De escorpiones y ranas (1 de 3)

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ORSON WELLES en Heartbreak House (1938), justo después de que alguien le explicase que no hace falta maquillaje para actuar en la radio.

Peter Bogdanovich es lo más parecido a Truffaut que ha dado el cine estadounidense, si no en talento o estilo, sí al menos en la transición de crítico apasionado a director de cine de éxito.

Bogdanovich llevaba desde la preadolescencia recopilando fichas sobre todas las películas que había visto donde anotaba fechas, datos y su valoración, y para cuando empezó a escribir sobre cine en revistas parecía haber visto todas las películas del mundo, o al menos, todas las de Hollywood. Al igual que el francés, idolatraba a los grandes colosos del Hollywood clásico, como John Ford, Howard Hawks u Orson Welles. Tuvo la suerte de entrevistarlos a todos en una ocasión u otra, y sus monográficos sobre Ford y Hawks fueron en su momento de lectura obligada para conocer más sobre la creación de algunas obras maestras del cine estadounidense.

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Me llamo John Ford, muchacho. Hago westerns. Soy un hombre sencillo, humilde, sin nada de ego. Venga, sácame la foto en este rinconcillo. La luz es mejor.

Para cuando los conoció, Ford y Hawks ya estaban hacia el final de sus carreras, viejos leones que veían con incomodidad cómo una nueva generación estaba tomando el control de la industria del cine y relegándolos a ellos a los libros de historia. Tras el éxito de The Last Picture Show, Bogdanovich se uniría a ese grupo de directores que formaron el Nuevo Hollywood de los 70, aunque realmente él no acabó de encajar ni entre los moteros ni los toros salvajes de los que hablaba Peter Biskind. Bogdanovich no quería romper con el pasado del cine, sino unirse a él. La propia The Last Picture Show homenajeaba sin disimulo a Hawks y a Ford: La última película que se proyecta en el viejo autocine del pueblo donde transcurre la acción es Río Rojo, de Hawks, y el alma de la historia reside en el personaje del dueño del cine, interpretado por Ben Johnson, que formaba parte de la ‘compañía de repertorio’ de John Ford. Johnson hizo todo tipo de papelitos en westerns de Ford, Peckinpah y otros, pero fue interpretando a Sam the Lion en la peli de Bogdanovich como se ganó un Oscar.

El hombre que mató a Lonesome Dove

 

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PETER BOGDANOVICH– En los primeros 70 encadenaba un éxito tras otro y parecía que podría llegar a ser Steven Spielberg. Hasta que llegó Steven Spielberg.

La mirada nostálgica de Bogdanovich hacia el pasado del cine le jugó una mala pasada cuando intentó poner en pie un proyecto que podría haber supuesto el broche de oro al cine clásico del oeste: una gran película épica que juntase a John Wayne, James Stewart y Henry Fonda para una última gran vaquerada. El autor del guion fue Larry McMurtry, que había escrito la novela en la que se basó The Last Picture Show, y según Bogdanovich era una auténtica maravilla. Stewart y Fonda estaban de acuerdo en hacerla. John Wayne ya estaba medio convencido, lo que no es de extrañar, porque los buenos guiones del oeste eran cada vez más raros en aquella era crepuscular, dominada por las ensaladas de tiros de Sam Peckinpah y el manierismo más o menos inspirado de Andrew V. MacLaglen. Pero Wayne seguía teniendo esa extraña relación paterno-filial con John Ford que duraba ya más de cuarenta años, y antes de firmar decidió consultarlo con Pappy Ford.

Bogdanovich había escrito un libro muy halagador sobre John Ford, y la entrevista que grabó con él, aunque lastrada por el personaje lacónico y anti-intelectual que Ford se empeñaba en interpretar cuando se hablaba de sus películas, fue cordial. Es probable que Bogdanovich pensara que Ford le daría su bendición y le pasaría la antorcha, por así decir. Quizá incluso hablase con sus amigos Navajos para que tratasen bien al muchacho cuando fuesen a rodar a Monument Valley.

Umh, no.

Ford le aconsejó a Wayne que no hiciera la película de marras. Que seguramente sería una parodia del viejo oeste, con muchos zooms y tiroteos modernos, con un subtexto anti-Vietnam, y que todo el mundo se reiría de él por haber picado. Y Wayne le hizo caso.

Así murió uno de los proyectos más fascinantes de los 70. Bogdanovich no se volvió a plantear un western en su carrera. Por su lado, Larry McMurtry se desquitó de la decepción convirtiendo el guion en un pedazo de novela en todos los sentidos titulado Lonesome Dove.

 

Hablemos de por qué tu peli es una mierda

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«Vamos, que la he liao parda». Orson Welles, en la rueda de prensa que dio justo después la emisión de La guerra de los mundos, el 31 de octubre de 1938.

Con Ford pinchó en hueso, pero con Orson Welles Bogdanovich tuvo más suerte. Se conocieron cuando Bogdanovich fue a entrevistarle a finales de los sesenta, e iniciaron una amistad que, con serios altibajos, se prolongó hasta la muerte de Welles en 1985. Esta conexión se ha prolongado hasta hoy. Hace unos días se publicaba que The Other Side of the Wind, la legendaria película perdida de Welles, está a punto de completarse gracias al padrinazgo de Netflix y podría ser estrenada en el próximo Festival de Cannes. Bogdanovich, que tiene un pequeño papel en ella, figura como productor ejecutivo del proyecto 

En su jugoso libro This is Orson Welles, que recopila casi dos décadas de entrevistas con Welles, Bogdanovich cuenta cómo fue su primer encuentro. Todos cuantos le conocieron coinciden en que Welles era una persona extremadamente seductora, capaz de regalarte los oídos con anécdotas y chistes y confesiones que te hacían sentir la persona más importante del mundo, su amig@ del alma, su cómplice en cualquier crimen que te propusiera.

Marlene Dietrich dejó dicho que después de estar un rato con Orson Welles se sentía como una planta a la que hubieran regado. Incluso el escándalo que rodeó Ciudadano Kane estuvo a punto de quedar en nada, después de que Welles usara su magia en una cena con Louella Parsons, cotilla profesional y mamporrera oficial de W. Randolph Hearst, que había quedado con él para averiguar si la película era realmente una biografía velada de su jefe. (El encantamiento lo rompió la gran rival de Louella, Hedda Hopper, que disfrutó señalando que Welles se había cachondeado de ella al negar la evidencia sobre Kane).

Imaginad cómo se sentiría un cinéfilo como Bogdanovich cuando Welles aplicó el ‘efecto Welles’ sobre él.

«Ya había entrevistado y conocido a un buen número de los grandes nombres legendarios del cine, desde John Ford y Alfred Hitchcock a Cary Grant y John Wayne. Pero Orson Welles fue el primero cuya presencia no me intimidó tanto porque inspiraba una sencillez y franqueza que no hubiera creído posible puesto que nos separaba un cuarto de siglo de diferencia de edad. Hubo una sensación extrañamente conspiratoria entre Orson y yo que sentimos casi de inmediato: la sensación de que hacía ya muchos años que nos conocíamos.

Era tan extraordinariamente encantador que enseguida me sentí cómodo diciéndole sólo la verdad: incluso le dije que había una película suya que no me gustaba en absoluto: El proceso.

-¡A mí tampoco! -me dijo con vehemencia.

Me pareció que esta confesión recíproca reforzaba nuestro común acuerdo en todo.»

Bien, como ocurría a menudo con Welles, tanto encanto no era 100% desinteresado. Como expliqué un poco más arriba, Bogdanovich ya había publicado su monográfico sobre John Ford, con una larga entrevista con el director, y Welles estaba interesado en que escribiera otro libro sobre él mismo. Cuando tuvo lugar el encuentro, en 1968, la carrera del creador de Kane estaba en horas bajas, incluso para los magros estándares de su carrera post-Hollywood. Es probable que abrigara la esperanza de que el libro hiciera que se acordasen de él en Hollywood, y le ofreciesen la oportunidad de volver a casa, como casi estuvo a punto de suceder en los años 50 con Sed de mal.

Si éste era el plan maestro de Welles, como tantos otros a lo largo de su vida, no funcionó. La carrera como director de Bogdanovich despegó aquel mismo año, y entre esto y lo otro no escribió el libro sobre Welles hasta muchos años después de la muerte de éste. Hollywood nunca volvería a ofrecer ningún proyecto a Welles, y él mismo no sería capaz de estrenar más que otro film, el documental F for Fake, a su manera tan adelantado a su tiempo como lo fue Citizen Kane, pero mucho menos visto fuera del mundo de la cinefilia.

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‘Et tu, Brute?’  Orson Welles en una foto publicitaria de su Julio César (1938) allá por la época en que en Broadway había más cosas que El rey león y Les Miserables.

(A título personal diré que El proceso me parece una película maravillosa, hasta la fecha la mejor recreación del universo de Kafka en el mundo del cine, y que Bogdanovich fuera incapaz de detectarlo me parece una gran cantada por parte que alguien que se preciaba de su ojo cinéfilo.)

 

Con todo, en algún momento la relación interesada de Welles con Bogdanovich se convirtió en una verdadera amistad. Lo demuestra algo que ocurrió unos meses después de aquel encuentro mágico donde al hombre más joven le pareció que conectaran tan profundamente. De algún modo volvió a salir el tema de El Proceso, y Bogdanovich sintió, como nos ocurre a veces a los blogueros, la necesidad de contarle a su director en detalle por qué la película le parecía una puta mierda.

«…Orson me interrumpió de repente con brusquedad:

—Me gustaría que no insistieras en decir esas cosas.

—¡Oh, yo creí que a ti tampoco te gustaba esa película!

—No, sólo lo dije para complacerte. Me gusta mucho —replicó Orson—. Pero tengo una impresión más pobre de la obra de mi vida de lo que puedes suponer, y cualquier cosa negativa que oigo de un amigo o leo en una persona a la que respeto vagamente, reduce este pequeño tesoro que tengo.»

Las relaciones públicas del mundo del espectáculo tienden a engrandecer a los artistas, en el peor sentido de la palabra, hasta hacerlos menos humanos, menos falibles, quizá, pero también menos vulnerables de lo que realmente son. Estos procesos nunca salen bien; son el origen de esas reputaciones de artistas difíciles, donde patrones de conducta abusiva hacia las personas con quienes trabajan se diluyen hasta quedar en anécdotas divertidas, o peor, en atributos del genio creador.

O bien nos hacen creer que nada de lo que hagamos o digamos les va a afectar, porque es tan evidente su talento y su calidad artística que una crítica feroz debería ser hasta sana y recomendable para mantenerlos en forma. 

Nunca deja de maravillarme la necesidad de aceptación que sentía Orson Welles, niño prodigio de la radio, el teatro y el cine estadounidense, para seguir la corriente de esa manera a un joven crítico que hasta esa fecha no había hecho nada más relevante que publicar unos cuantos libros y artículos en revistas del gremio del espectáculo. Ni la generosidad que mostró poco después hacia alguien para quien las decepciones profesionales y las catástrofes vitales estaban todavía lejos en el futuro, al admitir que eso era exactamente lo que había hecho.

 


NOTAS:

Todas las fotografías han sido tomadas de Wikimedia. La foto de Welles con maquillaje de viejo procede de la revista Radio Guide, y está en el dominio público por no haber renovado el copyright. La foto de Welles como Bruto es una foto publicitaria que fue portada de la revista Stage en junio de 1938. Del fotógrafo sabemos que se apellidaba Vandamm. Igualmente en el dominio público por no renovar el copyright. La foto de Welles con carita de susto fue publicada como anuncio en la revista Billboard en 1945. De nuevo, en dominio público al carecer de copyright.

En todas estas fotos, que corresponden al momento de mayor éxito comercial de Welles como creador teatral y radiofónico, éste tenía 23 años.

La foto de Peter Bogdanovich es de marzo de 2008 y fue subida a la Wikipedia con una licencia de Creative Commons por el o la usuari@ Eliaws.

Las citas proceden de las páginas 20-21 de la edición de Grijalbo del libro de Bogdanovich, retitulada como Ciudadano Welles, y publicada en 1994. La traducción es de Joaquín Adsuar.

 

Bonus:

Hace poco (febrero 2019) he encontrado en Wikipedia este clip de un viejo reportaje de la Work Progress Administration, el proyecto federal creado por Roosevelt para incentivar el empleo en las artes en Estados Unidos. Según la persona que colgó el clip (que está en el dominio público), es la única grabación existente del Voodoo Macbeth dirigido por Orson Welles…

 

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