John Cassavetes es uno de esos creadores cuya obra provoca reacciones extremas de amor y odio. Una figura carismática del tipo que en la Edad Media habría fundado religiones. O más bien herejías, de las que te hacen acabar tus días en la hoguera.
Cassavetes toma argumentos y situaciones propios de un melodrama o una canción de Martirio, les aplica la intensidad de una tragedia griega, y se sienta a ver qué sucede a continuación. Incluso lo más parecido a una comedia romántica que rodó jamás —la fabulosa Minnie and Moskowitz— es a ratos tan dolorosa de ver como un drama.
La saga de Husbands comenzó como una peli del propio Cassavetes: con una bronca en un lugar público.

En 1967 Cassavetes necesitaba pasta para terminar Faces, la película independiente que había financiado de su propio bolsillo y rodado y montado en su propia casa, volviendo medio loca a su esposa y actriz co-protagonista, Gena Rowlands. Preguntó a su agente qué podía hacer para conseguir el dinero que necesitaba. El agente le dio un consejo de oro: «Pues trabajar, como todo el mundo.»
Bien, Cassavetes pensó en hacer otra película para pagar la que estaba haciendo. Se le ocurrió llevar su estilo de improvisación creadora un paso más allá: rodaría una película con Anthony Quinn y Lee Marvin en la que los tres viajarían por toda Europa, y las aventuras que les ocurriesen darían forma a la película. El plan podría haber funcionado, salvo por el detalle de que Quinn y Marvin no se tragaban mutuamente, y declinaron la invitación.
Como no se desanimaba fácilmente, Cassavetes pensó a continuación en un segundo triunvirato: siempre había querido trabajar con Peter Falk y Ben Gazzara.
(¿Por qué ellos? Bueno, aquí estoy especulando, pero supongo que a Cassavetes le atrajo de ellos que tenían unas carreras de interpretación sólidas, sin haber caído en el divismo ni el manierismo de las estrellas de cine. Ninguno de ellos era guapo, al menos en un sentido hollywoodense, y los tres compartían un aire que entonces se llamaba ‘étnico’, para definir a intérpretes que no encajaban en el patrón WASP de un John Wayne o un Gary Cooper. Es decir, italianos, judíos, morenos en general.)
Bueno, Cassavetes se tropezó con Peter Falk en la cantina de la Paramount, y curiosamente ambos tenían un proyecto para el que querían al otro. Falk le habló a Cassavetes de que planeaba rodar una película con Elaine May, y había pensado en él para uno de los papeles principales. Cassavetes dijo «vale, lo haré».

Hay que recordar cómo es Hollywood. La gente le da mil vueltas a un proyecto antes de comprometerse a hacerlo. Falk pensó que Cassavetes le estaba vacilando. Le pidió que le dejara enviarle el guion, y le empezó a hacer un pitch de la historia, con la esperanza de interesarlo.
Y aquí es donde Cassavetes petó. Se levantó y empezó a agitar los brazos y a chillarle a la cara a Falk si se creía que él era un hombre de negocios al que le tenía que vender una idea.
«¡¡¡¡¡¿Te crees que no sé que Elaine May sabe escribir? Elaine va a hacerlo; tú también; eso es todo lo que tengo que saberrrrr!!!!!!!!»
A esas alturas todo el mundo estaba mirándoles y Falk estaba con la boca abierta, mirando a aquel chiflado que hace un momento parecía tan simpático.
Cuando Cassavetes se calmó, le preguntó a Falk si quería hacer con él Husbands. Peter Falk le dijo que lo pensaría.¹
«¡Esto no es una película!» (Nota de dirección de Cassavetes a una actriz)
A continuación Cassavetes contactó con Ben Gazzara y le propuso unirse a él y a Falk en la película (quizá exageró un poco el nivel de implicación de éste en el proyecto). Gazzara escuchó lo que tenía que decirle, pero como no había ni dinero ni guion, expresó interés pero imaginó que la cosa quedaría en nada, como tantos proyectos en Hollywood.
Ahora Cassavetes tenía una película a medias y otra en proyecto, y seguía sin dinero. Aceptó más papeles de actor y consiguió camelar a un productor italiano, un conde para más señas, para que aceptara producir Husbands. Para convencerle le aseguró que Falk y Gazzara ya estaban en el ajo.
Falk y Gazzara no estaban en el ajo.
Por no haber, no había ni guion, a pesar de que Cassavetes se lo había contado de pe a pa al conde, como si de veras existiera. Ganó tiempo diciendo que se lo tenían que enviar desde Los Angeles, y lo escribió en dos fines de semana. Hala. Ahí tienes, conde.
El guion estaría bien, mal o regular, pero el conde accedió a poner pasta, sobre todo porque Cassavetes tenía a Falk y Gazzara.

Pero ya hemos dicho que Cassavetes no tenía a Falk y Gazzara. Al menos, aún no.
¿Qué hizo para convencer a los dos actores? Pues lo que se hace en Hollywood en estos casos: Contarles que tenía productor, o sea el conde. Además, tenía la carta en la manga del inminente estreno de Faces, una película extraordinaria en la que la interpretación de los actores era deslumbrante. Cuando Falk y Gazzara vieran Faces, sospechaba Cassavetes, se morirían de ganas de rodar con él.
No se equivocó. Por azares de la industria del cine los tres coincidieron en Roma, y Cassavetes se los ganó definitivamente. Juntos empezaron a trabajar en la reescritura del guion, refinando las situaciones y adaptándolo a las características de cada actor.
Husbands trata de tres amigos de mediana edad que se reúnen en el funeral del amigo que completaba la pandilla de cuatro que habían sido desde jóvenes. Esa muerte pone en marcha una crisis de la mediana edad que empuja a los tres a la decisión impulsiva de olvidarse de familia y obligaciones y tomar un avión a Londres para correrse una juerga padre.
Allí hacen el gorila durante unos días, se ligan a tres chicas del swinging London con diferente grado de fortuna, y llegan a plantearse el romper con todo y empezar una nueva vida. Finalmente les da vértigo y sólo uno (el personaje que hace Gazzara) decide quedarse en Londres. Los otros vuelven a casa, con sus vidas y sus familias, un poco avergonzados de lo ocurrido, pero al menos habiendo sido capaces de sentir y expresar sus emociones reales por primera vez en mucho tiempo.
En sus esfuerzos por difuminar la frontera entre actores y personajes, Husbands es todo lo autobiográfica que puede ser una película con actores de éxito haciendo de hombres anónimos de clase media. Al menos los tres tenían modelos cercanos, porque ninguno de ellos venía de familias con dinero. El memento mori con el que arranca la historia tiene un modelo evidente en el caso de Cassavetes: su hermano mayor había muerto muy joven, dejando esposa y un hijo pequeño. Esa muerte le afectó profundamente y sin duda fue clave para dar vida al proyecto.
Cassavetes tuvo la oportunidad de ensayar en Nueva York con sus dos actores y con las tres actrices no profesionales que harían de las chicas que conocen en Londres los tres maridos. A lo largo de esos ensayos el guion siguió evolucionando y enriqueciéndose. También le dio tiempo a ganarse la confianza de Gazzara y Falk, la cual iba a poner a prueba repetidas veces durante el rodaje, debido a sus nada convencionales métodos de trabajo.
El que peor lo pasó fue Peter Falk, un actor muy técnico que venía de rodar docenas de películas convencionales y la mitad del tiempo se sentía perdido con las indicaciones, o no indicaciones que le hacía Cassavetes. La frase que más repitió durante el rodaje fue «vuelve a explicármelo otra vez».
Y cuando todo parecía listo para rodar, surgió un problema imprevisto: el conde.
«¡Nos vamos a forrar!»
Resulta que Cassavetes había hecho una labor demasiado buena al venderle la película al italiano. Le había hecho soñar con un taquillazo que llenaría sus bolsillos. Tanto que el dichoso conde se volvió avaricioso. Quería aumentar el porcentaje de los beneficios que le garantizaba el contrato original, y tener mayor control creativo sobre la película para poder ponerse medallas a posteriori. Y para ello se plantó en Nueva York la víspera del inicio del rodaje y le dijo a Cassavetes que no le gustaba el guion, y que no pondría el dinero.
Si Cassavetes le llevaba a juicio, el conde perdería, porque había firmado un contrato. Pero el juicio podía llevar años, y en ese tiempo cualquier proyecto cinematográfico se evapora. El aristócrata pensaba que Cassavetes se arrugaría y accedería a renegociar el contrato para darle lo que pedía.
Obviamente, el conde no sabía cómo era Cassavetes. Éste se negó en redondo a negociar, y se puso a buscar otras fuentes de financiación para Husbands. No las encontró, pero le dijo al conde que sí, que había tres estudios interesados en poner dinero, y que ya se podía marchar por donde había venido. Por fin, fue el conde y no Cassavetes quien se arrugó. Le pagó el equivalente a un tercio del presupuesto a cambio de quedar libre de aprietos legales, y podría recuperar el dinero cuando la película tuviera beneficios, si los tenía.
Aun sabiendo que se quedaría sin dinero antes de haber terminado, Cassavetes empezó a rodar la película.
El rodaje… bueno, tuvo que ser un follón. Cassavetes se quedó dos veces sin dinero y tuvo que sablear de nuevo al conde y a otros inversores. Esto no quitaba que actores y equipo vivieran a todo tren en hoteles y restaurantes de cuatro estrellas, y que Cassavetes, Falk y Gazzara, en otro ejemplo de difumine entre realidad y ficción, se dedicaran a ir por las noches a apostar en casinos. ¡Y encima ganaban! Durante unos días la producción se benefició de esas farras ganadoras.
Cassavetes consiguió terminar la película, aunque fuera con la lengua fuera. Por supuesto, no tenía un céntimo para distribución ni publicidad, y debía dinero a todo el mundo, así que tenía que vender la película a algún estudio. Por suerte, Faces había sido un éxito comercial y artístico, y la gente tenía mucha curiosidad por ver lo nuevo que había dirigido Cassavetes.
A principios del otoño de 1969, Cassavetes tenía un montaje más o menos definitivo de Husbands. Se había encargado de ello Peter Tanner, un veterano montador británico que había trabajado en comedias clásicas de la Ealing. Tanner había explotado todo el humor de las interpretaciones del trío protagonista y había obtenido una versión divertidísima de la película. Con esta versión bajo el brazo, Cassavetes organizó dos pases para 1000 empleados de la Columbia.
Fue un éxito descomunal. La gente no paró de reírse, y los ejecutivos de la Columbia se frotaron las manos. Ofrecieron al director comprar la película allí mismo por un dineral. Cassavetes aceptó, aunque pidió que le dejaran retocar un poco el montaje, arreglar alguna cosa aquí y allá. Gracias al dinero de la Columbia, Gazzara, Cassavetes y Falk, que habían trabajado gratis para poder terminar la película, cobrarían por fin el sueldo más alto que habían recibido nunca por una película.

Y aquello era solo el principio. Una comedia tan divertida y con tanto encanto sacaría un porrón de millones en taquilla. Todo el mundo iba a ganar un montón de dinero con Husbands: Cassavetes, los actores, la Columbia… hasta el pérfido conde recibiría un buen pico por el dinero que adelantó en su momento.
Aquella noche mágica en la sala de proyección de la Universal (la había cedido a su rival para los pases, por alguna razón) todo eran abrazos, sonrisas y felicitaciones. Se hablaba de que Gazzara estaba tan divertido que sin duda conseguiría una nominación a los Oscars. ¡Qué película más fabulosamente divertida! ¡Como le va a gustar a todo el mundo! ¿Quién lo podía imaginar de Cassavetes? ¡Con lo cruda y desgarrada que era Faces! Y más abrazos, y más sonrisas. Y el que más sonreía y abrazaba era el propio John Cassavetes.
Y Peter Falk, que a lo largo del rodaje había hecho el viaje emocional de su personaje y se había convertido en amigo íntimo del director, le miraba sonreír y enarcar esas cejas diabólicas a las que tanto partido había sacado en La semilla del diablo el año anterior. Y Cassavetes debió de notar su mirada, porque entre sonrisa y saludo se inclinó hacia él y le susurró:
«Recuerda esta versión, porque no volverás a verla nunca».
Y siguió sonriendo y saludando.
Cassavetes despidió a su montador inglés y siguió remontando Husbands casi un año más. Su montaje ideal duraba casi cuatro horas, pero por contrato la Columbia exigió que durase un máximo de dos horas veinte minutos. Cuando se estrenó por fin, cortada, a finales de 1970, no gustó a nadie, ni siquiera a su director.²
NOTAS:
¹ La película de Elaine May, Mikey and Nicky, no se rodó hasta diez años más tarde. Fiel a su palabra, Cassavetes la protagonizó junto a Peter Falk.
² Husbands no está tan mal para mi gusto. Es muy Cassavetes, larga e incómoda de ver, pero a la vez sientes que estás viendo algo real, totalmente diferente a lo que sueles encontrar en las películas convencionales, y los actores están fabulosos. Lo que no es de ningún modo es una comedia. Y personal como es, no está a la altura de sus otras películas, sobre todo las que rodó con Gena Rowlands. Husbands es una peli muy de machos cabríos, contada con una mirada 100% masculina. Los personajes tratan tan mal a las chicas que conocen en Londres que en la versión estrenada el público les abucheaba y les llamaba «fascistas». Se nota que Cassavetes mejoraba cuando equilibraba su testosterona con la energía de Rowlands.
³ Las fotos que encabezan la entrada las tomé en la sala de mi casa. El copyright de las carátulas de dvds corresponde a los propietarios de las películas en cuestión, las uso exclusivamente a título ilustrativo.
Las otras fotos las he sacado de Wikipedia y están en el dominio público. Los autores de la foto son desconocidos.
La foto de Martin Landau y Peter Falk corresponde al rodaje de un episodio de Columbo y realmente no tiene ninguna conexión con Husbands ni con Cassavetes, pero me gustó tanto que he querido meterla de todos modos. Echo de menos a Landau, que nos dejó el año pasado. Y a Falk, claro. Hay gente que no debería morirse.
Toda la información sobre el rodaje de Husbands la he sacado de Cassavetes por Cassavetes, la monumental biografía que Ray Carney elaboró a partir de entrevistas con el director a lo largo de su vida, así como con docenas de familiares, amigos y colaboradores.
Carney es un personaje por derecho propio, con una visión tan radical como la del propio Cassavetes sobre lo que debería ser el arte cinematográfico. Por esto o porque quizá sea un liante ya ha tenido un par de trifulcas sonadas, una con el cineasta independiente Mark Rappaport, que le acusa de haberse quedado con los masters digitales de sus películas, que le había dado para que los llevase a París (Carney dice que Rappaport se los regaló), y otra con la familia Cassavetes al completo, a quienes acusa de traicionar el legado del director y conspirar para desvirtuar sus películas con nuevos montajes que las hagan más accesibles y comerciales. Solía tener una página web de estética myspace en la que contaba su versión de las broncas, y vendía allí sus libros directamente, pero parece que ya no está activa.
Carney ha llegado a acusar a Gena Rowlands de no haber entendido en absoluto la obra de su marido. Y él sí. Lo que teniendo en cuenta que Gena Rowlands participó en la creación de esas películas, y él no, demuestra bastante cuajo por parte de Carney.
Pero su libro Cassavetes por Cassavetes está muy bien.