No hay Dos sin Tres

Tercer hombre para en los bosques angel mirou

El tercer hombre (1949) es probablemente la mejor película de espionaje en la que, técnicamente, no sale ningún espía.

De Harry Lime, el personaje que interpreta Orson Welles, sabemos que tiene algún acuerdo con los soviéticos por el cual, a cambio de información, le permiten dirigir sus negocios ‘opacos’ desde el sector ruso de Viena. Pero la razón por la que es perseguido hasta la muerte por la policía británica son las muertes que ha provocado su contrabando de penicilina adulterada. Así que esto no va de espías.

¿O sí?

Como Casablanca, pero sin la Marseillaise

Algunos clásicos del cine sufrieron en su estreno, y solo mucho más tarde fueron reconocidos como las obras maestras que realmente son. ¿Ciudadano Kane? A pesar de los carteles que intentaban asegurar al público de que era ‘Terrific!’, no hubo mucha gente interesada en verla. Qué bello es vivir fue un fracaso de taquilla en su día, mucho antes de convertirse en el clásico perenne de las navidades. Y La noche del cazador… en fin, no me hagáis hablar de La noche del cazador.
The_3rd_Man_trailer_screenshot_1Otras películas, en cambio, nacen con buena estrella. La producción se desarrolla sin grandes contratiempos, los creadores están satisfechos con el resultado, a los críticos les encanta la película, y la gente hace colas interminables para verla. Así fue con El tercer hombre, un clásico instantáneo que ha tenido un buen envejecer gracias al rodaje en localizaciones reales y a su tono cínico y desilusionado. Por alguna razón, la desilusión con el mundo nunca pasa de moda.

Si puede existir una receta para crear una obra maestra, un ingrediente importante es que nadie en el equipo tenga la pretensión de hacerla. Graham Greene cuenta el origen del proyecto del modo más prosaico posible: el productor, Alexander Korda, tenía beneficios de taquilla bloqueados en Austria y para aprovecharlos debía rodar una película en ese país. Como Greene se había entendido bien con el director Carol Reed en El ídolo caído, le propuso que se diera una vuelta por Viena y escribiera algo para rodar allí.

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GRAHAM GREENE en 1939: Con su aire de eterno asombro y su querer por las bebidas alcohólicas, Greene es el modelo perfecto del ingenuo escritor de westerns que encarnó Joseph Cotten.

Greene aseguró repetidas veces que la historia se le ocurrió allí, aunque Charles Drazin, el autor de una monografía sobre El tercer hombre, ha rastreado documentos que prueban que el escritor llevaba años jugando con la idea de un drama sobre un hombre que descubre que su mejor amigo muerto no estaba tan muerto como pensaba, ni era tan amigo suyo como recordaba.
En cualquier caso, Greene cuenta en sus memorias cómo viajó a Viena y husmeó por los ambientes sórdidos de la ciudad buscando inspiración para un buen thriller. Pasaron dos semanas y, según él, aún no había sacado nada en claro. Entonces, la víspera de su partida, almorzó con un oficial del servicio de inteligencia británico, que le habló de la policía que vigilaba la red de alcantarillado, y del mercado negro de penicilina adulterada que tantos problemas estaba creando en la ciudad. Y ahí estaba la historia.

Ese almuerzo no fue casual, por supuesto. Graham Greene era ya un escritor de éxito, y sus contactos o los del legendario Korda le abrían puertas allí donde iba, pero en este caso había una conexión más directa, en el hecho de que el escritor había trabajado para el SIS, el servicio de inteligencia secreta durante la guerra.

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ALEXANDER KORDA: su rotundo físico austrohúngaro le habría hecho perfecto para interpretar a alguno de los socios de Harry Lime.

En efecto, Greene fue un espía. No muy bueno, ni de una categoría muy elevada, pero lo fue. Se pasó buena parte de la guerra destinado en Sierra Leona, quizá porque sus superiores sospechaban que no se lo tomaba muy en serio. Sus mensajes no ayudaban a disipar esa impresión, como la vez que escribió a la central para sugerir que abrieran un burdel desde el que espiar a los marinos de la base de acorazados de Dakar, en Senegal, controlada por entonces por la Francia de Vichy. Qué papel se habría reservado él mismo en la operación ( ¿De cliente regular? ¿De madamo?) no está claro. A su regreso a Inglaterra se incorporó a la subsección del MI6 dedicada a la Península Ibérica. Allí su supervisor era Kim Philby.

El otro tercer hombre

Si os interesa el tema del espionaje durante la guerra fría, el nombre de Kim Philby os será familiar. Para quien no lo conozca, os pongo rápidamente en antecedentes: en los años 30 la Unión Soviética reclutó a una serie de jóvenes británicos de ideas socialistas para que espiasen para la nación de Stalin. Algunos eran personas de clase alta, que habían estudiado en colegios y universidades de prestigio y tenían contactos del más alto nivel en todas las ramas del gobierno y el poder económico.

La sociedad británica era entonces tan esnob que la clase social de estos espías les hacía invulnerables a cualquier sospecha de traición, incluso a pesar de tener antecedentes de activismo de extrema izquierda, en una época en que el temor y la paranoia de los gobiernos occidentales respecto a las actividades subversivas del comunismo era más alto que nunca. Si eras un joven de clase obrera y repartías folletos apoyando una huelga general o te alistabas en las Brigadas Internacionales para luchar por la República Española, la policía tendría un dossier sobre ti como sospechoso de traición; pero si eras de buena familia, tenías el acento adecuado y pertenecías a un buen club, nadie en su sano juicio pensaría que pudieras hacer nada contra tu país, quizá por el razonamiento de que tenías demasiado que perder en caso de una revolución bolchevique. Eras el espía perfecto.

Los más sonados de estos durmientes plantados en el corazón del establishment británico fueron los llamados «5 de Cambridge», un término confuso puesto que cuatro nombres están claros, pero sobre el quinto no parece haber acuerdo entre varios candidatos. En cualquier caso, el que llegó más lejos y recogió más información valiosa para Moscú fue Kim Philby. También fue el que causó más daño, por ejemplo al delatar a cuantos agentes albanos intentaron penetrar en el país balcánico y actuar contra la dictadura estalinista de Enver Hoxha, y que eran «misteriosamente» detectados y ejecutados nada más poner un pie en la región.

Los años de la guerra cuando el Reino Unido y la Unión Soviética fueron aliados contra Alemania fueron los más provechosos para el círculo de espías, que seguía pasando información ultrasecreta a Moscú sin que nadie pusiera mucho empeño en vigilar lo que hacían. La fiesta terminó con el inicio de la guerra fría. Poco a poco los servicios de inteligencia británico y estadounidense empezaron a prestar más atención a lo que ocurría en sus propias casas. En pocos años empezaron a identificar y cazar a los agentes dobles al servicio de la URSS.

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KIM PHILBY en un sello de la antigua URSS emitido dos años después de su muerte.

En 1951 dos de los espías fueron identificados, pero lograron huir a la Unión Soviética antes de ser detenidos y procesados. Esto dejó en una posición casi imposible a su colega y amigo más directo, el propio Philby. Con mucha sangre fría, éste aguantó el chaparrón, incluso después de que su nombre se filtrara a la prensa y los periodistas le pusieran la etiqueta de «tercer hombre» junto a los dos huidos. La investigación sobre su persona y sus actividades no arrojó ningún resultado, y el gobierno acabó por declararle libre de sospechas en 1955.
Por supuesto, una sombra de duda siguió planeando sobre su cabeza, pero la mística del «old boys’ club» era tal que la mayoría siguió pensando que alguien tan majo y de tan buena familia como Philby no podía ser un traidor. Tras unos años en dique seco, el MI6 volvió a contar con sus servicios, esta vez desde Oriente Medio. Sin embargo, en 1963 las pruebas contra él eran ya abrumadoras. Nicholas Elliott, un agente que había sido íntimo de Philby cuando ambos eran jóvenes, fue despachado al Líbano para hacerle confesar. El encuentro parece sacado de las páginas del guion de Greene para El tercer hombre: los dos amigos que se encuentran de nuevo tras muchos años y fingen la vieja camaradería, mientras cada uno se pregunta si el otro sacará una pistola y le reventará la cabeza de un tiro. La historia de Philby tiene un final más ‘feliz’ comparado con la de Harry Lime. Logró huir a la Unión Soviética, donde pasó el resto de su vida, aburrido y solo, cargado de medallas pero abrumado por la necesidad de contar a quien le quisiera escuchar que no se arrepentía, que él había luchado por una causa superior a las naciones, que no era un traidor.

Muchos piensan que Elliott le dejó escapar. Para evitar al Estado británico el escándalo de un juicio público o para saldar una deuda de amistad, o por sentimentalismo. ¿Quién sabe lo que pasa por la cabeza de los espías?

Regreso a Viena

Philby y Cotten
A la izquierda, Kim Philby saca pecho para defender su inocencia: «yo no soy el tercer hombre». A la derecha, en el Prat, Holly Martins espera a su «amigo» Harry.

Volvemos a Greene y el Tercer hombre. Ya hemos dicho que Greene trabajó a las órdenes de Philby y le conocía bien. Esto le permitió ser testigo del comportamiento inusual de su jefe, por ejemplo cómo bloqueó durante años los contactos entre un abogado alemán afincado en Lisboa que pretendía poner en contacto a los británicos con un núcleo de resistencia anti-Hitler dentro de Alemania con vistas a promover actividades que hicieran posible algún tipo de golpe que derribara o al menos debilitara a los nazis. Stalin se oponía a estos contactos, porque temía que una paz negociada entre los países occidentales y una Alemania relativamente intacta fuera contra los intereses de la URSS. Lo más probable es que nada de aquello hubiera influido en el curso de la guerra, pero ¿por qué tanto esfuerzo de Philby en ese sentido, a menos que sus intereses se alineasen con los de Stalin?

 

Además, cuando se dio a la Alemania nazi por amortizada y comenzó una reestructuración de departamentos por el cual la Unión Soviética pasaba a ser el principal rival, Philby recurrió a toda clase de marrullerías y puñaladas traperas para conseguir que le asignasen precisamente el departamento de contraespionaje soviético. Greene contó años más tarde que se vio metido en las intrigas de Philby sin comerlo ni beberlo, e incluso podría haber logrado un ascenso a resultas de ellas. En vez de ello cogió la puerta y dejó el MI6.

Sin embargo, la conexión entre Philby y Greene duró toda la vida de ambos. Con el espía ya exiliado en la URSS, Greene escribió el prólogo a la edición en inglés de las memorias de Philby My Silent War, en las que éste hablaba con verdadero afecto de sus años trabajando con Greene.

En ningún momento confesó Greene haber adivinado que Philby trabajaba para los rusos (entre otras cosas, esto le habría valido una acusación de complicidad a posteriori). Sin embargo, haber observado de cerca el comportamiento de su jefe y su salida repentina sugieren que algo le olía a quemado.

Y hay más.

En su viaje de documentación a Viena Greene conoció a otro personaje aparte del joven oficial del servicio de información. Se llamaba Peter Smollett y era el corresponsal del Times en Viena. Smollett había escrito una serie de cuentos ambientados en la Viena de posguerra y el mercado negro. Greene se inspiró en estos cuentos para añadir color local. A cambio Smollett fue contratado por la productora de Korda como «asesor», sin derecho a un  crédito en la película. Greene dejó a Smollett fuera de todas sus historias sobre la creación de  la película.

Smollett también conocía a Philby. Y también espiaba para los rusos.

El tercer «tercer hombre»

Hans Peter Smolka nació en Viena en 1912. En 1933 emigró al Reino Unido y adquirió la nacionalidad británica. Fue entonces cuando cambió su apellido de Smollett a Smolka. Trabajó de periodista para el Daily Express, y durante la guerra para el Ministerio de Información, encargado de la sección rusa que elaboraba propaganda pro-soviética para explicar a la población por qué era bueno que el Reino Unido fuera aliado de Stalin. Al mismo tiempo era un agente del NKVD, pero al contrario que los 5 de Cambridge, no fue descubierto en vida. Llegó incluso a recibir la Orden del Imperio Británico en reconocimiento a su distinguida carrera como periodista.

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PETER SMOLLETT  (a la izquierda) durante un acto de homenaje al Ejército Rojo en Londres en 1944. El físico poco agraciado de Smolka/Smollett provocaba comparaciones desdeñosas con los personajes siniestros de Sidney Greenstreet, pero fue lo bastante inteligente como para evitar ser detectado como espía soviético.

Smolka y Philby se conocieron en condiciones más que dramáticas. En febrero de 1934 el enfrentamiento entre el grupo armado socialista Schutzbund y la dictadura de derechas de Dollfuss estalló con toda su virulencia en la capital de Austria. El barrio izquierdista Karl Marx Hof fue bombardeado por los cañones del ejército y murieron cientos de personas antes de que el gobierno restaurase el control de la situación.

 

Philby, cuando todavía era un activista de izquierdas, viajó a Viena para apoyar la causa socialista. Allí entabló relaciones con una joven comunista llamada Litzi Friedmann, quien a su vez le presentó al joven Smolka. Escudado en su papel de miembro de una organización humanitaria, Philby ayudó a muchos activistas socialistas a huir del cerco del ejército por las alcantarillas de la ciudad.

Cuando acabaron los combates, Friedmann corría peligro de ser arrestada o peor. Así que Philby dio un paso al frente como buen caballero inglés y le propuso matrimonio. Se casaron el 24 de ese mismo mes de febrero. Dos meses más tarde, ya con pasaporte británico, Litzi Philby acompañó a su esposo al Reino Unido.

La trama nos recuerda bastante a la película de Carol Reed, pero de nuevo podemos hablar de un final feliz. Bueno, más o menos: Ese mismo año Philby fue reclutado por el NKVD, y comenzó a crearse una identidad de anticomunista que culminó en el día que Francisco Franco le impuso una medalla durante la guerra civil española. En este nuevo papel, estar casado con una extranjera comunista exiliada no encajaba demasiado. Por eso Philby y Litzi, que estaba al tanto de sus actividades de espionaje, acordaron separarse en 1937 por el bien de la causa. Ella se mudó a París, aunque siguió casada con Philby hasta 1946.

¿Y Peter Smolka? Él también acabó en Londres y a finales de 1934 abrió una agencia de noticias europeas en colaboración con Philby, quien de acuerdo con los documentos entregados por un desertor soviético le había reclutado para el NKVD. La agencia no duró mucho, y desde entonces Smolka/Smollett y Philby rompieron el contacto. Al parecer Smollett era una figura que despertaba recelo tanto entre los británicos como entre los soviéticos, y éstos dieron instrucciones a su preciado agente doble para que se mantuviera alejado de él. Las carreras de los espías Smollett y Philby no se volvieron a tocar, pero evidentemente, Smollett sabía más sobre Philby y su círculo de Cambridge de lo que a éste le habría gustado.

Goodnight, Vienna

Y así llegamos a febrero de 1948, cuando Greene se encontró con Smolka (ahora que vivía en su ciudad natal, volvía a firmar sus trabajos como Peter Smolka). Ambos quedaron para cenar y, según el biógrafo de Greene, la conversación se prolongó hasta altas horas de la madrugada.
¿Hablaron de su amigo en común, de su encuentro en la Viena en llamas del 34; de sus huidas por los túneles del alcantarillado; de la joven en peligro que necesita a toda costa un pasaporte para salir del país? ¿Dejó Smolka caer alguna indirecta sobre Philby y sus supuestas lealtades? En la película figura un Café Smolka, en homenaje al colaborador sin acreditar. Sentado en la oscuridad de algún cine de Londres, ¿sentiría Philby que Greene le estaba enviando un mensajito en clave?

Pues igual no. Pero es más divertido pensar que sí.

Hacia el final de su vida, alguien preguntó a Philby cuál era su mayor deseo antes de morir, a lo que éste respondió: «Sentarme frente a Graham Greene, con una botella de vino entre ambos.»

La glasnost de Gorbachov le permitió cumplir el deseo. Dos años antes de la muerte de Philby, Greene le visitó en su piso de Moscú. Volvieron a verse varias veces. Según la viuda de Philby, fueron reuniones muy emotivas, en las que abundó el vino y las risas al recordar anécdotas de la guerra.

 


NOTAS:

¹ La principal información sobre Greene, la creación de El tercer hombre y su conexión con Kim Philby proceden de In Search of the Third Man, de Charles Drazin, publicado por Methuen en 1999. Es un libro con una estructura extraña, pero lleno de información interesante. La historia completa de Philby y su carrera como agente doble la ha contado muy bien Ben MacIntyre en su A Spy Among Friends, publicada por Broadway Books en 2014. Hay edición en castellano.

Sobre la carrera de Graham Greene como espía y sus ideas para utilizar burdeles como tapadera para espiar al enemigo he leído en La guerra secreta, de Max Hastings, publicada en castellano por la editorial Crítica en 2016.

Sobre Peter Smolka hay aquí un interesante artículo de Peter Foges, cuya familia fue íntima del periodista y agente doble. Al parecer, Smolka fue el padrino de Foges en su bautizo, allá por 1944.

Además de Smolka, otros dos escritores participaron (que se sepa) en el guion de El tercer hombre sin ser acreditados: Mabbie Poole y Jerome Chodorov.

Alexander Korda se merecería una entrada o más en exclusiva. El mayor de la familia Korda, que tuvo un peso enorme en la industria del cine británico hasta su muerte en 1956, ocultaba tras una elegancia y unos modales exquisitos el alma de un pirata. Era la clase de persona que no dudaba en provocar un accidente de tráfico o incendiar un laboratorio si eso le libraba de un compromiso de negocios. Durante la producción de El tercer hombre libró una batalla de ingenios contra el también legendario David O. Selznick, que coprodujo la película, y fue el estadounidense quien llevó la peor parte.
De Korda se cuenta la anécdota de cuando le lió una parda a otro célebre productor británico, Michael Balcon, Éste, desconcertado porque Korda no pensaba cumplir una promesa dada, le reprochó: «¡Pero Alex, teníamos un acuerdo de caballeros!» A lo que Korda respondió: «Ah, pero Mickey, ¡para eso hacen falta dos caballeros!»

² Las fotos del libro de Drazin y del interior del libro de Macintyre las tomé en la sala de mi casa. Los derechos corresponden a las respectivas editoriales o a quienes se las cedieron, y las incluyo aquí a título ilustrativo.

La foto de Peter Smollett la encontré en el artículo de Foges. Los derechos corresponden a Getty images, y de nuevo la incluyo aquí con fines ilustrativos.
Las demás fotos proceden de Wikimedia y están todas en el dominio público.

³ Smollett tuvo un encontronazo con otro gran autor británico: En su faceta de agente doble parece haber logrado que el editor Jonathan Cape rechazara el manuscrito de Rebelión en la granja de George Orwell, con el argumento de que era «propaganda anti-soviética malsana». Orwell le devolvió el favor incluyéndolo en su lista de cripto-comunistas, agentes subversivos y compañeros de viaje. Resumió su opinión sobre él tachándole de «casi con seguridad alguna clase de agente» y «una persona muy resbaladiza». Toda la historia sobre Orwell y su denuncia de posibles agentes pro-soviéticos la cuenta Timothy Garton Ash aquí.

 

 

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