Siguiendo con el tema del otro día, el título de una historia es como el rostro de una persona: a menudo lo primero que ves, y lo primero que te atrae, o te deja indiferente.
Un título que no encaje puede tronzar un libro o una película con las expectativas que crea. También lo puede llevar en volandas más allá de donde imaginaba el creador. Que se lo pregunten a Steven Soderbergh, y su Sexo, mentiras y cintas de vídeo, (que por supuesto en los 90 puso de moda los títulos trifecta, o «Esta cosa, esta otra y esta otra más.»
En las primeras narrativas humanas, los títulos son a menudo descriptivos hasta el minimalismo. La epopeya de Gilgamesh es eso, la historia de las aventuras del héroe sumerio. La Ilíada es una palabra bella porque llevamos dos mil quinientos años escuchándola y nos resulta tan familiar como el rostro de una madre. Pero no quiere decir más que «el relato sobre Ilión», o Troya, igual que la Odisea en origen no tenía todas las connotaciones que hoy en día le atribuimos, sino que simplemente es «el relato de Odiseo», o Ulises.

El primer título con verdadero gancho comercial que recuerdo es Ars amatoria, de Ovidio. Es el equivalente de esas portadas donde Fabio el modelo abraza por la cintura a una duquesa de cabellos ardientes y gesto de orgasmo: inevitablemente coges el libro y lo hojeas (en tiempos de Ovidio supongo que más que hojear, ‘desenrollabas’ el pergamino), a ver qué te encuentras.
Shakespeare tampoco se solía romper mucho la cabeza con los títulos. La tragedia de Hamlet, príncipe de Dinamarca, va de un príncipe de Dinamarca que se llama Hamlet, y la cosa acaba en tragedia. Ricardo III está protagonizada por Ricardo III, y Macbeth por Macbeth. Enrique IV partes una y dos juega al despiste, y da el protagonismo a Hal, el hijo del rey titular, futuro Enrique V. En cambio las comedias lucen títulos más coloridos, como A buen fin no hay mal principio, Como gustéis, La doma de la bravía o Mucho ruido y pocas nueces, que me recuerdan a las traducciones delirantes que a menudo nos regalan las distribuidoras españolas, como Granujas a todo ritmo, los albóndigas en remojo o Mejor solo que mal acompañado.
![[Love's labour's lost] A pleasant conceited comedie called, Lou](https://angelmiroucom.files.wordpress.com/2017/12/loves_labours_tp.jpg?w=880)
El premio al despiste en el teatro post-isabelino lo gana ‘Tis Pity She’s a Whore (Lástima que sea una puta), de John Ford, que sugiere una comedia sexual misógina de la época del destape en España, cuando se trata en realidad de una tragedia de amores incestuosos y venganzas sangrientas que acaba con más muertos que Hamlet.

La titulitis arrecia.
Fue a partir del romanticismo y el boom de la novela que escritores y escritoras se tomaron más en serio lo de buscar un título que fuera sugerente, que dijera algo más sobre la historia que el nombre del héroe o la heroína, y que lograra que el lector abriera el libro. A medida que los autores ensayaban estrategias para titular sus obras maestras, surgieron muchas y variadas tendencias. Cito unos ejemplos, para que nos entendamos:
El título binario
Sense and Sensibility, Pride and Prejudice, Le rouge et le Noir, Voiná i mir, Decline and Fall, Tea and Sympathy, Tango y Cash
Esta clase de título siempre funciona, porque aunque al lector o espectador potencial no le guste una de las cosas citadas, siempre es posible que le guste la otra, y eso le decida a comprar el libro, o a ver la peli. Así duplicamos nuestras posibilidades de conectar.
El título bíblico
The Way of all Flesh, Grapes of Wrath, The Little Foxes, East of Eden, Absalom, Absalom!
The Skin of our Teeth, Let us Praise Now Famous Men
El título bíblico estuvo muy en boga durante unos años en la literatura norteamericana, sobre todo en la época de la Gran Depresión, cuando muchas novelas y obras de teatro contaban historias tremebundas de miseria y desolación, que le hacían a un@ pensar en la Biblia, sobre todo en la historia de las plagas de Egipto y en general todas las putadas que Yahvé hacía pasar a su pueblo elegido, que más que elegido parecía el pueblo «nominado», como en los realities.
Cada vez se usan menos los títulos bíblicos, básicamente porque nadie lee ya la Biblia, y quien lo hace, no escribe novelas memorables.
Y hablando de todo un poco, ¿sabías que las fotos de Walker Evans que ilustran el libro de James Agee Let us Praise Now Famous Men (Elogiemos ahora a hombres famosos) están en el dominio público? Por lo menos en EE.UU., debido a que en ese momento estaba contratado por el Gobierno Federal y por tanto era un empleado público.
El título shakespeariano
Leave Her to Heaven, The Winter of our Discontent, Brave New World, North by Northwest, To Be or Not to Be, The Sound and the Fury, Something Wicked this Way Comes, Rosencrantz and Guildenstern are Dead, Time out of Joint, The Fault in our Stars, casi cualquiera de Javier Marías…
El título shakespeariano es la alternativa laica al título bíblico. En un claro caso de «consejos vendo pero pa’ mí no tengo», el notas que nos dio títulos tan inspirados como Romeo y Julieta y Antonio y Cleopatra va por ahí proporcionando títulos en inglés a diestra y siniestra. Es abrir una página al azar y ¡pam! Ya tienes un título molón. ¿Que no me crees? Hagamos una prueba:
(Abre libro de obras completas de Shakespeare)
Página 347. King John. (hala, una difícil, más emoción)
Línea al azar. Ésta, por ejemplo:
«To tread down fair respect of sovereignty» (para pisotear el justo respeto a la soberanía)
Vale, no es sexy, pero se puede, se puede trabajar. Lo recortamos un poco, lo dejamos en Fair Respect of Sovereignty, y con esto John Grisham te hace un thriller judicial de 600 páginas en torno a un escándalo en el que está implicada la familia real.
¿Lo ves? Lástima no haber elegido un par de líneas más arriba, donde dice:
She adulterates hourly with thine uncle John (Ella adultera cada hora con tu tío Juan).
Así es Shakespeare, te coge el sustantivo «adulterio» y lo convierte en verbo, y de paso le da un título a un melodrama sexual rural a lo Emilia Pardo Bazán.
El título impresionista
Lejos del mundanal ruido, Adiós a todo eso, Pálido fuego, El corazón es un cazador solitario, Cien años de soledad, Nada, Desayuno en Tiffany’s, Lo que el viento se llevó, Matar a un ruiseñor, Las ciudades invisibles, La edad de la inocencia, La vida instrucciones de uso, Domar a la divina garza, Reflejos en un ojo dorado, El arco iris de gravedad), Rayuela,…
El título impresionista a menudo intenta captar, o sugerir, el espíritu de la historia. Cuando lo consigue, el resultado es un título memorable que en ocasiones pasa al lenguaje de la calle. Cuando no, pues no.
El título «a la mierda, no se me ocurre nada, jodeeer»
Kaputt, Manhattan Transfer, El otoño en Pekín, Catch 22, Una naranja mecánica, Crónica del pájaro que da cuerda al mundo, 2666.
Si no se te ocurre nada para el título, pon cualquier cosa. Alguien le encontrará un sentido tarde o temprano. O usa a Shakespeare.
La lucha por el título
Un título puede ser una máscara de tela de saco o unas plumas de pavo real. Raymond Chandler era un experto en camuflar la elegancia de su escritura detrás de títulos que no desentonaban de las reediciones en formato tapa blanda de novelas de la era pulp.
Ernest Hemingway y Scott Fitzgerald, en cambio, delataban sus ambiciones de ser tomados muy en serio con títulos floridos sacados del Eclesiastés (The Sun Also Rises, pero hey, todo el mundo acaba llamándole Fiesta) o de poetas ingleses como John Donne (For Whom the Bell Tolls)(1) o John Keats (Tender is the Night).

El paralelismo de sus carreras en los años veinte y una amistad que se fue enfriando a medida que la estrella de Hemingway iba en ascenso y la de Fitzgerald menguaba sugiere una rivalidad por el trono de gran autor de la Generación Perdida que puede o no haber sido real. En vida de ambos, Hemingway parecía haber ganado el combate por K.O. Mientras Fitzgerald fracasaba miserablemente en Hollywood y se mataba a tragos, Hemingway viajaba por todo el mundo, preferiblemente donde hubiera caza o una buena guerra de la que escribir. Y todo lo que escribía se convertía en oro.
Pero la posteridad es caprichosa, y con los años la posición de uno y otro en el canon de escritores norteamericanos ha ido variando hasta invertirse. Las novelas de Fitzgerald se han convertido en clásicos indiscutibles, mientras que las de Hemingway son… bueno, eso, discutibles. Hay quien las defiende a muerte, y quien las critica como sobrevaloradas y tendentes a ensalzar la masculinidad tóxica que cada vez vemos con más revulsion.
Y la principal responsable de este triunfo póstumo es una novela que Fitzgerald no tenía ni p*ta idea de cómo titular.

Notas:
1: Para mi gusto, Philip José Farmer fue mucho más ingenioso al escoger un verso de Donne para titular A vuestros cuerpos dispersos, su novela sobre la resurrección de toda la humanidad en un planeta extraño. Farmer lo tomó del soneto que empieza así:
At the round earth’s imagin’d corners, blow
Your trumpets, angels, and arise, arise
From death, you numberless infinities
Of souls, and to your scattered bodies go.
(En las esquinas imaginarias de la tierra redonda, soplad
las trompetas, ángeles, y alzáos, alzáos
de la muerte, innúmera infinidad
de almas, y a vuestros cuerpos dispersos id.)
2: Todas las ilustraciones sacadas de Wikimedia, supuestamente en dominio público o con licencia CC. La de Fabio tiene copyright, y por eso no se ve.
La colección de fotos de Walker Evans es de las más extraordinarias de la fotografía del siglo XX en Estados Unidos. En teoría es de dominio público, pero es posible que tenga derechos reservados fuera de ese país. No he podido constatarlo en una búsqueda Google. En caso de que fuese así, la retiraría. Pero mientras, ¿no es preciosa Lucille Burroughs, hija de un jornalero del algodón?
3: En la vida he puesto más enlaces en una entrada de blog. Estoy agotado, tí@s. Pinchad en alguno, para que no me sienta tan mal.
No nos hagas esperar tanto, que estamos ávidos de historias
Me gustaMe gusta
No me presiones, sister, voy a mi ritmo. :)
Me gustaMe gusta
Para que no te sintieras mal (no es verdad, he pinchado porque me gusta mucho la ciencia ficción) he pinchado en Philip Joseph Farmer, descubriendo que es también Kilgore Trout. Y como disfruto mucho leyendo a Kurt Vonnegut, en cuanto acabe lo que estoy leyendo buscaré a este señor en la biblioteca.
Y si, qué dificil encontrar un buen titulo…
Me gustaMe gusta
¡Sí, Kilgore Trout! Farmer no es tan buen escritor como Vonnegut, creo, ni de lejos,(se nota el sexismo de la época en su escritura, como en que todos los personajes femeninos tienen «una gran figura», etc.) pero tenía muy buenas ideas, y la de A vuestros cuerpos dispersos es la mejor que tuvo nunca.
Gracias por pinchar. Un ángel-wiki se ha ganado las alas al hacerlo…
Me gustaMe gusta
Jo, jo, me mondo con esta entrada. Muy bueno.
Me gustaMe gusta
¡Gracias, Josu!
Me gustaMe gusta
Sí que es un quebradero de cabeza la decisión del título. Yo recuerdo que le daba muchas vueltas, y hacía listas interminables con distintas posibilidades y matices. Lo quieres todo: que sea impactante, que recoja el espíritu de la obra, que tenga varios sentidos, que alumbre algún aspecto no evidente,… Buf, pero era muy divertido.
Me gustaMe gusta
Creo que poner un buen título a algo necesita ejercitar un músculo diferente al de contar una historia, y tiene más que ver con la poesía. Por eso grandes creadores son nulos titulando sus trabajos. Creo que como cualquier disciplina se puede ejercitar, y creo que a veces es cuestión de suerte.
Lo contrario también ocurre. A menudo veo en mi cuenta de twitter publicidad de novelas que tienen títulos muy impactantes, y portadas espectaculares… pero no tienen buena pinta, la verdad.
Me gustaMe gusta