Hubo un tiempo en que sentía la necesidad irresistible de encontrarme con Isabel Coixet, ponerme de rodillas frente a ella y adorarla cual rey mago. Tanto me gustaban sus películas. Después se me pasó, pero bueno, más por culpa mía que de ella, supongo.
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Andrea Dunbar

En los lejanos años 80 se estrenó en España una película inglesa que traía olor a escándalo. Se trataba de una comedia de fuerte contenido sexual sobre dos chicas quinceañeras que se enrollaban con un tipo casado que les doblaba en edad. Y realmente ahí acababa la complicación de la trama.
¿Se puede agotar un género?
Kevin Feige, presidente de Marvel (empresa propiedad de la Disney), quiere un Oscar.
Lo quiere mucho.

Tanto es así que la Academia de Hollywood amagó con crear uno a su medida cuando tantearon la posibilidad de crear una nueva categoría reina, paralela al Oscar a la mejor película : Película más popular. Que presumiblemente ganaría la película más taquillera del año. Que probablemente sería una película Marvel. O Disney.
Nadie hablará de nosotras
Antaño había un tipo de cinéfilos que coleccionaba datos, fechas y nombres en su cerebro sobre sus películas favoritas, que procedían a sacar a colación cuando fuese necesario, normalmente en una discusión con algún otro cinéfilo.
La caída nos matará
La primera vez que vi a William Goldman, me cayó gordo.
No lo vi en persona, claro, sino en una foto que aparecía en un libro de entrevistas con grandes guionistas del cine mundial. En el capítulo dedicado al guionista de Dos hombres y un destino, Marathon Man y tantos otros clásicos de los sesenta y setenta, aparecía una foto de él, con jersey de cuello alto, pelo canoso patricio y pose de escritor con el mentón apoyado en un puño.
Y una mirada a cámara de pura mala hostia. Pensé: ‘ostras, qué tío más borde. Qué creído se lo debe de tener’.
Oh, qué equivocado estaba.
Desordenada habitación
De las personas autodidactas se decía a menudo que delataban sus carencias por haber adquirido su cultura a través de “lecturas desordenadas”.
La muerte no es el final

Edmund Kean (1787-1833) fue el actor shakespeariano más famoso de la primera mitad del siglo XIX en Inglaterra. A pesar de su corta estatura se ganó interpretar los principales papeles del repertorio trágico: Ricardo III, Hamlet, Otelo, Macbeth, el rey Lear… De su interpretación llegó a decir el poeta Samuel Coleridge que era “como leer a Shakespeare a la luz de relámpagos en una tormenta.”
Que a pesar de todo su éxito Kean tenía una espinita clavada lo demuestran las últimas palabras que se le atribuyen en su lecho de muerte: “Morir es fácil. Lo difícil es hacer comedia.”1
Bien, Kean (supuestamente) lo dejó claro: en la vida real, morir es fácil. Muchísima gente lo hace cada día sin esfuerzo, casi sin darse cuenta, si por ejemplo cruzas sin mirar y te lleva por delante un autobús.
¿Y en la ficción? ¿Es igual de fácil morirse?
El eterno femenino

Siempre me han llamado la atención los escritores que se especializan en historias de hombres. No es ya que fracasen a la hora de crear personajes femeninos creíbles, es que alardean de no intentarlo siquiera. Sus narraciones dibujan un mundo en el que las mujeres no hacen ni dicen nada que no esté subordinado a las peripecias de los protagonistas masculinos.
Son como actrices de teatro antiguo que esperan entre bambalinas que les toque salir y recitar sus cuatro líneas de diálogo previamente memorizadas. Y que no se les ocurra improvisar una sola palabra o acción, mon dieu.
Deep Cuts: una lista

Hace unos días leí un artículo que contaba cómo Ryuichi Sakamoto escribió un mail al chef de su restaurante favorito para expresarle su amor por su cocina y su respeto por su arte, pero también su odio a la música que se veía forzado a escuchar de fondo durante la degustación. La dieta sonora consistía en palabras del propio Sakamoto en standards de jazz puestos al tun-tún, melodías de piano aburridas y canciones pop brasileñas horribles, según el gusto del japonés.
¡Extra de verano!
Este pasado mes de julio no he podido escribir nada en el blog porque estaba trabajando contra reloj para terminar un corto protagonizado por Bea Insa. Ya contaré más sobre el tema en próximas entradas…
Para compensar la sequía estival, os dejo con un popurrí de historias que tenía en la cabeza contar, a modo de almanaque de verano como los que solía hacer Bruguera en sus publicaciones…