El eterno femenino

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Belle Bilton: actriz inglesa (1867-1906)

Siempre me han llamado la atención los escritores que se especializan en historias de hombres.  No es ya que fracasen a la hora de crear personajes femeninos creíbles, es que alardean de no intentarlo siquiera. Sus narraciones dibujan un mundo en el que las mujeres no hacen ni dicen nada que no esté subordinado a las peripecias de los protagonistas masculinos.

Son como actrices de teatro antiguo que esperan entre bambalinas que les toque salir y recitar sus cuatro líneas de diálogo previamente memorizadas. Y que no se les ocurra improvisar una sola palabra o acción, mon dieu.

Cuando estos autores hablan del misterio femenino y su incapaz de imaginar lo que piensan las mujeres uno siente que las deshumanizan, pues les atribuyen características propias de una especie alienígena tipo Arrival, de lenguaje imposible de decodificar.

Ya he hablado de este tema en alguna entrada anterior. Vuelvo a ello porque estos días me encuentro en la (para mí) inusual situación de defender en entrevistas nuestro espectáculo de teatro Paradigma, y una pregunta que no suele faltar es si me resulta muy difícil escribir una historia de mujeres.

La pregunta me suele dar cierto pudor, porque lo que me sale contestar de entrada es no. No me resulta difícil. Lo que se puede malinterpretar como el menda siendo un sobrado y un creído, y de verdad que no es el caso. (Ejem, no del todo). Lo que debería matizar es que no me resulta MÁS difícil que escribir una historia de hombres. Me resulta IGUAL de difícil.

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Julia Arthur (1869-1950): Actriz canadiense.

Hay tantas posibles variantes a tener en cuenta a la hora de contar cualquier historia como en una partida de ajedrez contra el ordenador Deep Blue. Sí, las reglas narrativas son sencillas, pero las infinitas ramificaciones que van surgiendo de cada decisión que tomamos a lo largo del camino son suficientes para abrumar por momentos a la narradora más experimentada. Y uno de los elementos clave en cualquier historia es la construcción del personaje.

No importa el grado de abstracción o realismo de nuestra historia. El lector o espectador debe ser capaz de asumir la realidad de ese personaje dentro de ese pequeño universo que estamos construyendo para poder disfrutar de la historia. Así que debemos elegir los elementos justos para sugerir la existencia de esa criatura. Y para ello normalmente utilizaremos una combinación de observación e imaginación.

Esto vale también para las historias autobiográficas, claro. Si el mismo Oráculo de Delfos juzgó necesario recordarnos que debíamos conocernos a nosotr@s mism@s, está claro que la cosa no es automática: hay que currársela. ¿Qué elementos debemos compartir para que nuestro público entienda el personaje que interpretamos en nuestra propia historia?

La regla de oro de la construcción de un personaje afirma que éste se define por lo que hace, no por lo que dice. Un buen ejercicio de introspección es aplicarnos el cuento. ¿Somos generos@s? ¿Somos solidari@s? ¿Qué acciones podemos recordar que respondan a esa pregunta de un modo u otro? ¿Cuánto hace desde nuestra última acción altruista? ¿Menos de 24 horas? ¿Menos de 24 meses?

Bueno, lo dejamos correr. Supongamos que la historia que vamos a contar no es autobiográfica, sino que está protagonizada por alguien completamente distinto a nosotr@s. Si somos jóvenes, ese alguien es maduro. Si estamos san@s, nuestro personaje tiene alguna dolencia o discapacidad. Si somos de aquí o de allá, el personaje será de acullá. Si somos hombres… bueno… ¿tiene que ser hombre el protagonista para que funcione? ¿Saldrá mejor si escribimos sobre el género con el que nos identificamos?

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Gabrielle Ray (1883-1973). Actriz inglesa. Presuntamente pimplando de una botella escondida en la bolsa de papel.

Si hemos admitido que incluso cuando escribes sobre ti mismo tienes que realizar un ejercicio de abstracción y análisis para llegar al núcleo profundo de tu yo, escribir sobre alguien que no eres tú será todavía más complicado, ya que deberás dar un salto al vacío e intentar colarte en una mente que no es la tuya, con deseos, recuerdos y miedos completamente diferentes. ¡Qué difícil! ¿Por dónde empezar, jodeeer?

Sin novedad en el frente

No podemos dejarnos atar por la camisa de fuerza del viejo aforismo que dice «escribe sobre lo que conozcas». Ese tan malinterpretado consejo de los talleres de escritura ha generado innumerables cosechas de novelas y guiones sobre jóvenes escritores sensibles (a la par que masculinos) que sufren porque no consiguen terminar la obra maestra que revelará al mundo su genio incomparable, y mientras se consuelan ligándose a la chica más guapa de su clase.

Está claro que una combinación de experiencia e imaginación enriquece nuestro relato. Lev Tolstoi pertenecía a una clase social que conocía íntimamente el ejército y la  experiencia de la guerra, y a la vez había recibido una educación lo suficientemente sofisticada como para saber convertir sus experiencias en material artístico. George Orwell argumentaba que ningún escritor en inglés podría haber escrito algo como Guerra y Paz, porque en la sociedad británica milicia e intelectualidad estaban radicalmente separadas. Y sin duda tiene un punto de razón; pero incluso Tolstoi tuvo que recurrir a fuentes secundarias y a su imaginación, ya que nació más de diez años después del fin de las guerras napoleónicas de las que trata su novela, un conflicto muy diferente a la guerra de Crimea en la que participó él. Y desde luego nunca yació herido de muerte en mitad de un campo, como el príncipe Andrei. Esa inolvidable escena de comunión casi panteísta con la naturaleza que experimenta el personaje surgió de la sensibilidad y la imaginación del novelista. ¿Por qué habría de serle más complicado meterse en la piel de Anna Karenina?

Alone in the Dark

Me dirijo a los chicos que lean esto: ¿Alguna vez te has despistado y has acabado caminando solo de noche por una calle de las que dan respeto? ¿Una donde llamas la atención como un Papá Noel en agosto, y los autóctonos empiezan a girarse y mirarte de arriba abajo, como calculando qué pueden sacar de ti y cuánta resistencia opondrías, porque, admitámoslo, hace ya tiempo que dejaste caducar tu tarjeta del gimnasio y no es que tu estatura intimide demasiado a nadie? ¿Y para irte de allí doblas la primera esquina, y te das cuenta de que es un callejón largo y solitario donde nadie se va a enterar si te pasa algo? ¿Y eres consciente de que toda esa gente que te miraba ha visto por dónde ibas? ¿Y que siendo de la zona, saben perfectamente cómo es ese callejón de apartado y solitario?

¿Sí? ¿Te haces una idea? ¿No crees que algo parecido pudo estar sintiendo esa chica que se bajó del metro delante de ti aquella noche, en esa estación alejada del núcleo urbano? Y que apretaba el paso al oír tus pisadas a su espalda, cada vez más cerca, pero en ningún momento miraba hacia atrás, por miedo a que el contacto visual precipitara el incidente? Aquella vez te hizo gracia verla tan nerviosa, «por favor, si soy inofensivo, tiene suerte de que yo esté aquí, etc…» Pero si lo piensas un poco, quizá no tuvo ni pizca de gracia.

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Ellen Terry (1847-1928): actriz inglesa, considerada la más celebre intérprete shakespeareana de su época.

El primer paso para desarrollar nuestra empatía es asumir que todo el mundo puede pensar y sentir igual que un@ mismo. Sean hombres o mujeres. Y las infinitas diferencias en nuestras formas de pensar y ver la vida tienen que ver con la educación, la cultura y las experiencias que han vivido esas personas, no con el núcleo animal que llevamos dentro, que sufre, espera, desea, teme y ríe ante las cosas que le rodean. Y esas influencias externas, educación, experiencias, etc, no son tan marcianas que no podamos imaginarlas, o documentarnos sobre ellas.

Cuando un hombre afirma que nunca entenderá cómo piensan las mujeres, está reescribiendo todas las frustraciones que ha vivido en sus relaciones con personas del otro sexo para eximirse de toda culpa en virtud de la ininteligibilidad de los motivos y acciones de ellas. Cierto, a veces no entendemos por qué los demás actúan de determinada manera, pero eso no tiene que ver con ser mujeres u hombres, sino con ser simios demasiado listillos para nuestro propio bien. Y si repetidas veces malinterpretamos las intenciones de l@s demás, quizá el problema no sea tanto de ell@s como nuestro.

Al escribir sobre un personaje femenino siento que tengo más en común con ella que con un hombre racista. O misógino. Y siempre que un escritor comenta que no entiende lo que piensan las mujeres, lo único que se me ocurre contestar es «¿Has probado a preguntárselo a ellas?»


NOTAS:

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Nina Boucicault (1867-1950): Actriz inglesa. En esta foto posa interpretando un papel en una adaptación de la novela de Rudyard Kipling    The Light that Failed

L.P. Hartley acuñó la frase de que el pasado es un país extranjero. Las fotografías de mujeres del pasado se alejan de nosotros no solo a causa del tiempo transcurrido, sino del peso de los estereotipos que imponía la sociedad de la época sobre la imagen que debían ofrecer ellas al ser contempladas en público. Ese disfraz, mezcla de atuendo y lenguaje corporal las oculta tan completamente como un burka.

1 La foto que encabeza esta entrada es una lobby card (esas fotos que se ponían en la entrada de los cines para promocionar los estrenos) de la película de 1916 The Eternal Sappho, protagonizada por Theda Bara (1885-1955). Está en el dominio público.
Las demás fotos son de actrices de teatro de la era victoriana y eduardiana, que he encontrado en esta página dedicada al mundo de la ropa interior decimonónica. Todas las imágenes pertenecen igualmente al dominio público por las fechas en que fueron tomadas.

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