Viva la gente

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‘Where’s everybody?’ John Lennon clama desde un ascensor en Amsterdam por un mayor contacto con la gente corriente. A su lado, Yoko no se pronuncia.

Poco antes de morir, John Lennon grabó una maqueta de una canción a la que según la Wiki llevaba años dando vueltas. Una de las estrofas dice: ‘You wanna save humanity/But it’s people that you just can’t stand.’ (Quieres salvar a la humanidad, pero lo que no puedes soportar es la gente.)

A poco que miremos a nuestro alrededor, descubrimos que es un sentimiento muy extendido, sobre todo entre polític@s, economistas, científic@s y artistas. En su conjunto, esta gente desea lo mejor para la gente, siempre que se la tome en su conjunto, y no de un@ en un@.
El sentimiento inverso tampoco es raro: aquellas personas que se desviven por sus semejantes, pero en privado fantasean con una extinción masiva de la especie humana, que deje al planeta y el resto de seres vivos tranquilos de una vez.

Perdón, no los estoy citando correctamente. Lo que suelen decir es ‘de una puta vez’.

‘You not talkin’ to me??’

A todo esto, confesaré que esta reflexión ha sido provocada por un recuerdo pasajero de algo que leí mientras iba en el bus a una cita. Hace años leí una de las colecciones de ensayos de David Mamet, y además de la brillantez de su escritura y sus reflexiones sobre el drama y la escritura cinematográfica, lo que más me llamó la atención fue la mala leche que gastaba el dramaturgo, condensada en una anécdota autobiográfica que refería en determinado momento, no recuerdo a cuento de qué.

Resultó que Mamet fue a comer a uno de esos restaurantes neoyorquinos donde sirven sandwiches con nombre de estrella de Broadway y tal, y como el sitio estaba petado, tuvo que compartir mesa con una desconocida.

Tod@s recordaremos una experiencia en la que hemos tenido que compartir un espacio pequeño con alguien que no conocemos. Salvo que seamos animales muy sociables, la reacción es a menudo ignorar al otro que comparte nuestro espacio, un poco como lo que sucede en los ascensores, donde tod@s nos ponemos a mirar con sumo interés el suelo del habitáculo, o las paredes. Lo que sea con tal de no hacer contacto visual.

Bueno, esto no es lo que esperaba David Mamet. Puesto que tenía que comer con una desconocida, él pensó que lo mínimo sería disfrutar de la interacción e intercambiar algunas palabras. Tal vez sea algo más habitual en Estados Unidos, donde el ethos nacional es una extroversión que a los europeos a veces nos choca un poco por impostada. No lo sé. Solo sé que Mamet esperaba charleta de la desconocida. Y ésta no solo no se la proporcionó, sino que se pasó toda la comida con la mirada baja, sonándose la nariz y mostrando un aspecto de lo más desolado.

Frustrado en su esperanza de hablar mientras comía, Mamet acabó su almuerzo en silencio, se levantó y al pasar junto a la chica le espetó: ‘Ha sido estupendo hablar contigo’. Solo entonces la chica levantó la mirada y le respondió: ‘mi mejor amiga acaba de morir’.

Sin dejarse impresionar, Mamet contestó: ‘Ya, pero no fui yo quien la mató, cabrona‘.

Mamet acaba aquí la historia. Está claro que, en su cabeza, la mala de la historia era era ella, por no superar su tristeza y darle palique.

Igual soy un mal pensado, pero sospecho que a David Mamet no le gusta demasiado la gente.

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David Mamet sonriendo de corazón a la gente que le observa.

Y realmente no hay que quedarse con la anécdota del almuerzo silencioso para verlo. Tanto sus obras de teatro como sus películas supuran una dureza, un mensaje tipo «todo el mundo es un cabrón egoísta», que amarga la tarde al espectador más optimista.¹

Ese profundo desprecio hacia la mayoría de las personas explica a mis ojos la deriva ideológica de Mamet hacia un conservadurismo cerril. En los ochenta Mamet era un Demócrata que fantaseaba con escribir el discurso que habría permitido a Walter Mondale ganar la elección de 1988 frente a George Bush padre. (También era un ferviente defensor del derecho a llevar armas, lo que ya entonces olía a chamusquina). Hoy en día Mamet se alinea con la corriente libertaria de derechas que recela del Gobierno a la vez que entrega éste al Partido Republicano, es decir, «el partido que odia a la gente», para que nos entendamos.

Todo lo cual no quita para que sea un gran escritor. 2

 

Más conozco a los hombres, más me gusta mi perro

Se puede en teoría ser un buen escritor sin que te guste la gente. Hay una larga tradición literaria en ese campo, dignificada con un palabro griego y todo: Misántropo.

Los misántropos siempre han gozado de un aura respetable en los círculos progresistas, supongo que por una combinación de espíritu igualitario (odian a todo el mundo por igual) y hostilidad hacia la religión de Estado que durante más de 1500 años ha sido el cristianismo, y que ordena amar al prójimo como a uno mismo. El misántropo es el chico malo de la clase, que se rebela contra los profes y no respeta las reglas del colegio.

La  misantropía también ha sido un ingrediente en el origen del ecologismo radical. Rechazar la visión del mundo como una posesión del ser humano que puede hacer con él lo que le plazca permite comenzar a pensar en la Tierra como un ecosistema complejo, en el que no somos más que un elemento entre muchos. Y por desgracia, el más dañino y disruptivo para la continuación de la vida en ella. Teniendo en cuenta la que hemos liado en apenas doscientos años de desarrollo industrial descontrolado, bueno… si no llegamos como los misántropos a odiarnos a nosotros mismos -el plural masculino es obligado en este caso -, bueno, digamos que es fácil no caernos muy bien.

Un misántropo odia a la gente por lo que hacen. La gente hace cosas malas todos los días. Yo las hago. Tú, que lees esto, las haces. Pero la gente que hace las cosas más terribles, las que afectan a más personas, las que ponen en riesgo a todo el planeta, son quienes tienen el poder. Político, económico, religioso, lo que sea. Aquéllos -de nuevo, hombres, la mayoría hombres- que por engaño, simulación, seducción o violencia han ocupado los puestos donde se toman las grandes decisiones. Una vez comprendes el alcance del daño que esas personas cometen a diario, es fácil tenerles manía. Es fácil odiarles. Y si odiarles te motiva a actuar y poner freno a sus tropelías, pues enhorabuena: tu misantropía podría servir para algo. Cuando Jonathan Swift propuso que los campesinos irlandeses vendiesen a sus hijos como comida para los ricos, estaba criticando las desigualdades sociales de su época, y la política de la corona británica hacia Irlanda. No lo hizo porque amara a los campesinos irlandeses, sino porque entre pobres y ricos, veía que los ricos y los poderosos eran aún peores.

Sin embargo, la vertiente digamos progresista de la misantropía fue neutralizada por la nueva religión de Estado que surgió a finales del siglo XVIII y que sigue rigiendo nuestros destinos: El Capitalismo. La premisa del Capitalismo es que todos los individuos se mueven por impulsos egoístas, y en una situación de mercado libre actuarán racionalmente para proteger sus propios intereses. Este mercado libre, tan de cuento de hadas como el vestido de Cenicienta o el país de Oz, recompensaría la inteligencia y el esfuerzo, y conduciría al éxito material y la felicidad a quienes más lo mereciesen, y castigaría con la miseria y la desdicha a quienes no den la talla.

El Capitalismo describe la realidad como un juego de Monopoly en el que tod@s empezamos con las mismas fichas y el mismo dinero, y un par de dados decide a ciegas el curso de nuestros esfuerzos. 3 Por supuesto, cualquiera que tenga ojos puede ver que la cosa no funciona así en la vida real. Unos pocos nacen con dinero y conexiones que les dan años, o incluso décadas de ventaja en el juego respecto a la masa de la población menos afortunada. El esfuerzo y el talento solo influye (si eso) en la competición con tus pares. Y los demás, en las inmortales palabras de Andrea Fabra, «que se jodan«.

El Capitalismo odia a la gente. Y es peor todavía que la misantropía, porque ni siquiera es democrático: No odia a toda la gente por igual, sino que odia especialmente a la gente pobre. Débiles, viejos, enfermos, tontos, todos ellos son declarados culpables de su propia desdicha y arrojados al pozo de los desechos. Este odio solo sirve para justificar comportamientos egoístas y destructivos. Si da igual la salud de la gente, eliminaremos los reglamentos que controlan a las farmacéuticas. Si da igual el futuro de los hijos de los pobres, nos cargaremos el negocio de las energías renovables y dejaremos que el planeta descienda al caos por el calentamiento global. «Nuestros hijos», dicen estos misántropos de baratillo, «estarán a salvo en cápsulas subterráneas, o en colonias para ricos en las lunas de Júpiter». O, sencillamente, «que se jodan nuestros hijos también».Trump and son

«Je t’aime… moi non plus»

Me cuesta entender a los artistas que odian a todo el mundo. Sócrates creía que la gente era mala por ignorancia, o así me lo enseñaron en la escuela. Parece una idea ingenua, pero en realidad se me antoja un análisis psicológico agudo.

Ahora que está jubilada, mi madre asiste a clases de educación para adultos. La materia que más le cuesta son las matemáticas, y no solo por su dificultad con las operaciones complejas, sino porque tiene un profesor que le chilla cada vez que comete un error. Harta de sus gritos, se enfrentó con él un día en clase, y le exigió que dejara de hablarle de esa manera. «Así no voy a aprender mejor, eso seguro». El hombre reaccionó con sorpresa y se disculpó ante ella. Sin embargo, en siguientes clases volvió a las andadas. Mi madre lo dio por imposible, por un abusón odioso que descarga su agresividad en las señoras mayores a las que enseña.

Hasta que un día se fijó en que el hombre lleva un audífono para la sordera. Muy probablemente, él no es consciente de que está alzando la voz.

Uno odia a otros por ignorancia; o más bien, por falta de curiosidad. Y de imaginación. Porque si llegas a conocer de verdad a los demás, si su vida interior se te revela en un instante por un detalle, un gesto, una palabra, un algo que desnuda el ser profundo de esa persona, es muy difícil que la sigas odiando, porque inevitablemente te verás reflejad@ en su fragilidad.

Y si eres capaz de plasmar eso en una obra de arte, la gente conectará con lo que cuentas.


Notas

¹ Hay una excepción que confirma la regla, la deliciosa Things Change («las cosas cambian»), que presenta la visión más benigna y positiva de la sociedad que jamás haya dado Mamet, aunque sus protagonistas sean un limpiabotas medio pánfilo y un mafioso incompetente. Things Change es el Qué bello es vivir de David Mamet, y para el que escribe esto sigue siendo su mejor película.

2 O lo fue, no estoy seguro. Hace unos meses fui a ver una de sus últimas obras y me pareció horrible, y leyendo sobre la recepción crítica de la obra en Estados Unidos, no soy el único en pensarlo. Y su carrera cinematográfica, que arrancó con tanta fuerza en los 80, se fue a pique en algún momento de los años 2000, después de firmar varios bodrios de acción con buenos repartos y terribles guiones. De verdad que no entiendo qué le pasó.

3La persona que inventó el Monopoly lo hizo como crítica del sistema capitalista en el que vivimos, a pesar de que el juego es infinitamente más «justo» que la realidad. Lo que ocurrió es que gustó tanto que nadie se percató del elemento satírico del juego.

Espera: vamos a contarlo bien. Una mujer, Elizabeth Magie, creó en 1906 un juego llamado The Landlord’s Game (el juego del casero), para criticar los monopolios y la concentración de la riqueza y la propiedad en unas pocas manos. Unos años más tarde un hombre llamado Charles Darrow descubrió el juego en casa de unos amigos, y le gustó tanto que copió las reglas, le cambió el nombre a Monopoly y se forró vendiéndolo como si lo hubiera inventado él. Poco después la marca Parker le compró la patente a Darrow para comercializarlo ellos. Cuando descubrieron que Darrow ‘no lo había inventado él solito’, fueron y le compraron la otra patente a Magie para evitarse problemas. Darrow se benefició de la invención de otra persona y nunca tuvo ningún problema legal por ello. ¿No es una maravilla el capitalismo?

 4 Las fotos de John Lennon y David Mamet están tomadas de Wikimedia. La foto de John Lennon con Tom Snyder (un presentador de televisión estadounidense de la época) es de 1975, durante la grabación de la última entrevista que concedió antes de su muerte en diciembre de 1980. No consta el autor de la foto ni el copyright.

La foto de John con el ramo en el ascensor fue tomada el 24 de marzo de 1969 en el hotel Hilton de Amsterdam. El autor es Joost Hevers. La foto pertenece al National Archief holandés, que permite a Wikipedia su reproducción como parte de un programa de colaboración. El mismo día que se hizo la foto, mi hermana cumplía un añito.

La foto de David Mamet sonriendo con tanta naturalidad fue tomada en el Tribeca Film Festival de Nueva York el 25 de abril de 2008. El autor es David Shankbone, que la ha colgado en Wikimedia con una licencia Creative Commons.

La foto de ESO con el paraguas pertenece a Associated Press, que la ha distribuido sin acreditar su autor. La presento aquí con fines meramente ilustrativos. 

Igualmente ilustrativo es el enlace al clip de La loca historia del mundo de Mel Brooks.

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