La primera vez que vi a William Goldman, me cayó gordo.
No lo vi en persona, claro, sino en una foto que aparecía en un libro de entrevistas con grandes guionistas del cine mundial. En el capítulo dedicado al guionista de Dos hombres y un destino, Marathon Man y tantos otros clásicos de los sesenta y setenta, aparecía una foto de él, con jersey de cuello alto, pelo canoso patricio y pose de escritor con el mentón apoyado en un puño.
Y una mirada a cámara de pura mala hostia. Pensé: ‘ostras, qué tío más borde. Qué creído se lo debe de tener’.
Oh, qué equivocado estaba.
Una vez arranqué este blog sobre contar historias, era cuestión de tiempo que acabara hablando de William Goldman. Si no lo hice antes, fue por el miedo supersticioso a que, de algún modo, escribir una entrada sobre él «provocara» la noticia de su fallecimiento, del mismo modo que a veces piensas en una persona y al poco te cruzas con ella por la calle, o te pones a despellejar a alguien y, en fin, resulta que está sentado detrás de ti.
Por desgracia, en el caso de Goldman, ese peligro ya no existe.
Señal de que te haces mayor es que cada vez más gente que admiras se muere. Aunque esto ocurre toda tu vida, claro. Tengo un vago recuerdo de la muerte de Elvis y de Charlie Chaplin. La muerte de Groucho Marx me impactó más, porque ya me había reído mucho con sus películas, y los niños no procesan bien que unos señores que se lo están pasando pipa en la pantalla del televisor de repente se pongan viejos y se mueran.
Recuerdo con 13 años enterarme de la muerte de Hergé, y con 15 leer en el periódico sobre los fallecimientos de Robert Graves y Orson Welles.
Graves tenía 90 años y padecía desde hacía una década demencia senil. Probablemente fue un alivio para él y su familia su muerte, pero para mí fue un trago amargo, porque solo hacía dos años que había descubierto sus novelas históricas, y hasta creo haber fantaseado con viajar a Mallorca y conocerlo. Pobre. ¿Qué podría haber encontrado en tan caprichoso peregrinaje?

A Welles lo descubrí en uno de aquellos anuncios de vinos que tanto cachondeo le valieron. Recuerdo a mis padres decir su nombre con una mezcla de respeto y sorpresa (¿qué hacía Welles en aquel anuncio, por amor de dios?) y aquel señor viejito y muy gordo sin duda era alguien con una historia interesante detrás, pero tardaría años en descubrirla. Para mí la infancia es eso: has llegado tarde a una película empezada y no paras de preguntar a quien está a tu lado: «¿Quién es ése? ¿Quién es ésa? ¿Por qué está pasando lo que está pasando? etc.» Para cuando murió ya tenía cierta idea de quién era, pero aún no era fan.

El mismo día que se publicó la noticia de la muerte de Welles, también se publicó la de Yul Brynner. A quien básicamente no se hizo ni puto caso. Fue la primera vez que comprobé lo peligroso que es morirse el mismo día que alguien más famoso que tú. Yul Brynner. El precursor de todos los actores calvos de hoy en día. Quizá llegue el día en que lo único que se recuerde de él es que de joven hizo publicidad de tabaco, y de anciano hizo publicidad CONTRA el tabaco, porque se estaba muriendo de cáncer.
Chic@s, no fuméis.
Yo he venido a hablar de mi libro
Pero hablábamos de William Goldman. Ahora mismo internet está llena de artículos que lo describen como el mejor guionista de todos los tiempos. Y hay que reconocer que su currículum es impresionante. Ganó dos Oscars, chavales, por dos películas en las que salía Robert Redford.
Voy a confesarlo de entrada: no creo que William Goldman sea el mejor guionista de todos los tiempos. Y si Goldman pudiera oírlo, él sería el primero en desechar ese título como exagerado y, la verdad, un poco lameculos.
¿Qué hizo William Goldman para merecer que le llamen eso? Bueno, escribió Dos hombres y un destino, que está muy bien. Hizo de Robert Redford una estrella, y el actor, que tiene fama de ser un tanto mezquino y manipulador, al menos fue lo bastante sincero como para conectar su actividad cinematográfica con el precioso papel de vaquero con bigote que le regaló Goldman, por medio del Sundance Institute y todo lo que va detrás de eso.

Pero la verdad, Dos hombres y un destino difícilmente sería considerada la mejor película de los sesenta. Ni siquiera el mejor western de los sesenta.
Escribió como decíamos Marathon Man, basada en su propia novela, de la que se dice que es el modelo de los thrillers modernos.
Escribió Todos los hombres del presidente, donde tuvo el dudoso honor de trabajar con los dos actores que, a juzgar por las anécdotas en sus libros de memorias, le caían más gordos, Hoffmann y, una vez más, Redford. En un momento dado sufrió una emboscada por parte de Carl Bernstein y su novia de entonces, Nora Ephron, que habían escrito su propia versión del guion de la película, y querían que Goldman los aceptase como colaboradores y juntar las dos versiones. Y Robert Redford, que también era coproductor del film, en lugar de ponerse de parte del guionista oficialmente contratado, se quedó sentado como un pánfilo y le dijo a Goldman que podría ser interesante que le echase un vistazo a lo que habían hecho Bernstein y Ephron.
Goldman cogió la puerta y no volvió. No se molestó en ver la película, aunque se supone que el guion de los espontáneos era tan ‘bueno’ que casi todo lo que se utilizó en la película definitiva correspondía a la versión de Goldman. En cualquier caso, el Oscar se lo llevó a casa él, no Bernstein ni Ephron.1

Escribió Un puente lejano, que es una buena película de guerra que solo gusta a la gente que le gustan las pelis de guerra, una especie en riesgo de extinción hoy en día. En Un puente lejano también sale Robert Redford, en la que es posiblemente la escena más emocionante de la peli, el cruce en barcas de uno de los ríos por parte de tropas aliadas bajo el bombardeo feroz de los alemanes. 2
Escribió Misery, basada en la novela de Stephen King, que tiene el mérito de que gusta al propio King, al contrario que casi todo el resto de adaptaciones de sus novelas.
Escribió Poder absoluto, su gran oportunidad de trabajar con una de las pocas estrellas de cine más altas que él. Resulta que William Goldman era un hombre alto, 1,85m según imdb, y a lo largo de su vida desarrolló una tirria enorme hacia las estrellas de cine de acción bajitas. En sus libros de memorias dedica páginas y páginas a comentar si tal o cual actor era más o menos bajo. Un día pasó horas junto a una piscina en Hollywood para tener la oportunidad de colocarse junto a un Sylvester Stallone descalzo y comprobar de una vez por todas que el legendario Rocky no pasa del 1,70.
En Poder absoluto Goldman pudo relajarse, porque el protagonista era Clint Eastwood (1,93m), y el villano de la historia Gene Hackman (1,88m). Además Goldman visitó el rodaje y pudo comprobar que Eastwood es un jefe amable, simpático, y que espera su turno en la cola de la cantina cuando llega la hora de comer.
Por desgracia, le tocó escribir el thriller que a mi juicio inició el declive de Eastwood como director. En adelante, por cada obra maestra que ha ido firmando ha rodado dos o tres pelis bastante pedestres. Y Poder absoluto, pese a tener un reparto fabuloso, es de las más flojas, con una historia melodramática y tontorrona en la que el presidente de Estados Unidos organiza un movidón de asesinatos y corrupción a tutiplén para tapar un escándalo sexual y un asesinato, provocado por esa pasión americana por acabar cualquier discusión con un buen tiroteo.
Las siguientes pelis que escribió Goldman no son muy memorables, me temo. Un crítico quisquilloso podría señalar que, a pesar de su larga y premiada carrera, nunca volvió a estar a la altura de su primer éxito, Dos hombres y un etcétera.3
Y ese crítico se equivocaría, porque ahí está La princesa prometida.
Un clásico inconcebible
La princesa prometida es un milagro, una película de sábado por la tarde cuando eras niñ@, que te transporta a esa edad sin hacerte sentir un gilipollas, a la vez irónica y muy seria en su propuesta de recuperar la magia de un adulto leyendo un cuento a un niño. O niña.
Divertida, romántica, ingeniosa, la historia rechaza el cinismo de los años de Vietnam y el Watergate en que fue escrita, y de la era Reagan en que fue rodada, y abraza viejos valores de amistad, compasión y “amor verdadero” por encima de la codicia, la crueldad y el narcisismo. Es una historia de aventuras “como las de antes”, pero que no se parece a ninguna de las de antes. Ni, en buena medida, a ninguna de las de después.
En los ochenta cristalizó en Hollywood el cine de fórmula, inspirado en los manuales de guion de Syd Field y otros gurús de la escritura, lo que hizo que las películas empezaran a parecerse unas a otras como gotas de agua. Los héroes se enfrentan a obstáculos similares y utilizan estrategias calcadas, y la resolución se adivina a los diez minutos de película, más o menos cuando viene el detonante. La trama de La princesa prometida, por el contrario, subvierte la mayoría de los clichés que uno encuentra en los “viajes del héroe” con los que nos bombardean los grandes estudios.
Por poner un ejemplo, el gran duelo de espadas en el clímax de la historia lo protagoniza no el héroe de la historia, Westley (pese a haber demostrado que él es el mejor con la espada), sino Iñigo, el espadachín amigo del héroe. Durante el enfrentamiento final entre el héroe y el villano Humperdinck, Westley está tumbado en una cama porque apenas puede moverse. Logra que el malo se rinda simplemente hablando.
La única crítica que se le puede hacer a La princesa prometida es que suspende en el tema igualdad de género, porque solo hay dos personajes femeninos con peso en la historia (Buttercup y la esposa de Miracle Max). Buttercup básicamente se pasa la película siendo secuestrada o rescatada o amenazada o rescatada de nuevo. (Mucha gente en internet señaló que la escena en Wonder Woman donde Robin Wright aniquila a un pelotón de invasores es como una fantasía de cómo habría sido La princesa prometida si Buttercup se hubiera puesto las pilas y empezado a repartir estopa codo con codo con Westley.)4
Qué sabe nadieeee
Parte de la leyenda alrededor de la película es que fue un fracaso cuando se estrenó en salas, no porque no gustara o tuviera malas críticas, sino porque nadie fue a verla. Ni siquiera es que corriera el “boca-oreja” de que era mala. Porque no era mala. Pero la gente no se enteró. No nos enteramos. Después, cuando salió en vídeo, cuando la echaron en la tele… después, sí. Después gustó a todo el mundo, y sus personajes y diálogos han dado pie a infinidad de memes.
Ésta es la clave para descifrar la legendaria cita de Goldman, tantas veces malinterpretada, que él sabía que acabaría apareciendo en su obituario: «NADIE SABE NADA» (las mayúsculas son suyas).
Goldman no quería decir que nadie tuviera ni idea de qué hacía buena una película ( y por tanto da igual cómo lo hagas, porque no tienes control sobre el resultado final). Lo que quería decir es que en un proceso tan colectivo como el de hacer una película, hay infinidad de posibilidades de que algo salga mal, y la película sea un fracaso estrepitoso. A veces el problema está en el guion, y el resto es un largo accidente ferroviario a cámara lenta. A veces es la elección del reparto, y de nuevo la suerte está echada y la película fracasará. A veces algun@ de l@s implicad@s se ve arrastrad@ a un escándalo que pone a los espectadores en contra y arruina las posibilidades comerciales del film.
A veces es tan sencillo como que el departamento publicitario no sepa cómo vender la película. Que es lo que sucedió con La princesa prometida.
«Nadie sabe nada» no significa todo vale, o fíate de la chiripa y no trabajes. Los cinéfilos gustan de poner a Casablanca como ejemplo de una peli que alcanzó la grandeza en medio del caos y la confusión. Es una bonita historia, con todo el romanticismo del azar aplicado al arte, pero también es engañosa. Cierto, mucha gente metió mano en el guion de la película, y se tomaron decisiones importantes sobre la historia en el proverbial último minuto, pero todos los escritores eran profesionales en el mejor momento de su carrera, trabajando con un material de enorme potencial dramático. El reparto era fantástico, el director era bueno, la música y la producción eran del nivel esperable de un gran estudio en la era dorada de Hollywood. La carrera de relevos funcionó. Nadie dejó caer el testigo antes de cruzar la meta. 5
En el caso de William Goldman, hubo media docena de veces en su carrera que todo salió bien y el resultado fue memorable.
No, en serio, mi libro…
William Goldman se definía como un novelista que también escribía películas, lo que en cierta forma le escudaba de las posibles críticas negativas a sus guiones. Sí, el cine le hizo rico como nunca podría haberlo hecho la literatura, pero al final, para él era una actividad paralela a su verdadera vocación.
Por desgracia, a menudo somos los peores jueces de nuestra propia actividad. Con la excepción de La princesa prometida, las novelas de Goldman apenas son reeditadas ni las encuentras en las estanterías de las librerías no virtuales. Sospecho que no tardará en llegar el día en que a Goldman sólo se le recuerde por sus películas.
En lo que a mí respecta, y a pesar de la cara de cabreo que le sale a veces en las fotos, William Goldman es uno de mis escritores favoritos. No por sus películas, ni por sus novelas, sino por los dos libros que publicó sobre el arte de escribir para el cine.

Más que un manual al uso, Las aventuras de un guionista en Hollywood son una especie de autobiografía a calzón quitado, en la que sin soberbia ni falsa modestia Goldman cuenta los altibajos de su larga carrera como escritor, describe la clase de gente, buena, mala, y peor con la que ha trabajado, y comparte las reflexiones que ha ido acumulando en torno al negocio y el arte del cine.
Sí, hay sitio para el arte en estos libros. También para el dinero, por supuesto, y para las miserias que generan los choques de egos en una industria tan competitiva, pero al contrario que la mayoría de sus colegas estadounidense, William Goldman es un guionista que comparte la sensibilidad europea hacia el lado artístico de hacer películas, que confiesa sin pudor que su cineasta favorito es Ingmar Bergman. Hablando de las películas del sueco, Goldman explica cómo hay un tipo de historias que te arrullan y te hacen sentir a gustito con el estado de las cosas, y otro tipo de historias que te cuentan cómo es la vida en realidad.
Y de estas historias se ruedan pocas en Hollywood.
Hablando de su vida Goldman te hace reír a carcajadas y al momento siguiente te emociona con su sinceridad y su transparencia. Y lo hace con el tono más cercano y natural que puedas encontrar, hasta el punto de que sientes que te habla en confianza a ti y solo a ti. Como dos amigos sentados en el porche de una casa en el campo, viendo cómo cae la tarde y se oscurece el cielo, charlando en voz baja de esto y lo otro, y piensas que lo único que te apetece en ese momento es seguir ahí sentad@, escuchando las mil historias de este señor alto con cara de cabreo permanente.
…Y recordad: Da igual que no sepamos nadar. La caída nos matará.
NOTAS
1 Entre Butch Cassidy y Todos los hombres del presidente, Goldman escribió 4 películas para Robert Redford. Después de Todos los hombres…, con la salvedad de la breve escena en Un puente lejano, Goldman y Redford no volvieron a colaborar jamás.
2También le enseñó a Goldman una valiosa lección: muchos de los oficiales reales implicados en la Operación Market Garden estaban todavía vivos cuando se rodó la película. En una escena, el oficial de paracaidistas interpretado por Anthony Hopkins, que está defendiendo el puente de Arnhem contra medio ejército alemán, tiene que desplazarse entre dos posiciones defensivas para dar instrucciones a sus hombres y al hacerlo se debe exponer al intenso fuego enemigo. Como está cayendo la de San Quintín, el hombre corre de una posición a otra, para minimizar el riesgo. Aun así, al pobre diablo le alcanza un fragmento de metralla en el pie.
Hopkins interpretaba al Teniente Coronel John Frost, que en efecto lideró la defensa del puente de Arnhem y, tras el fracaso de la operación tuvo que rendirse a los alemanes y pasó el resto de la guerra en un campo de prisioneros. Cuando el productor de Un puente lejano organizó un pase para los verdaderos protagonistas de la historia (al menos para los jefazos, los interpretados por estrellas. Ignoro si también fueron invitados los soldados rasos que sobrevivieron a la debacle. Me da que no.), Frost también asistió. Goldman se había entrevistado con él y otros para escribir el guion, y habían hecho buenas migas (Probablemente era alto). Después del pase Goldman se acercó a él para conocer su opinión. El veterano paracaidista le miró con aire triste.
«Yo no habría corrido».
Después de Un puente lejano, Goldman procuró evitar escribir sobre personas reales aún vivas.
3 La peli también creó tendencia en la traducción de títulos en la cartelera española, a partir de la enumeración de elementos, al margen del significado del título original: Dos mulas y una mujer, Dos estafadores y una mujer, Dos tramposos con suerte, Dos chalados y muchas curvas, Dos rubias de pelo en pecho, Dos colgaos muy fumaos, Dos super dos, etc…
4 Criticar la pobre presencia femenina en la historia no es incompatible con adorar esta película y el libro en que se basa. Después de todo, Goldman escribió la historia basándose en los cuentos que contaba a sus hijas por las noches. También era un hombre progresista y de ideas avanzadas, y sin duda habría deseado crear modelos de comportamiento para sus hijas, pero ni él fue capaz de superar la miopía impuesta por el patriarcado a la hora de construir historias. Goldman no se aplicó a borrar la capacidad de decisión de Buttercup. Simplemente le salió así, con los estereotipos de género dominantes en la época.
5 Casablanca también suspende tanto en igualdad de género como en el test Bechdel, puesto que solo aparecen DOS mujeres con relevancia en la historia (Ilsa y la chica que está a punto de prostituirse para conseguir los salvoconductos). Esto no impide que sea una gran historia. El problema surge cuando TODAS las historias se construyen así, como aceptando como un hecho que solo es interesante lo que les sucede a los hombres. Si se rodara Casablanca hoy en día, ese desequilibrio no sería aceptable. El mundo ha cambiado, cinéfilos. Ya es hora de aceptarlo.
6 ¡FOTOS! Sacadas de la Wikipedia, como es habitual, porque no hay casi nada libre de derechos sobre el tema de esta entrada. La de Orson Welles es una captura de pantalla de uno de sus anuncios de vino y está en el dominio público, al menos en Estados Unidos. Idem la foto de pasaporte de Yul Brynner, que fue tomada el 4 de junio de 1943.
La foto de Goldman con James Caan fue tomada el 27 de abril de 1976 por Hans Peters. Pertenece a los Archivos Nacionales Holandeses (Anefo) y ha sido cedida con licencia Creative Commons con atribución.
La foto de Goldman con Richard Attenborough, el productor Joe Levine y la azafata que le pone ojitos fue tomada el 24 de julio de 1975 por Bert Verhoeff e igualmente pertenece a los Archivos Nacionales Holandeses y tiene licencia Creative Commons con atribución.
Gran trabajo, felicitaciones 👏👏
Me gustaLe gusta a 2 personas
¡Muchas gracias, Desdichadø!
Me gustaMe gusta
Pero que bueno eres, bribón
Me gustaLe gusta a 1 persona
Ah, pues ¡gracias!
Me gustaMe gusta
👍👏
Me gustaLe gusta a 1 persona
He leído los dos libros de Goldman.. me los dejó amablemente la persona que ha escrito este artículo, que a pesar de medir 1, 98, se solidariza con tipos bajitos como yo y no entendía esan manía de Goldman.
A mí la de Poder Absoluto me entretuvo. Y la anécdota que más gracia me hizo fue esa de que el personaje de Clint moría al poco de la novela y que el actor-director le dijo «claro que mi personaje no muere»… y que William se bloqueó y necesitó ayuda de otro guionista más joven.
Me ha gustado mucho la entrada, aunque todo me sonaba, claro.
Y sí, lo de Goldman como el mejor guionista es pelín exagerado.
Sin contar a guionistas directores tipo Bergman, Allen, Wilder y demás, los guionistas del jolibú clásico aunque fuera ya por el tema de que sacaban pelis como longanizas, tienen más obras maestras o clásicas en su haber: Dudley Nichols, Robert Riskin, Ben Hecth, Dalton Trumbo, Betty Comden & Adolph Green,
Me gustaLe gusta a 1 persona
Todos los guionistas que mencionas son fantásticos. Creo que Goldman entró en la leyenda por la escalada de pujas por parte de estudios a su guion de Butch Cassidy, que subió el precio hasta el medio millón de dólares, algo que para un guion original y que no había sido encargado era una barbaridad en los años 60. De hecho muchos guionistas de la vieja escuela odiaban a Goldman por eso.
Por eso y por ser alto, quizá.
En los 80 hubo otra escalada de precios de guiones originales provocada por gente como Joe Eszterhas y otros, pero fue como una burbuja especulativa, y cuando estalló hacia el 2000 y algo secó la fuente de dinero. Hoy en día casi todo lo que se produce en Hollywood son adaptaciones de obras ya existentes. Exactamente igual que en el Hollywood clásico. Es curiosa esa regresión.
Me gustaMe gusta