La amnesia

El aura para en los bosques angel mirou

No existe una curva tipo en las carreras artísticas. Hay quienes empiezan muy arriba y van descendiendo suavemente hasta la intrascendencia. Hay quienes arrancan con fuerza y el motor se les cala casi de inmediato, pero con esfuerzo logran recuperarse y llegar tan lejos como se esperaba de ell@s. Hay quienes tienen carreras gloriosas bendecidas por los dioses, y quienes realizan largas travesías en el desierto y solo consiguen un reconocimiento en la hora final, o ni siquiera eso. Hay quienes lo hacen todo mal de jóvenes, pero aprenden de sus errores y alcanzan por fin la maestría con los años.

Hay quienes tienen el tiempo justo de brillar con fuerza y desaparecer, antes de que lleguen los compromisos y las decepciones. O la gloria.

Cero en conducta, sobresaliente en potencial

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Jean Vigo (1905-1934)

Jean Vigo es el James Dean de los directores de cine. Tres películas (bueno, cuatro),  y a dormir el sueño eterno. A propósito de Niza es uno de los primeros ejemplos de documentales sarcásticos, donde unas imágenes como de reportaje  sobre una zona turística van cobrando un sentido diferente cuando las vemos. Cero en conducta es el abuelo de todas las historias sobre rebeliones estudiantiles, rodada en un tiempo en que se creía que el único derecho que tenían los niños, incluso en una democracia liberal como Francia, era el derecho a obedecer sin rechistar a sus mayores. Lo revolucionario del contenido del mediometraje lo prueba que estuvo prohibida en su país de origen durante doce años, y solo se volvió a estrenar ya acabada la segunda guerra mundial.

A pesar del escándalo o gracias a él, Vigo obtuvo la confianza de un productor, que le ofreció dirigir una historia de amor ambientada en un barco fluvial, de los muchos que transportaban mercancías por la red de canales de Francia. La wikipedia nos cuenta que las historias ambientadas en barcazas estaban de rabiosa actualidad en los años treinta por lo pintoresco de la ambientación y, bueno, quizá porque el público intuía que la profesión representaba un mundo en declive, un vestigio de la primera industrialización del siglo XIX.

En un primer momento a Vigo no le interesaba nada dirigir lo que parecía un pastelón costumbrista. Sin embargo, leyendo el guion se le debió de encender una bombilla: cambió de opinión y aceptó el encargo. Lo que salió de ahí fue L’Atalante, un clásico absoluto del cine francés que con el paso de las décadas ha seguido influyendo a cineastas de todo el mundo. La película sigue la estructura más clasica de todas las historias de amor: chico conoce a chica, chico y chica riñen y se separan, chico y chica se reencuentran. Pero lo hace con tal belleza y emoción que la narración trasciende la banalidad de los ambientes rural y urbanos que recorren los protagonistas, y se convierte en un poema de amour fou, furiosamente erótico, a ratos onírico y a ratos terrenal, que como el nombre de la barcaza parece surgir de un pasado remoto.

Y como si hubiera quemado demasiado rápido la vela de su vida, antes incluso de que la película se hubiera estrenado Vigo yacía ya en su lecho de muerte, por culpa de una tuberculosis que arrastraba desde hacía años. Tuvo que ser su colaborador Louis Chavance quien hiciera el montaje final, siguiendo las instrucciones del director.

La película se estrenó en 1934, y… como si se tratase del capitalista de Moulin Rouge, a la productora «nnno le gustó el finalll…» Ni ninguna otra cosa de la peli. Ni a los distribuidores. Ni al público que pudo ver esta primera versión. Ni a los críticos, que la tacharon de «confusa, incoherente, caprichosamente absurda, larga, aburrida y sin el menor valor comercial».

Después de todo, la productora quería el pastelón costumbrista: Los ejecutivos de la Gaumont insistieron en quitar la banda sonora compuesta por Maurice Jaubert para dejar sitio a una canción sobre barcazas que estaba de moda entonces. Luego le cambiaron el título a la película y le pusieron el de la canción: «Le chaland qui passe» (la barcaza que pasa). Cortaron el metraje del film de los 84 minutos que duraba en principio a 65, con la esperanza de que a la gente se le hiciera más ligera. El pobre Vigo, postrado como estaba en su cama de enfermo, no pudo hacer nada para oponerse a estos manejos.2

No coló. Al público seguía sin gustarle la película. Los distribuidores de la película procedieron a recortar y remontar a su antojo las copias, con la esperanza de dar con una versión que gustara más, una práctica que al parecer era habitual en el cine mudo, pero que en el cine sonoro tenía consecuencias aún más graves. Nada de eso funcionó.  Le chaland qui passe fue un sonoro fracaso comercial.

Jean Vigo murió una semana después de que su único largometraje fuera retirado de la cartelera francesa. Tenía 29 años.

A los pocos años su recuerdo se había borrado de la historia del cine francés. Tuvo que esperar al fin de la segunda guerra mundial, cuando se reestrenó una versión más o menos restaurada de la película que había querido hacer Vigo, para que los cinéfilos le descubrieran. François Truffaut contó el impacto que le produjo ver un programa doble de Cero en conducta y L’Atalante, cómo se quedó atónito al ver la obra de un cineasta del que nunca había oído hablar, el pasmo que sintió al investigar sobre aquellas películas y descubrir que habían sido rodadas tantos años antes.

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Poster creado para el reestreno del film en 1990. La ilustración es de Michel Gondry, años antes de iniciar su propia carrera de cineasta.

Podemos imaginar la tristeza de Truffaut al comprobar que no le quedaba nada más por descubrir de Jean Vigo, ningún otro largometraje en el que seguir explorando el universo emocional de ese «niño prodigio» del cine. Pero qué legado. La obra de Vigo es como una cápsula perfecta que encierra todo el potencial del cine francés, las pulsiones contradictorias entre el naturalismo y la estilización poética que aparecen en tant@s otr@s cineastas gal@s. Y no hace falta ser francés para sentir su influencia: Kusturica ha confesado lo mucho que ha mamado de Vigo a la hora de construir sus fábulas balcánicas…

 

 

Uneasy Rider

De la generación de los moteros y los toros salvajes, John Cazale tiene la carrera más inmaculada. Tras unos respetables inicios en el teatro, debutó en el cine con el papel de Fredo, el hermano tonto y débil de los Corleone en El Padrino. Le siguieron otros cuatro títulos, todos los cuales fueron candidatos al Oscar a la mejor película: La conversación, El padrino IIª Parte, Tarde de perros y El cazador. A uno le pueden gustar más o menos, pero lo que no se puede decir es que Cazale hiciera una película mala. No le dio tiempo: con 42 años lo mató un cáncer de pulmón.

Aunque su participación en cada uno de esos filmes es memorable para los cinéfilos, Cazale está congelado en la memoria del público como el patético Fredo Corleone, quizá el papel menos ‘sexy’ del panteón del Padrino, pero imprescindible en la narración para contar cómo su hermano Michael pierde al fin el último resto de su alma. De tal manera habita el actor su papel que uno es tentado de imaginar que interpretaba a alguien muy cercano a su propia forma de ser.

Y uno se equivocaría enormemente: La gente que le conoció recuerda a Cazale como alguien de una inteligencia y un talento enormes, así como un don de gentes singular que le ganaba el afecto de todos cuantos trabajaron con él. A pesar de su éxito en el cine Cazale no abandonó la escena teatral, y los papeles que fue desarrollando en producciones de obras de Brecht, Shakespeare o Esquilo prueban la variedad de registros que no tuvo tiempo de mostrar en su trabajo cinematográfico. Su pareja en la vida real, Meryl Streep, que le conoció cuando ambos protagonizaban Medida por medida en Nueva York, ha dejado escrito de su trabajo como actor: «El muy capullo le encontraba sentido a todo lo que hacía (…) ¡qué buen juicio, qué intelecto más agudo!» 3

Cazale compartió escenas con Al Pacino, Robert de Niro, Christopher Walken, John Savage o James Caan. Salvo Savage, que nunca llegó a cumplir las expectativas creadas por sus primeros trabajos, todos ellos han tenido carreras más que respetables en el cine, si bien con notables altibajos. Pacino se perdió los ochenta por una combinación de malas decisiones y fracasos en taquilla. Robert de Niro aguantó el tirón de esa década, pero se fue desinflando en la siguiente, y entró en el nuevo siglo empeñado en reconducir su carrera con comedias para las que, en mi modesta opinión, no está particularmente dotado. A James Caan le sentó fatal envejecer, y después del escritor de Misery no ha vuelto a tener otro papel icónico en cine. En cuanto a Christopher Walken… bueno, el hombre no ha parado de trabajar, y quizá por eso compite con Michael Caine en el número de películas horribles en las que ha salido.

¿Qué habría sido de John Cazale de haber vivido? ¿Habría sido capaz de mantener ese nivel de excelencia en su filmografía mucho más tiempo? ¿O habría caído en el aburrimiento y desilusión de las carreras de sus contemporáneos. Ciertamente el fin de los setenta habría supuesto un desafío para él. En una década tan obsesionada por el físico y lo superficial, es difícil imaginar que le hubieran dado a Cazale la oportunidad de protagonizar sus películas. Podría haber continuado de secundario de lujo, pero ¿en qué películas? Los tres directores con los que trabajó en vida, Francis Coppola, Michael Cimino y Sidney Lumet, vieron como sus carreras decaían al mismo tiempo que la era de los blockbusters florecía.

Es posible imaginar un universo paralelo en el que Cazale acabó encasillado en papeles de maloso ridículo en pelis de tiros protagonizadas por Bruce Willis o Eddie Murphy. Como sus compañeros de reparto, podría haberse refugiado en su trabajo en teatro, a la espera de tiempos mejores para la lírica. O tal vez nos habría sorprendido a todos siguiendo los pasos de Gene Hackman o Robert Duvall, y haberse labrado una extraordinaria carrera en la que podía alternar protagonistas y secundarios sin dejarse nunca clasificar como uno u otro. ¿Qué mano a mano titánico podría haber protagonizado con Meryl Streep si hubieran tenido la oportunidad de envejecer juntos?

La mano de Dios

En el año 2000 el resto del mundo que no es Argentina descubrió a Ricardo Darín. En su país de origen era de sobra conocido por su trabajo en series de televisión, teatro, y algunas películas que había ido rodando y que habían sido éxitos locales. En 1999 rodó El mismo amor, la misma lluvia, de Juan José Campanella, que con el tiempo sería recuperada como el primer hallazgo del director argentino más internacional. Pero en el momento de su estreno El mismo amor no cambió realmente nada, ni para la carrera de Darín ni para el cine argentino.

No, lo que marcó la diferencia fue Nueve reinas.

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Fabián Bielinsky

Ahora suena un tanto chistoso, pero el debut de Fabián Bielinsky estuvo lejos de ser inevitable. El argentino tenía a la espalda una carrera de más de 20 años como director de anuncios, guionista y ayudante de dirección para otros directores más conocidos como Carlos Sorín o Eliseo Subiela. Había rodado varios cortos que funcionaron muy bien en festivales gracias a una cuidada factura visual. Rozando los 40, uno podría pensar que estaba ya más que preparado para dirigir sus propios largometrajes.

Bueno, pues la industria del cine argentino no lo veía así. A pesar de sus esfuerzos, Bielinsky no conseguía financiación para sus películas. Tuvo que presentarse a un concurso de guiones para «nuevos talentos» y ganarlo frente a otros trescientos y pico aspirantes para que Patagonik Films, la productora que patrocinaba la competición, accediera a financiar su proyecto. Irónicamente, la misma productora había rechazado su proyecto no mucho antes.

Armado con un presupuesto muy limitado, Bielinsky rodó una película absolutamente original para el panorama del cine argentino anterior o posterior a él. Nueve reinas es la historia de un gran timo, un engranaje perfecto al servicio de una historia de engaños y falsas apariencias donde el espectador siente como tiran de la alfombra bajo sus pies cada vez que pensaba que, por fin, había identificado quién era el timador y quién la víctima.

Nueve reinas bebía de viejos títulos del cine estadounidense como El buscavidas, El golpe, Luna de papel o los retorcidos puzzles de David Mamet. Y se demostraba a la altura de todos ellos. De entre los subgéneros del thriller, el del ‘long con’ o timo elaborado es el más exigente en la construcción de guion, porque la estructura debe reflejar la inteligencia de los protagonistas. Si el espectador adivina los giros en la historia antes de tiempo, la historia se desinfla como un suflé. Además, el predominio de lo cerebral amenaza siempre con convertir a la película en un mero pasatiempo de ingenio, brillante y superficial, y que no aguanta una segunda visión porque el único misterio que ocultan las imágenes es el del mecanismo del timo.

Esto no ocurría en la película de Bielinsky, porque al contrario que algunos de sus ilustres predecesores, Nueve reinas encerraba un alma: Lo que aparentemente era una historia de pícaros, simpática y entretenida, se revelaba en la conclusión como una radiografía feroz de la Argentina corrupta que estaba a punto de entrar en el periodo del Corralito. Las premonitorias imágenes en el desenlace de los clientes de un banco quebrado intentando entrar en una sucursal para salvar sus ahorros redimen el tono un tanto peliculero en el que a veces había caído el filme.

Y así, Ricardo Darín ascendió a la categoría de estrella del cine en español gracias a su retrato idealizado del argentino: inteligente, seductor, sobrado de recursos, pero en ultima instancia jodido por fuerzas que escapan a su control.

En los bosques de la noche redux

Para cuando Bielinsky volvió a contar con él , Darín ya era Darín. Su mirada intensa y su sonrisa pícara ya eran habituales en producciones internacionales a ambos lados del Atlántico. Quizá por eso el director y el actor tomaron la dirección contraria y desmontaron en El aura (2006) la imagen de lo que uno esperaba encontrar en una película protagonizada por Ricardo Darín. Aquí el argentino no es seductor ni divertido, ni derrocha la energía a la que nos habíamos acostumbrado. El taxidermista que interpreta es un personaje gris, tímido, callado y débil, que se ve envuelto por azar en una trama criminal que le queda a todas luces grande. Lo único que conserva de su anterior papel en Nueve reinas es su inteligencia.

En cierto sentido El aura es una continuación de lo que empiezan a parecer obsesiones del director y guionista: el submundo criminal argentino, los crímenes que necesitan elaboradas preparaciones, y las relaciones de confianza o desconfianza que se crean entre quienes deben colaborar para perpetrar esos crímenes. Sin embargo, el tono más bien juguetón e improvisado de su primera película es sustituido por un ejercicio de atmósfera que por momentos resulta asfixiante. Más allá del thriller criminal que cuenta con eficacia, Bielinsky pone en imágenes la progresiva invasión por parte del mal de la vida de un individuo corriente, como un Breaking Bad que se desencadena y se resuelve en apenas dos horas y pico.

Aunque en su día vi en el cine Nueve reinas y me gustó como a casi todo el mundo, El aura se me escapó cuando se estrenó. Quizá el cartel que mostraba a Darin perdido en un bosque de film noir me despistó sobre lo que me iba a encontrar. Quizá tenía la cabeza en otro sitio a la hora de elegir lo que veía. Sea como fuere, no vi El aura hasta muchos años después, en dvd. Recuerdo leer en la carátula que era la segunda película del director de Nueve reinas, y reflexionar que le había perdido la pista desde entonces. Quizá no había vuelto a hacer nada interesante, pensé. Me senté a verla y me quedé deslumbrado por una película que, para mi gusto, era mucho más interesante y rica que su espectacular debut.

Acabé de verla, y me rasqué la cabeza pensando cómo era posible que no hubiera visto ninguna otra película de un director tan bueno como había demostrado ser Bielinsky. La progresión de Nueve reinas a El aura era tan espectacular, que las siguientes películas tenían que ser por fuerza fabulosas. Emocionado, busqué su nombre en la Wikipedia.

Ya sabéis lo que sigue, o lo habréis adivinado. Fabián Bielinsky no rodó más películas, porque murió de un infarto en Brasil, cuando preparaba el rodaje de un spot publicitario. Tenía 47 años.

Obras completas

Fue el caso de Bielinsky el que me hizo pensar en estos actores o directores que gozan de filmografías perfectas gracias a una muerte prematura. Para Jean Vigo, John Cazale, o Fabián Bielinsky no habrá bajones de forma ni periodos en el dique seco; no habrá truños, ni trabajos alimenticios, ni fracasos sonados, ni títulos olvidables, ni cagadas olímpicas, ni grandes decepciones…. Y quienes salimos perdiendo por ello somos nosotr@s.

Solo después de leer su entrada en la wiki recordé haber leído sobre su fallecimiento en su día, pero con los años había olvidado ese dato, víctima de la amnesia que suele perseguir a los creadores en los años siguientes a su muerte. El público deja de pensar en ellos, que no tendrán nuevos proyectos, en favor de los vivos que sí los tienen. Muchos de esos escritores, pintoras, dibujantes o cineastas se desvanecerán para siempre, y no quedará de ell@s más que un rastro de documentos en archivos y filmotecas que tal vez nadie consulte.

Pero cuando el trabajo de un@ merece la pena, la amnesia pasa. Nueve reinas sigue siendo considerada un hito del cine mundial, y El aura, menos conocida por el público general porque no repitió el éxito masivo de la otra, también será redescubierta tarde o temprano.

 


NOTAS:

1 La foto de Jean Vigo está tomada de Wikipedia, donde ha sido colgada por estar en el dominio público. La imagen del cartel de L’Atalante la saqué de la Wiki en inglés, donde es reproducida con fines ilustrativos, como lo es aquí también. Los derechos corresponden a la productora Gaumont y al ilustrador, Michel Gondry.

La foto de Fabián Bielinsky la encontré en Flickr, y es obra de Eugene Wei. Como las otras, la presento aquí con fines ilustrativos.

Todos los enlaces a vídeos en Youtube son presentados aquí también con fines ilustrativos, y los derechos de las imágenes  corresponderán a sus respectivos dueños.

2 A la Gaumont, la misma productora que destrozó la película en su día, le faltó tiempo para reestrenar 1990 una copia restaurada de L’Atalante, y así poder renovar el copyright, que estaba a punto de entrar en el dominio público.
3 El comentario está recogido en la biografía de la actriz Her Again-Becoming Meryl Streep, escrita por Michael Schulman, y citada en la entrada de la Wikipedia de Cazale.

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