Hubo un tiempo en que sentía la necesidad irresistible de encontrarme con Isabel Coixet, ponerme de rodillas frente a ella y adorarla cual rey mago. Tanto me gustaban sus películas. Después se me pasó, pero bueno, más por culpa mía que de ella, supongo.
El pasado lunes 4 estuve en la master class de Isabel Coixet en el auditorio del Guggenheim Bilbao, moderada por la también directora y presidenta de la asociación de mujeres cineastas CIMA Cristina Andreu. La propia Coixet se apresuró a desinflar la siempre embarazosa pompa del concepto «master class», y la cosa se convirtió en una charla con público, que tampoco está mal. Coixet y Andreu son amigas íntimas, de ésas que acaban pareciéndose hasta físicamente, y la complicidad entre ellas es máxima. Lo que para un encuentro más o menos formal, más o menos profesional es un tanto peligroso, porque corres el riesgo de que la cosa se convierta en un festival de flores mutuas –«Cristina sí que es activista, no como yo» «A mí Nadie quiere la noche me gusta más que Lawrence de Arabia«; etc–.
Por suerte, Coixet tiene discurso y a medida que su interlocutora iba mencionando películas y proyectos de su carrera en seguida se disparaba a comentar toda clase de facetas de su trabajo, entremezcladas con anécdotas que resultaban interesantes y divertidas. El momento que más me hizo reír fue el relato de su visita a Philip Roth con motivo de la adaptación de una novela suya que dirigió ella hacia 2008. Los productores no se atrevían a enviarle el guion al insigne novelista, temiendo que él hiciese sonar su disgusto en los medios, y no se les ocurrió nada mejor que enviarla a ella a Connecticut, o donde sea que Philip Roth tenga su mansión, a contarle cómo iba a ser la película. Allí lo encontró, con una dentadura postiza a lo Julio Iglesias recién estrenada y algo confuso sobre el papel de Coixet en la futura película: ‘Y el director ¿cuándo viene?’ ‘Estooo, el directorA soy yo…’ ‘Oh.’
De Roth ya había oído historias sobre su ego inconmensurable, así que no me sorprendió demasiado cuando Coixet contó cómo el novelista se empeñó en leerle tres veces su novela en los dos días que pasaron juntos, para que ella «la pillase», quizá, y cómo de vez en cuando el hombre paraba de leer, levantaba la vista y comentaba: «qué gran párrafo, ¿verdad? La he clavado aquí…».
Ay, los escritores. Las escritoras, alguna supongo que también. Pero los escritores…
Retrato de directora mordiéndose las uñas
Como decía antes, el tono inicial, la verdad, («Cómo nos gusta comer, ¿verdad, Isabel?» «Ay, la comida, para mí es importantísima…» «Y qué bien se come en Bilbao, en el…¿Víctor?» «El Víctor Montes, creo…») me resultó un tanto pavo, y me temí lo peor. Ya desde sus primeras entrevistas a raíz del éxito de Cosas que nunca te dije Isabel Coixet exhibió una persona pública que mezclaba la falsa modestia, la hipermodestia afectada, el morderse las uñas, la naturalidad, la falsa naturalidad y, en fin, la modestia a secas. Todo esto en el espacio de unos pocos minutos entrecortados por suspiros, resoplidos y miradas al infinito como cuestionando ‘¿por qué me preguntan estas cosas a mí?’. El personaje resultaba adorable o estomagante, dependiendo de la sensibilidad de cada cual, pero un@ tiene la sospecha de que es tan falso como el que exhibía John Ford en sus entrevistas.
Es muy probable que en su fuero interno Ford estuviera aterrorizado de que la gente descubriera en él a un alma sensible y delicada, incapaz de encajar en los modelos de masculinidad alfa que idealizaba en sus películas. ¿Está Isabel Coixet aterrorizada de que descubran a la artista segura y asertiva que maneja la cámara en sus rodajes, escribe sus propios guiones, lidia con los egos de actores y actrices en tres o más idiomas, y, en fin, soporta los palos de los críticos que no le perdonarán jamás sus orígenes en el mundo de la publicidad (al contrario que muchos, muchos, pero muchos otros cineastas masculinos)?
Ummh, bueno, ‘aterrorizada’ igual es una palabra un poco fuerte. Interrogada por su amiga, Coixet admite que su carrera le va saliendo más o menos como ha ido planeando, que cuando dice que quiere hacer una película sobre tal tema, o en tal lugar, voilà, la película se acaba haciendo. Al final su principal consejo a los estudiantes de cine que se acercaron a la masterclass es cultivar la virtud de la cabezonería, la misma, explica ella, que le hizo querer dedicarse al cine a pesar de proceder de una familia humilde.
Y para subrayar eso recordó ese momento en El silencio de los corderos, cuando Hannibal Lecter hace desde su celda una radiografía psicosocial de la detective Clarice Sterling y concluye que solo una generación la separa del hambre. Bueno, pues ésa soy yo, vino a decir Coixet.
Me conmovió que citara ese momento, porque es exactamente el mismo diálogo que he tenido en la cabeza, durante los casi treinta años que hace que se estrenó la película. Sospecho que tod@s cuant@s vimos esa película a una edad impresionable, y tratamos de dedicarnos a un oficio tradicionalmente reservado a las elites de cada país, quedamos tocados al ver nuestros miedos sociales más íntimos reflejados en una película que supuestamente iba de asesinos en serie.
Las pelis de género son así: nunca sabes por dónde te van a meter el cuchillo.
La escena donde un criminal finolis saca los colores a una profesional brillante porque no ha sabido elegir unos buenos zapatos es la dramatización más elegante del «síndrome del impostor» que recuerde, esa mochila que llevamos las personas de origen proletario en determinadas situaciones sociales, cuando de repente somos brutalmente conscientes del privilegio social y económico que todavía rodea el mundo de la cultura y la creación artística, y que como un portero mazas en la puerta de la discoteca vigila para que no se cuelen las personas ‘inadecuadas’.
Es ese momento cuando adivinas que eres la persona que creció con menos dinero de cuantas te rodean y empiezas a sudar, mientras te preguntas cuánto tardarán en fijarse en tus zapatos sin cepillar o en tus pantalones de Zara, y tu cerebro segrega todo tipo de sustancias químicas para que te sientas mal, para que des media vuelta y salgas corriendo de allí, para que comprendas por fin que todo ha sido un error, que realmente no tendrías que estar aquí, entre toda esta gente guapa y talentosa criada por padres igualmente guapos y talentosos, o al menos guapos y con dinero, y ese tipo grande que en este momento cruza la sala hacia ti es el portero que te va a ordenar que salgas ahora mismo y dejes de importunar a l@s señorit@s con tu presencia.
Y quizá es justo entonces cuando te pones a suspirar y resoplar, y a mirar al infinito y a morderte las uñas. Y da igual que hayas comido en Víctor Montes, donde también estuvieron Alberto de Mónaco, y Frank Gehry, y hasta Bono, el de U2. Da igual que hayas hecho media docena de películas preciosas, que hayas ganado una carreta de Goyas, que Bill Nighy esté inmenso en su papel en La librería, que descubrieras a Mark Ruffalo décadas antes que Marvel, que Sarah Polley debutara en el cine dirigiendo una película que parece Coixetiana, y que Deborah Harry de Blondie se empeñara en pasar un casting para poder salir en tu película.
Da igual.
NOTAS:
Uff, hace tiempo que no hago esto. Estoy desentrenado.
Las dos fotografías de Isabel Coixet las he tomado de Flickr y Wikipedia respectivamente, donde consta que tienen licencia Creative Commons. La foto de las gafas oscuras fue tomada el 8 de marzo de 2017 durante una presentación en la Filmoteca de Catalunya. No encuentro el nombre de quien tomó la foto. Si alguien lo sabe lo incluiré encantado. de La foto de las gafas rojas es obra de Lisbeth Salas y se tomó el 6 de noviembre de 2017.
La foto de los libros y los dvds la saqué hace un rato en la sala de mi casa. Los derechos de imagen pertenecen a sus creadores, a las editoriales y productoras de los diferentes productos culturales, que muestro con fin ilustrativo.
Los enlaces a youtube son también con fines meramente ilustrativos. El copyright de las imágenes pertenece a sus productoras.
He intentado activar los subtítulos de los vídeos, pero youtube no me daba esa opción. Quizá es mi navegador, o quizá simplemente no había la posibilidad para estos vídeos. Sorry. Una buena oportunidad de practicar el inglés, ¿no?
Por cierto, me encantó que Isabel Coixet declarara en público su horror por el doblaje y asegurase su absoluto desinterés por todo lo que tiene que ver con ello. *Aplausos*.