Michael Caine es tan buen actor, que cuando lo vi de niño en Evasión o Victoria, una peli de fútbol que mezclaba estrellas de cine con estrellas del fútbol profesional, yo pensé que él era una estrella de fútbol.
Si pudiera elegir al lado de quién sentarme en una cena con gente del mundo del cine, elegiría tener a un lado a la sin par Agnès Varda, y al otro a Michael Caine. Me echaría un poco hacia atrás y les escucharía hablar.
La directora francesa es famosa por haber empezado a hacer cine antes que nadie de su generación, que vio el nacimiento de la Nouvelle Vague. Michael Caine es famoso por haber tenido éxito en el cine más tarde que cualquiera de su generación, las estrellas del Free Cinema inglés y del Swinging London. Como él explica en su segundo libro de memorias, The Elephant to Hollywood, el estrellato le llegó de la noche a la mañana.
Solo que esa mañana tardó 11 años en llegar.
Caine es de esos actores de los que se suele decir que por malas que sean las películas que hacen, ellos siempre están bien. Lo peculiar de su caso es que él ha podido demostrarlo más a menudo que los demás: Michael Caine ha rodado muchas, muchísimas películas. La mayoría malas, tirando a muy malas. No es que tenga especial mal gusto a la hora de elegir sus proyectos: es que ha trabajado mucho, e inevitablemente, si dices que sí a todo, acabarás haciendo muchas mierdas. Que se lo pregunten a Nicolas Cage.
Por suerte para él, también ha hecho un buen puñado de películas muy buenas, lo que ayuda a olvidar las otras. Más o menos.
Michael Caine ha cumplido 85 años y, de momento, no da señales de reducir su carga de trabajo. En los últimos cinco años ha estrenado 13 películas, contando un par de trabajos de animación en los que ha hecho voces. Uno se pregunta: ¿Cómo es posible esta longevidad profesional? Bien, hay varios factores, la mayoría de los cuales escapan a su control. En primer lugar, Michael Caine es un hombre (lo sé, os ha pillado a tod@s por sorpresa) y eso ya tiene un peso importante. En segundo lugar, hasta la fecha ha gozado de una salud de hierro (y que le dure muchos años), lo que le ha permitido mantener ese ritmo frenético de trabajo. El modelo declarado de Michael Caine es John Gielgud, que solo unos meses antes de morir a los 96 años aún le dio tiempo a rodar un corto con David Mamet y Harold Pinter usando como guion una pieza breve de Samuel Beckett. ¡Eso es despedirse a lo grande!
En tercer lugar, y aquí sí debemos reconocerle el mérito, Michael Caine es una estrella que ha sabido envejecer. Y esto es una de las cosas más complicadas que hay, en la vida y en el cine.
Por quién doblan las campanas
El propio Caine lo cuenta así en su libro:
[…] De Nueva York volví a mi hogar en Inglaterra. Estaba completamente hecho polvo, pero habían llegado guiones mientras estaba fuera, era hora de retomar mi verdadero trabajo. Por fin me puse las pilas y me senté a leer uno. Me quedé horrorizado. El papel era muy pequeño, apenas merecía la pena hacerlo. Lo mandé directamente de vuelta al productor con mis comentarios. Un par de días más tarde él me telefoneó. «No, no… tú no eres el amante, ¡quiero que leas el papel del padre!» Colgué el teléfono y me quedé de pie, en estado de shock. ¿El padre? ¿Yo? Fui al baño y me miré en el espejo. Sí, mirándome en el reflejo estaba, sin la menor duda, el padre… y alguien más. En el espejo estaba un actor protagonista, no una estrella de cine. Me di cuenta de que las únicas chicas a las que volvería a besar en las películas serían mis hijas.
Cuando tuvo esta revelación, Michael Caine tenía 58 años.
Aquí se nota claramente el factor género en la longevidad de las estrellas. Hasta su encontronazo con el espejo, a los 58 Michael Caine seguía dando por hecho que podía hacer del chico y quedarse al final de la peli con la chica. En el caso de las mujeres, la línea roja llega 10, incluso 20 años antes que para los hombres. Rosalind Russell interpretó en Picnic a una solterona entrada en años con 49. Sally Field fue la madre de Forrest Gump con 48 años. Kathleen Turner interpretó a un ama de casa asesina en Serial Mom con 40 años. Myrna Loy era la madre en Los mejores años de nuestras vidas con 40 años recién cumplidos. Angela Lansbury lleva 60 años siendo anciana en la pantalla: en El mensajero del miedo, de 1962, interpretó a la madre de Laurence Harvey con solo 38 años. Su «hijo» tenía entonces 35. Toni Collette era la madre del chico en About a Boy con 30 años. Tres años antes, con apenas 27, ya era la madre del niño de El sexto sentido.

¿Tenía otra opción Michael Caine? Bueno, sí, sí la tenía. Otras estrellas al llegar a esa edad «problemática» cierran los ojos y siguen aceptando papeles en los que salvan al mundo a puñetazos y se llevan la chica. Clint Eastwood lo hizo. Harrison Ford lo hizo. Sylvester Stallone lo hizo. Bruce Willis lo hizo. Liam Neeson lo sigue haciendo.
El hombre que quiso ser joven
El caso de Sean Connery es ilustrativo. Connery es uno de los mejores amigos de Michael Caine, y se conocieron antes de que ninguno de los dos fuera famoso. Connery es tres años mayor que Caine, y triunfó a lo grande tres o cuatro años antes que él, cuando encarnó a James Bond en Dr No. En los 70 Connery quiso escapar del encasillamiento a que le había sometido la serie Bond y diversificó los papeles que aceptaba hasta labrarse una carrera muy interesante. Su declaración de independencia del agente 007 fue quitarse el peluquín y envejecer con los papeles que iba aceptando.

Sin embargo, al cumplir los 60, Connery tomó la ruta opuesta a Caine: Se plantó una vez más el peluquín y volvió al cine de acción con entusiasmo y evidentes ganas de atrasar el reloj un par de décadas. La elección del género no es casual: la acción es el género por excelencia de la gente joven, y a medida que la espectacularidad y la violencia va subiendo para superar lo que la última película de éxito logró, las exigencias físicas de los protagonistas también van en aumento. Nada de esto arredró al viejo ex-007, que en diez años se enfrentó con uñas y dientes a madereras predadoras, yakuzas trapaceros, golpistas torticeros, y ladrones de joyas… eh… pintureros.
La cosa no parecía tener fin, pero en 2003, cumplidos ya los 73, Connery se dio el batacazo definitivo con La Liga de los Hombres Extraordinarios, un proyecto concebido para su absoluto lucimiento, que resultó ser una de las peores películas de acción de este siglo. La Liga podría haber sido una joyita del cine de aventuras, en la línea de Robin y Marian o la gran película que compartió con su amiguete Caine en los años 70, El hombre que quiso reinar. En vez de ello, Connery dilapidó el escaso crédito como estrella que le quedaba, y la debacle precipitó su retirada del mundo del cine, con un sabor de boca más bien amargo.
Grow old with me
Bien, eso es justo lo que no hizo Michael Caine. Quizá por sus orígenes humildes y lo que tardó en conocer la fama, ha sido siempre una persona con los pies en la tierra. Como hemos visto, se miró en un espejo y aceptó la realidad: en el futuro había papeles que estarían vedados para él. Caine afrontó la transición con relativa tranquilidad: sabía que, al contrario que muchas otras estrellas, él sí sabía actuar. Empezó a aceptar otros papeles y hacer otro tipo de películas. Más dramas, más comedias, menos cine de acción, menos papeles románticos.
Y la cosa funcionó. Su carrera entró en una nueva etapa, aún más interesante que esos años de la mediana edad en los que aceptaba papeles en películas horribles simplemente porque pagaban bien y mantenían su estatus de estrella. En el año 2000 ganó su segundo Oscar por Las normas de la casa de la sidra, un título representativo de este nuevo enfoque profesional, y su intervención en la trilogía del murciélago de Christopher Nolan le dio a conocer a toda una nueva generación de espectadores. Todo esto sin renunciar a papeles protagonistas, normalmente en películas británicas más pequeñas que abordan el mundo de la vejez.

Cuando él imaginaba un declive inevitable, la carrera de Michael Caine siguió en ascenso y ahora forma parte de un club envidiable: el de los supervivientes. Lo forman una nueva categoría de estrellas ancianas, actores que han pasado de sobra los setenta e incluso los ochenta, pero siguen accediendo a papeles interesantes. Entre los supervivientes tenemos a Christopher Plummer, Morgan Freeman, Anthony Hopkins, Jack Nicholson (que ha salido de su retiro para protagonizar el remake de Toni Erdmann), Robert Redford, Harrison Ford, Robert de Niro y, en actrices, Diane Keaton, Judi Dench, Maggie Smith, Charlotte Rampling y, la jovencita del grupo, Meryl Streep.
La vida como franquicia
No se trata solo de una cuestión de sagacidad a la hora de gestionar tu carrera. Resulta perturbador la obsesión de esas estrellas que se niegan a envejecer por encarnar fantasías de poder y sexo, en las que setentones derriban a puñetazos a hombres que podrían ser sus hijos, y se llevan a la cama a chicas que podrían ser sus nietas. La mentira de la ficción, sea realista o fantasioso lo que cuenta, debería iluminar alguna verdad sobre nuestras vidas. Esas películas a la mayor gloria del ego de héroes geriátricos no contienen un gramo de verdad, salvo revelar los terrores de la carne que quitan el sueño a sus protagonistas.
La culpa no es toda suya: el repertorio de historias que los grandes estudios han decidido contarnos, y nosotros aceptamos yendo en masa a los cines, ha acotado entre los 12 y los 29 años la franja de edad en la que «las cosas importantes suceden». Cualquier intérprete que no encaje en esa franja y quiera seguir siendo relevante mediáticamente debe abrazar el metahumanismo y disimular su declive físico. Y es así que estrellas de cine y películas contribuyen al ensalzamiento de los superorganismos, que amenaza con copar todas nuestras pantallas en una especie de pensamiento único de la narración que consumimos: Superman vuela; Spiderman trepa por las paredes; Tom Cruise no envejece.
El medio mismo ha mutado para acomodar esta obsesión: ninguna película acaba realmente, sino que aspira a convertirse en franquicia, con múltiples secuelas y precuelas y spin-offs y universos compartidos y, si diera el caso de que la estrella envejeciese o muriese en la ‘vida real’, un reboot a tiempo salvará la papeleta y permitirá poner el cronómetro a cero una vez más.
El culto a la eterna juventud que predica el cine comercial pretende resolver la cuestión de la muerte a la manera del avestruz: hundiendo nuestra cabeza en un agujero y fingiendo que no pasa nada. El final obligatorio de las historias no solo debe ser feliz, sino victorioso. Victoria sobre los enemigos, victoria sobre la naturaleza, victoria sobre el tiempo, victoria sobre la misma muerte.
¿Qué aprendemos realmente de estas narrativas? Si abrazamos incondicionalmente esa dieta única de historias superficiales sobre seres que no mueren ni envejecen, que solo saben vencer, tendremos lo peor de ambos mundos: seremos inmadur@s sin ser inocentes, viej@s sin ser sabios… y mortales sin ser human@s.

NOTAS:
1 La cita de Michael Caine es de Michael Caine: The Elephant to Hollywood, Hodder & Staughton 2010, páginas 10-11. Se trata del segundo volumen de memorias escrito por el propio actor (en teoría sin ayuda de nadie). Aunque jugoso en anécdotas y encantador en el tono, se trata en realidad de una reescritura del primer volumen, con el añadido de varios capítulos sobre su carrera a partir del punto en que terminaba éste, es decir 1992. Y para octubre de este año la misma editorial anuncia lo que debería ser el tercer volumen de sus memorias, Blowing the Bloody Doors Off.
Se ha dicho que comparado con el primer libro, éste es un poco light y decepcionante, y hasta cierto punto estoy de acuerdo con esa opinión. Aun así, es muy recomendable para fans del actor. Incluye diversas recetas culinarias y dos listas de películas, una de sus películas favoritas de la historia del cine, y otra de las favoritas de su propia filmografía.
Sus favoritas del cine mundial no son demasiado sorprendentes: dominan los clásicos absolutos del cine de Hollywood y un solo film inglés: El tercer hombre. El único título inusual es No se lo digas a nadie (2006), dirigida por Guillaume Canet, que alaba como uno de los mejores thrillers que ha visto.
Entre las favoritas de su carrera, están todos los títulos que uno podría esperar, como Alfie, El hombre que quiso reinar, Get Carter, y las películas que le ganaron sus dos oscars Hannah y sus hermanas y Las normas de la casa de la sidra. Elecciones más rebuscadas: La huella (1972), Un par de seductores (1988), y Educando a Rita (1983).
2 Todas las fotos proceden de Wikimedia y tienen licencias creative commons. La foto que encabeza esta entrada fue tomada por Manfred Werner durante el Festival de Cine de Viena, el 26 de octubre de 2012. La foto de Caine con el escopetón de Get Carter es una captura de pantalla del trailer de esta película. La foto de Caine leyendo en el tren en Helsinki es obra de Reijo Koskinen y fue tomada el 7 de febrero de 1967. La foto de Connery, Sean Connery es obra del holandés Rob Bogaerts, y fue tomada el 23 de noviembre de 1983. La foto de Caine y su esposa procede de la colección privada de la propia Shakira Caine. El autor no está acreditado, pero podría ser alguien cercano a la pareja, o un gondolero amable. La foto de la placa azul es obra de David Lunn.
3 Una de las consecuencias de la peste que es el doblaje de películas es que el público español no está familiarizado con la voz de Michael Caine, tan legendaria en el mundo angloparlante como su propia imagen, imitada y parodiada por infinidad de actores y cómicos. Steve Coogan y Rob Brydon han creado una trilogía apenas menos épica que El Señor de los Anillos en la que básicamente conducen por paisajes bonitos, comen en restaurantes de lujo y compiten en imitar a Michael Caine.
Tan popular es imitar a Michael Caine que hasta él ha intentado imitar a Michael Caine…
Buen intento, Michael, pero nos quedamos con Coogan y Brydon…
4 Michael Caine votó sí al Brexit. Él dice que era una cuestión de libertad. Billy Wilder diría que «nadie es perfecto».
Los vídeos tienen gracia (bueno, he visto el primero y el tercero).
No solo Michael votó Brexit.. Muchos actores, cantantes y demás de esa quinta votaron Brexit.
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Ellos tampoco son perfectos.
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