Poco dado a expresar sus emociones, las pocas veces que mi padre mostró su entusiasmo fue por algo que había visto en el cine, o que había leído. Recuerdo la ilusión con la que nos habló de la recién publicada en España La conjura de los necios. O aquella comida familiar en que nos contó de arriba abajo La vida de Brian, que había ido a ver él solo.
Kevin Feige, presidente de Marvel (empresa propiedad de la Disney), quiere un Oscar.
Lo quiere mucho.
Kevin Feige: Érase un hombre a un Oscar arrimado
Tanto es así que la Academia de Hollywood amagó con crear uno a su medida cuando tantearon la posibilidad de crear una nueva categoría reina, paralela al Oscar a la mejor película : Película más popular. Que presumiblemente ganaría la película más taquillera del año. Que probablemente sería una película Marvel. O Disney.
Edmund Kean (1787-1833) fue el actor shakespeariano más famoso de la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra. A pesar de su corta estatura se ganó interpretar los principales papeles del repertorio trágico: Ricardo III, Hamlet, Otelo, Macbeth, el rey Lear… De su interpretación llegó a decir el poeta Samuel Coleridge que era «como leer a Shakespeare a la luz de relámpagos en una tormenta.»
Que a pesar de todo su éxito Kean tenía una espinita clavada lo demuestran las últimas palabras que se le atribuyen en su lecho de muerte: «Morir es fácil. Lo difícil es hacer comedia.»1
Bien, Kean (supuestamente) lo dejó claro: en la vida real, morir es fácil. Muchísima gente lo hace cada día sin esfuerzo, casi sin darse cuenta, si por ejemplo cruzas sin mirar y te lleva por delante un autobús.
Aquí estamos, en 2018. La flamante ganadora del Oscar Frances McDormand ha propuesto a sus colegas utilizar su influencia para lograr que la industria del cine abrace políticas de diversidad en la producción de películas por medio del «inclusion rider». Esto implicaría que para conseguir los servicios profesionales de las grandes estrellas, los estudios deberían cuidar que los equipos artístico y técnico estén repartidos de forma más paritaria entre hombres y mujeres, y entre personas blancas, negras, asiáticas, latinas… 1
En todas partes surgen iniciativas para promover el acceso de mujeres a puestos de responsabilidad, como la dirección, la dirección de fotografía, los showrunners en la televisión, etc. El contar historias que den voz a personajes femeninos es cada vez más valorado, así como criticar aquellas actitudes y comportamientos que perpetúan el patriarcado en la ficción.
En uno de los primeros cuentos que escribí en mi vida, sin duda un plagio descarado de las historias de Conan el Bárbaro, quería mostrar que el protagonista se sentía vacío viviendo en un ambiente de lujo. Para llegar a esta confesión no se me ocurrió nada mejor que hacer entrar a otro personaje y que le preguntara:
—¿Cómo te sientes?
A lo que mi protagonista respondía inmediatamente:
—Vacío. Este ambiente de lujo no es para mí.
Ole. 14 añitos y ya estaba hecho un puto Hemingway.
Reacción del autor medio (Edgar Allan Poe en este caso) al preguntarle de dónde saca sus ideas.
Las tres preguntas más corrientes que se hacen a la gente que escribe (también a la que pinta, compone música, esculpe, fotografía, rueda películas, etc) son, no necesariamente en este orden: «¿De qué vives realmente?»; «¿Qué querías decir con esto que has hecho?», y, la favorita de la mayoría de los autores: «¿De dónde sacas tus ideas?»
Herbert Hoover era el presidente de Estados Unidos cuando se produjo el hundimiento de la bolsa de Wall Street y comenzó la Gran Depresión. A pesar de su reputación previa de gestor extraordinario, Hoover se vio superado por el alcance de la crisis.
En un determinado momento, apremiado por la prensa y sus rivales políticos para que propusiera alguna solución al desastre económico, no se le ocurrió nada mejor que decir: “Lo que este país necesita es un gran poema”.
El gran Gatsby es considerada hoy en día la obra maestra de Fitzgerald, y una de las mejores novelas publicadas en lo que cada vez más se conoce como «el siglo estadounidense». O sea que respect, que diría un youtuber.
Siguiendo con el tema del otro día, el título de una historia es como el rostro de una persona: a menudo lo primero que ves, y lo primero que te atrae, o te deja indiferente.
Un título que no encaje puede tronzar un libro o una película con las expectativas que crea. También lo puede llevar en volandas más allá de donde imaginaba el creador. Que se lo pregunten a Steven Soderbergh, y su Sexo, mentiras y cintas de vídeo, (que por supuesto en los 90 puso de moda los títulos trifecta, o «Esta cosa, esta otra y esta otra más.»