¿Se puede agotar un género?

Kevin Feige, presidente de Marvel (empresa propiedad de la Disney),  quiere un Oscar.

Lo quiere mucho.

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Kevin Feige: Érase un hombre a un Oscar arrimado

Tanto es así que la Academia de Hollywood amagó con crear uno a su medida cuando tantearon la posibilidad de crear una nueva categoría reina, paralela al Oscar a la mejor película : Película más popular. Que presumiblemente ganaría la película más taquillera del año. Que probablemente sería una película Marvel. O Disney.

Marvel ha hecho mucho por Hollywood, después de todo. Al poner de moda los superhéroes, ha creado una nueva era de blockbusters como no se recordaba desde los primeros ochenta. Ha generado cantidades industriales de dinero para los estudios clásicos, en una era en que internet y los nuevos servicios de streaming los tenían acojonados. Es normal que la Academia le esté agradecida a Marvel y tenga muchas ganas de recompensar los servicios prestados a cualquier precio.

La cosa habría funcionado, si no fuera por un pequeño detalle: la película más popular de Marvel del año pasado fue Black Panther, el primer film de superhéroes con protagonistas negros. Black Panther fue saludada como un paso en la dirección correcta por parte de una industria que nunca ha destacado por su sensibilidad hacia la diversidad en sus repartos o sus equipos técnicos. Gracias a la saga de Wakanda tanto Hollywood como Marvel pudieron colgarse medallas al mérito social. Que en la era de #OscarsSoWhite y #MeToo falta les hacía.

Y entonces lo echaron todo a perder. Con la idea del Oscar a la Película más Popular. Porque la gente en internet, en lugar de verlo como «el-Oscar-que-Papá-Noel-prometió-a-Kevin-Feige-las-Navidades-pasadas», lo vio como un gesto condescendiente hacia Black Panther, de la que la Academia daba por hecho que nunca en la vida podría ganar un Oscar importante. Y desde luego, no el Oscar a la Mejor Película.

Lo cual no es mucho suponer, dado que hasta la fecha ninguna película de superhéroes había sido siquiera CANDIDATA al Oscar a la mejor película. Ahora bien,  siempre hay una primera vez, ¿no?

«Pues no. No va a suceder.» parecía decir la Academia con la creación de ese premio de consolación. Lo cual se leyó como una bofetada a tod@s los cinéfil@s amantes del cine de superhéroes, más tod@s los cinéfil@s negr@s amantes de películas protagonizadas, para variar, por gente como ell@s.

La Academia logró de un porrazo ofender a los frikis y a básicamente toda la población mundial que no es blanca. Eso es mucha gente ofendida, sobre todo gente joven, cuando el problema de la Academia es que su preciosa ceremonia de los Oscars lleva años sufriendo una hemorragia de espectadores, sobre todo los más jóvenes y deseables para la publicidad.

Solo unas horas después de que se publicara el globo sonda del nuevo premio, la Academia anunció categóricamente que no seguiría adelante con el plan de crear un Oscar a la Película más Popular.

CORTA A:

Hace unos días se hizo pública la lista de candidatos a los Oscars, y se reveló que Black Panther, después de todo, sí competirá por el Oscar a la Mejor Película.

No pierdas la esperanza, Kevin.

Una posible razón de la ansiedad de los directivos de Marvel por cosechar un poco de cariño dorado en la próxima ceremonia de los Oscars es que, desde hace un par de temporadas, crece el rumor en las redes sociales de que el cine de superhéroes ha tocado techo, y en adelante la presa que tiene ese género, o subgénero, sobre el gusto de los espectadores podría ir aflojándose.

Yo no sé si eso es verdad, o si por el contrario el cine de personajes superpoderosos que combaten entre sí por el destino del planeta (o la galaxia, o el universo, o los multiversos, o lo que sea que sirva de marco geográfico para sus aventuras) seguirá dominando las carteleras en las próximas décadas. Sí veo unas cuantas señales inquietantes: hay superhéroes en el cine, y superhéroes en la tele. Por supuesto, sigue habiendo superhéroes en los cómics, reaccionando a la presencia de superhéroes en cine y televisión, lo que relanza el giro del círculo nada virtuoso de adaptaciones y readaptaciones.

Por otro lado, a pesar de que el boom del cine de superhéroes ya roza la veintena, uno tiene la sensación de que las películas no son cada vez mejores. Con excepciones. El soldado de invierno, Thor: Ragnarok, y Spider-man: Into the Spider-verse han sido todas descritas como mejoras del modelo original. Por su parte Logan fue aclamada como una película tan buena que no parecía de superhéroes. ¡To-oma lo que los angloparlantes llaman «backhanded compliment»!

Todas estas películas, sin embargo, coinciden en ser híbridos, que mezclan el elemento superheroico con otros géneros, a veces más de dos: thriller en soldado de invierno; comedia y space opera en Thor: Ragnarok;  Thriller y western en el caso de Logan.

O para ser más exacto, western crepuscular.

 

Cuando el sol no se ponía por el oeste

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«La vieja diligencia de las llanuras» (1901) de Frederic Remington

A lo largo de su historia el cine se ha regido por modas, como es habitual en otras industrias culturales. Temáticas y estilos han gozado del favor del público durante unos años, y luego han decaído y desaparecido, o quizá hibernado hasta que volvieran a ponerse de moda. Es posible trazar década a década los altibajos de la trayectoria de los melodramas, el cine bélico, el terror, la comedia o la ciencia ficción.

Sin embargo, durante sesenta años, más o menos, hubo un género que no perdió nunca su popularidad: el western. Cuando todos los demás tipos de película se tambaleaban y caían en desgracia, el western se mantenía como una apuesta segura para productores y estrellas de cine. En cierto modo era comprensible: aunque existían las novelas del oeste, el cine se convirtió en el medio ideal para contar historias que implicaban paisajes majestuosos atravesados al galope por hombres (y a veces mujeres) de espíritu indomable.

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En este serial de 1935 protagonizado por Gene Autry, el vaquero cantante descubría toda una civilización extraterrestre viviendo bajo su rancho…

Y si los espectadores no tenían suficiente con la dosis semanal en la gran pantalla, también estaban las revistas pulp del oeste, y los comics del oeste, y los seriales radiofónicos del oeste; y cuando arrancó la televisión, una vez los estudios empezaron a invertir dinero en producciones específicas para el nuevo medio, la pequeña pantalla se llenó también de vaqueradas que hacían las delicias de mayores y niños. Los guionistas descubrieron que el western era como un cajón de sastre que permitía contar cualquier historia. Así hubo melodramas en el oeste, comedias en el oeste, thrillers, historias de detectives, westerns rodados como cine negro, dramas psicológicos, parábolas políticas, alegatos antirracistas, antimaccarthistas, cine queer, musicales, hasta westerns de terror y ciencia ficción. No importaba lo que hicieran los estudios, la gente no se cansaba de las historias del oeste.

Hasta que la gente se cansó de las historias del oeste.

No sucedió de un día para otro. El desapego se fue notando poco a poco, en el descenso de las recaudaciones de películas del oeste, en su decreciente rentabilidad, dada la inversión que exigía una ambientación digna en la época en cuestión o un rodaje que saliera de los patios traseros de los grandes estudios. La gente se acostumbró a ver cosas del oeste gratis en la tele, y cuando salía al cine prefería gastar su dinero en otras historias.

En cierto sentido fue también un declive biológico: los grandes directores del género se fueron retirando durante los años 60 y primeros 70, y las estrellas más identificadas con el western, como John Wayne, Randolph Scott, Joel McCrea o James Stewart envejecían y perdían popularidad a medida que les costaba más enfundarse en el disfraz de vaquero y subirse al caballo. La última gran estrella del oeste, Clint Eastwood, debía su popularidad a los westerns italianos que rodó en España, y ni siquiera él fue capaz de mantener vivo el género en su propio país.

Un puñado de cineastas que habían crecido amando el western pero habían llegado demasiado tarde para cabalgar la gran ola de popularidad del género introdujeron un elemento «meta» en sus historias, que solían ser ensaladas barrocas de tiros, que protagonizaban hombres viejos y cansados, consumidos por una última obsesión, que podía ser un gran robo, limpiar un pueblo de bandidos o conducir un último rebaño de ganado a través del país, y que sentían que el tiempo se les escurría como arena entre los dedos.

Se acaba, se acaba, se acabó.

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Sam Peckinpah supervisando el fin del oeste.

Algunos críticos puristas han reprochado a Sam Peckinpah y el resto de la escuela crepuscular que se cargaron el género con sus relatos cínicos y sangrientos, pero visto con la perspectiva del tiempo, parece evidente que Peckinpah y los otros estaban intentando extraer los últimos barriles de un pozo ya agotado. Grupo salvaje o Pat Garrett y Billy el Niño son como el fracking de las pelis del oeste: Brutales y seguramente malas para el medio ambiente, pero los que agotaron los recursos fueron todos los que vinieron antes.

 

Slow Food, Slow Storytelling

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«Lamia»(1905) de John Waterhouse

Esto ha ocurrido antes: Durante la Edad Media la minúscula capa de productores y lectores de historias explotó las novelas de caballerías en todo tipo de combinaciones y refritos hasta el agotamiento. Para cuando llegó Cervantes con su parodia el público estaba listo para pasar página y probar otras historias. Los elementos fantásticos o maravillosos que habían adornado las páginas de aquellos libros adquirieron una mala reputación entre los árbitros de la cultura, y la fantasía desapareció de la literatura occidental durante siglos.

Una de las ideas a las que vuelvo una y otra vez en este blog es que las historias son un recurso natural del que gozamos los seres humanos, y como tal hay que cuidarlo y tratarlo con respeto, porque un día se podría agotar. El caso del western es quizá el más sangrante de sobreexplotación de unos elementos narrativos, y en cierto sentido el eco de su ausencia se sigue notando hoy en día. De vez en cuando se rueda una película del oeste brillante, y el público acude y siente una punzada de nostalgia por un género de historias que una vez sintieron muy cercanas a su corazón. Pronto el western dejará de tener cualquier conexión con la infancia, pero creo que aún no ha muerto la última generación que jugó siendo niña a… umh… nativos americanos y genocidas….

Esos westerns aislados que visitan nuestras carteleras cada cinco o seis años solo subrayan la enorme pérdida que ha sufrido nuestro imaginario colectivo. Como avistar una ballena en mitad del océano, o descubrir un tarro de miel en un mundo sin abejas. Si los superhéroes siguen el mismo camino que los vaqueros y los indios es dudoso que generen la misma sensación de pérdida. A fin de cuentas, el mainstream solo ha abrazado este tipo de películas durante unos pocos años. Pero la explotación exhaustiva que Hollywood y demás industrias culturales están realizando de la fantasía y la ciencia ficción podría tener consecuencias desastrosas para el mundo de las historias.

Nos han vuelto glotones, que ni siquiera valoramos lo suficiente los productos que nos ofrecen como para consumirlos en las mejores condiciones posibles, sino de cualquier manera, compulsivamente y con una cierta repugnancia al final, como romanos que se hartan de manjares delicados y luego los vomitan para hacer sitio para más comida.

Si nos acostumbramos a consumir historias como quien come salchichas, ésa es la clase de narraciones que nos venderán. Igual que los expertos en nutrición apuestan por el slow food, por comer alimentos orgánicos y cocinar con productos de temporada y a ser posible cultivados localmente, también deberíamos empezar a prestar atención a las historias que metemos en nuestras vidas al leer, escuchar o ver. A largo plazo, nuestro organismo nos lo agradecerá.

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Montaña de cráneos de bisontes cazados en el oeste americano.

NOTAS:

 1 Todas las ilustraciones las he sacado de Wikipedia, donde constan como imágenes que han caído en el dominio público (al menos en su país de origen) o tienen licencia Creative Commons. La foto de Sam Peckinpah fue tomada en 1968, durante el rodaje de Grupo salvaje. El autor es desconocido. La foto de Kevin Feige fue tomada el 21 de julio de 2014, en el estreno de Guardians of the Galaxy. Como autor solo consta Mingle Media TV.

La foto de la montaña de cráneos de bisontes fue tomada en algún lugar de Estados Unidos a mediados de los años 1870. Los cráneos iban a ser usados como fertilizantes. El autor es desconocido.

El ilustrador que creó el poster de The Phantom Empire es desconocido. Wikipedia da como autor  del póster Mascot Pictures, la productora del serial. Incluyo la imagen con fines meramente ilustrativos.

3 comentarios sobre “¿Se puede agotar un género?

  1. Precisamente viendo una de superheroes, en la tele….mientras leo el periodico e internet…osea de cualquier manera, efectivamente.
    si estuviera en el cine en la pantalla grande estaria a la pelicula.

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