiernos autóctonos de Latinoamérica para promover sus propios intereses, contribuir a las tensiones que llevaron a la Primera Guerra Mundial, provocar una hambruna que acabó con dos millones de personas en Bengala durante la segunda guerra mundial y resistirse a la descolonización de vastas regiones en todo el mundo hasta que el conflicto se pudrió y no tuvieron más remedio que salir corriendo de Asia y África, dejando a su espalda sociedades profundamente desiguales e incapaces de desarrollar sistemas políticos democráticos; aparte de todo eso, ¿qué tenía de malo el Imperio Británico? ¿Eh?»
Bueno, entre muchas otras cosas, también está Tasmania.
Grandes esperanzas

Cuando llegaron los europeos, a partir del siglo XVII, Tasmania estaba poblada por tribus aborígenes, similares a las que vivían en el continente australiano, que llevaban unos 40.000 años viviendo en la isla de la caza de canguros y otras especies autóctonas.
Los británicos reclamaron la isla a principios del siglo XIX, básicamente para que no lo hiciera la Francia de Napoleón, con la que estaba en guerra. Por entonces vivían en la isla entre 3000 y 10.000 aborígenes, lo que suponía una densidad de población muy baja comparada con Europa. Lo cierto es que, aparte de espacio, Tasmania no tenía nada que pudiera interesar a las voraces potencias coloniales. Pero Europa veía al resto del mundo como ven al cerdo los charcuteros: algo de lo que se puede aprovechar todo.
Los británicos hicieron uso de ese espacio extra en uno de los confines más remotos del mundo para crear colonias penales a las que enviar a criminales reincidentes. La de Tasmania debía de ser una de las más duras del mundo. Los deportados cultivaban la tierra, criaban ovejas y cazaban canguros, en directa competición con los aborígenes. Además, el origen penitenciario de los asentamientos suponía que existía un profundo desequilibrio entre sexos. La proporción en los asentamientos civiles era de seis hombres por una mujer, y entre la población reclusa aquélla se disparaba a dieciseis hombres por cada mujer.
Y así empiezan los problemas.
Los aborígenes empezaron a reaccionar con violencia a la creciente presión de los blancos sobre su habitat, como es muy normal. Las autoridades respondieron dando permiso a los colonos para matar a cualquier aborigen que atacara sus tierras o su ganado. Hacia 1820, los europeos habían alcanzado la paridad en población con los aborígenes, con unas 5000 personas por cada grupo. En la siguiente década la brecha se ampliaría en favor de los europeos. Como en tantos otros territorios a los que llegaron los colonos blancos, fue el comienzo del fin para la Tasmania aborigen.
La guerra negra
El cuarenta por ciento de todos los criminales deportados a Australia fueron instalados en Tasmania. Los delitos que cometieron para recibir ese castigo eran de todo tipo, desde robar seis gallinas, cometer bigamia o quemar un pajar al robo con violencia, la complicidad en un asesinato o la rebelión, en el caso de los irlandeses. Dos de las colonias penales en Tasmania eran particularmente duras incluso para los estándares de la época. Para sobrevivir a un entorno tan hostil uno tenía que endurecerse muy rápido, al margen de como hubieras sido en tu lugar de origen.
Añádase a eso la desigualdad en el armamento de cada población y la presión ideológica de las autoridades, que veían a los nativos como criaturas apenas mejores que animales, y tenemos el caldo de cultivo para un genocidio.
La «guerra negra» estalló cuando los aborígenes empezaron a atacar a granjeros aislados en venganza por las continuas violaciones y secuestros de los europeos a sus mujeres e hijas, y por el impacto que estaban teniendo los rebaños de ovejas y los cercados en su capacidad para alimentarse con la caza tradicional. Los aborígenes estaban cada vez más desesperados, y la pagaban con el blanco que tuvieran más a mano.
Las autoridades británicas reaccionaron de inmediato: En 1826, el vicegobernador de Tasmania George Arthur, declaró a todos los aborígenes ‘insurgentes’, y sancionó como legal que cualquier colono o soldado británico los matara allí donde los vieran, sin importar que fuesen mujeres o niños. Una respuesta ‘proporcional’ para ellos era que en menos de un año los colonos asesinasen a más de 200 aborígenes en represalia por la muerte de 15 blancos.

Una vez más, subrayemos lo obvio. Los aborígenes estaban en aquella isla sin molestar a nadie, hasta que llegaron los británicos y establecieron una administración, y empezaron a importar reclusos, que acababan convertidos en malas bestias por los malos tratos y la falta de sexo. Estos reclusos cometían todo tipo de tropelías contra los aborígenes sin que los supuesto administradores supieran o quisieran cortar. Y cuando los perjudicados montaban en cólera y recurrían a la violencia, las autoridades les declaraban la guerra total, como si se tratase de un ejército napoleónico que hubiera invadido Inglaterra.
El enfrentamiento siguió las líneas deprimentes que estamos acostumbrados a ver en las películas del Oeste, con los nativos atacando y quemando granjas, seguido de operaciones militares contra ellos que siempre terminaban con más aborígenes muertos y más tierras que quedaban libres para ser ocupadas por los europeos.
La Línea Negra
El clímax de este enfrentamiento fue uno de los episodios más bizarros del colonialismo europeo que he podido leer. Tras varios años de enfrentamientos, Arthur no había conseguido «pacificar» la isla. El alcance de los daños infligidos a las propiedades de los colonos le hacía calcular en varios miles el número de aborígenes que todavía resistían en los territorios nominalmente considerados «blancos».
Para hacer frente a esa «amenaza» (perdonad la profusión de comillas, pero es que hablando de este tema, casi todo merece ser puesto entre comillas, la verdad), al vicegobernador se le ocurrió una idea digna del genio europeo. Convocó a todos los hombres sanos disponibles en una fecha determinada y organizó una batida en la que los europeos avanzarían hombro con hombro en una larga fila recorriendo el territorio en conflicto hasta localizar a los ‘insurgentes’ en cuestión.
La idea era que, siendo Tasmania una isla relativamente pequeña, el margen de maniobra de los pocos miles de nativos rebeldes era limitado. La presencia de los europeos armados con fusiles haría retroceder a los aborígenes, y poco a poco, maniobrando la línea, los irían empujando hasta un lugar predeterminado, la península Tasmana al sudeste de la isla, donde sería fácil bloquearlos y obligarles a rendirse. A continuación los transportarían a unos pocos islotes de la costa tasmana, y allí los dejarían pudrirse al sol.
El 7 de octubre de 1830, más de 2200 colonos, soldados, policías y presidiarios europeos —la fuerza más numerosa jamás enviada contra nativos en Australia— se reunieron en siete puntos de la isla y se desplegaron en tres líneas. A continuación comenzaron a avanzar peinando la zona como había sido planeado. La imagen que debían presentar aquellos hombres ceñudos y armados hasta los dientes era una mezcla de partida de caza mayor, expedición de rescate de algún niño desaparecido y el Día del Garrote de los Simpsons, cuando todo el pueblo se juntaba para apalear a las serpientes. La operación duró 15 meses y, como tantas otras muestras de ingenio colonial europeo, fue un éxito rotundo.
Nah, es broma. Hicieron el rídiculo más espantoso.
De los miles de aborígenes que esperaban capturar, sólo pudieron atrapar a 2. Y matar a otros 2. Total, 4. Para una operación en la que gastaron tanto como la mitad de los impuestos recaudados en un año en toda la isla. Los aborígenes esquivaron una y otra vez el avance de la línea y se escabulleron hasta otras zonas de la isla, dejando a los europeos de un palmo de narices.
¡Ja, ja, ja! ¡Están locos estos britanos!
Por desgracia, la historia no tiene un final feliz a la Astérix. Una de las razones de que la Línea Negra no fuera efectiva era que el número de aborígenes supervivientes era muy inferior al calculado por Arthur y sus hombres, quizá menos de 300. Y éstos abandonaron definitivamente las tierras reclamadas por los europeos y se asentaron en rincones remotos de la isla donde no les fue posible sobrevivir. Poco a poco se rindieron a las autoridades coloniales y fueron reasentados en pequeñas islas, donde languidecieron y murieron de hambre y enfermedades. Tal y como habían planeado los británicos en un primer momento.
La ridícula Línea Negra fue un éxito rotundo. Es más, yo solo conocía este caso en Tasmania, pero en otro artículo he leído que era una estrategia relativamente frecuente de los británicos para lidiar con nativos hostiles. El modelo, exportado, funcionó en otros sitios.
Hacia 1847 sólo sobrevivían 40 de los aborígenes reasentados. Como ya no suponían ninguna amenaza, les permitieron volver a la isla principal. Hacia 1876, ya sólo quedaba uno con vida, una mujer, de nombre Truganini, cuya vida daría para una serie en HBO.

Que ella no se hacía ninguna ilusión sobre la perversidad de sus opresores se percibe en sus últimas voluntades expresadas poco antes de morir en 1876. Truganini pidió ser incinerada y que sus cenizas se esparciesen en el mar frente a la isla. Así esperaba escapar al destino de un compatriota, William Lenne, cuyo cadáver había sido disecado y analizado con «fines científicos». No le hicieron ni caso. En un primer momento su cuerpo fue enterrado. Pero dos años más tarde desenterraron sus huesos y los pusieron en una vitrina en el museo de Hobart. Tuvo que esperar cien años más, hasta 1976, para que los australianos por fin cumpliesen su deseo y arrojasen sus cenizas al océano.
Durante un tiempo se creyó que ella era la última aborigen de Tasmania. Al parecer esto no es así: no todos los aborígenes fueron sacados de la isla. Algunos sobrevivieron aislados y dieron origen a la comunidad aborigen que todavía existe en Tasmania. Pero Truganini no deja de ser un símbolo de los esfuerzos británicos por erradicar a la población nativa de Tasmania. Los aborígenes de Tasmania nunca fueron más de unos pocos miles, pero un pequeño genocidio sigue siendo genocidio, de acuerdo con las leyes internacionales.

Irónicamente, el señor Nigel Biggar podría haberse ahorrado la preocupación. Encuestas citadas en el mismo artículo del Guardian indican que menos de un 20% de los británicos piensa que el Imperio Británico fuera algo malo. El resto piensa que fue algo bueno, o ‘ni bueno ni malo’ (¿Qué es ni bueno ni malo? ¿»Normal»? ¿»Natural»? ¿»Regulero»?). Y sospecho que los porcentajes serían similares en una encuesta sobre el Imperio Español.
NOTAS:
1- Las imágenes están tomadas de Wikimedia, de la Biblioteca del Congreso de EE.UU. y del National Museum of Australia. Salvo la foto de Errol Flynn, todas corresponden a fotografías o imágenes creadas en el siglo XIX y por tanto de dominio público.
2- Para leer más sobre el tema de La Guerra Negra:
http://www.nma.gov.au/online_features/defining_moments/featured/the-black-line
3- La información sobre Truganini la he sacado de la Wiki y de aquí:
https://australianmuseum.net.au/truganini-1812-1876
4- Errol Flynn nació en Hobart, la ciudad del museo donde exhibían los restos de Truganini, en 1909. Su padre era profesor de biología en la universidad. Su madre era de familia de marinos. Ambos nacieron en Australia, aunque no he averiguado si en Tasmania o en alguna otra parte. Quizá los antepasados de Flynn no tuvieron nada que ver con la matanza de los aborígenes, pero desde luego ellos y el propio Flynn vivieron y prosperaron en las tierras robadas a los muertos.
Flynn fue una de las estrellas más populares del Hollywood de los años 30 y 40, antes de que sus problemas con el alcohol arruinaran su físico y le llevaran prematuramente a la tumba. Estaba unido a la Warner, y es posible que inspirase el personaje del Demonio de Tasmania.
Ni la poderosa maquinaria de relaciones públicas de un estudio de Hollywood impidió que fuera a juicio por corrupción de menores. Dos chicas menores de edad le acusaron de abusar de ellas. Durante el juicio el abogado de Flynn se encargó de desacreditar el testimonio de las chicas aireando su vida sexual y el hecho de que una de ellas hubiera abortado. Nos suena, ¿verdad? Flynn fue absuelto, pero su imagen de galán romántico no se recuperó.
4- En esta página web australiana hay una lista de los crímenes por los que uno era deportado a Australia. Además de los que citaba en la entrada, también podías acabar con grilletes en Australia si robabas un pañuelo, comerciabas con bienes robados, practicabas la caza furtiva, matabas un caballo, robabas un cepillo de pelo, practicabas el bestialismo, volvías a Inglaterra después de haber sido deportado (como Magwitch en Grandes Esperanzas), robabas en una tienda, desertabas del ejército, cortabas y herías a un policía, robabas una gorra, robabas franela, robabas una caja de té, robabas un libro y dos candelabros, robabas una cajita de rapé, robabas un bebé. Si robabas en general. Y si eras homosexual.
Interesante la historia que cuentas. Algo había oído hablar del tema. En fin, un clásico del glorioso Imperio Británico, que por otra parte, tiene la costumbre de autoproclamarse campeón de la civilizacion y portador de la democracia y la igualdad. Lo único con lo que no estoy de acuerdo es con tu última afirmación. Dices que «estoy seguro de que los porcentajes serán similares con el imperio español» en referencia a la cantidad de gente que opina que el imperio español fue «malo». Bien, creo que esto es un craso error. Diría que es un autoengaño o, como mucho, una afirmación muy desfasada y necesitada de actualización. Quizá esa afirmación tuviese algún sentido durante el franquismo, pero ya va haciendo 40 años de eso y es cerrar los ojos a la realidad continuar con ese discurso. El imperio hispano (que no español) no es solo que no goce del prestigio intelectual y moral del británico, sino que está en las antípodas. No sólo en el ectranjero y en toda Hispanoamerica, sino también en la propia España. No vengo aquí a decir que el nuestro fuese un imperio maravilloso en el que se repartían caramelos a diario, pero si que comparar al imperio hispano con el británico es como comparar al imperio romano con el Tercer Reich. No me quiero con una discusión sesuda sobre el tema, pero si que te recomiendo que leas algunos libros. Imperiofobia y Leyenda Negra, de María Elvira Roca Barea, El amanecer de los derechos del hombre (cuyo autor no recuerdo) y El mito de Cortés, de Iván Vélez. Estos libros condensan lo que intento decirte.
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Bien, como dirían Hernández y Fernández, ésa es tu opinión, y yo no la comparto.
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