Lady Laura

Laura_Queens_Hall_Edinburgh_2009

El Romanticismo, con su tendencia a justificar la violencia en nombre de raíces ancestrales, es responsable de muchos de los males que sufrimos en la actualidad. En contrapartida, podemos citar la democratización de la producción cultural como uno de los efectos positivos que produjo.

Cuando las élites reivindicaron el genio de los pueblos a través de las tradiciones orales en música y relatos, hicieron posible el salto lógico que supuso la reivindicación de los músicos de origen humilde como artistas por derecho propio. Y así fue que el siglo XX fue testigo de una explosión de creatividad que permitió, por unas pocas décadas, a individuos geniales que por su origen en el pasado habrían estado condenados a la oscuridad, abrirse paso hasta los niveles más altos de las sociedades occidentales. Un camionero del estado más pobre de la Unión podía ser el rey del Rock y cuatro chavales de una ciudad industrial en declive podían ser más famosos que Jesucristo, y una muchacha de padre desconocido y criada en sucesivos hogares de acogida podía convertirse en la encarnación del sexo y el deseo más potente desde la Afrodita de Pafos.

Esa época se acabó, dicen muchos. Beyoncé podría ser la última megaestrella. El desarrollo de internet se llevó por delante el viejo modelo de la industria musical, que producía sucesivos fenómenos de masas que llenaban estadios por todo el mundo y eran adorados como semidioses por millones de fans. La atomización de las audiencias se ha cargado eso. Puedes vender millones de discos y medio mundo sigue sin tener ni idea de quién eres, porque está escuchando otras cosas por la red.

En cierto modo, esto podría parecer un paso más en la democratización de la producción cultural, y hasta cierto punto lo es. Los grandes estudios de grabación llevan años en crisis porque hoy en día cualquiera puede grabar sus propios discos con una mínima inversión en hardware, y el sonido resulta aceptable para dos generaciones de consumidores criados con mp3. Para tener una carrera en la música sólo hace falta un repertorio de canciones decentes, equipo para grabarlas y una conexión a internet.

Eso sí, no cuentes demasiado con ganarte la vida con ello.

Por supuesto, la posibilidad de que un músico se convirtiera en una estrella de rock multimillonaria siempre fue tan remota como sacar el gordo de la lotería, pero durante unos pocos años esa lotería funcionó igual para los ricos o para los pobres. Podías ser un don nadie y conseguirlo, o podías ser un niño rico con todas las conexiones posibles en la industria del espectáculo y no comerte una rosca. (Relativamente hablando. Hay que ser Enrique Iglesias para llegar a ser Enrique Iglesias. Pero ni todo el dinero de Enrique Iglesias le hizo llegar a ser Michael Jackson. O Elton John.)

Esto ha cambiado. Y no es un fenómeno extraño, claro. Igual que todos los indicadores económicos señalan que las sociedades se están volviendo más y más desiguales hasta extremos que no se veían desde el siglo XIX, también en las industrias culturales se aprecia una creciente desigualdad en las oportunidades en función de la clase social a que pertenezcas. En los medios británicos se habla de la desaparición de los actores de origen obrero en la primera línea del cine y el teatro, copada por intérpretes nacidos en familias acomodadas. ¿Va a suceder lo mismo en la música? ¿Son estos artistas los mejores en su campo? ¿O solo aquellos con los medios económicos y los contactos necesarios para sacar todo el partido posible a su talento? Porque el talento lo tienen. Sin duda.

Laura Marling, por ejemplo.

Retrato de la artista adolescente

Lo primero que llamó mi atención de Laura Marling cuando empecé a escuchar sus canciones allá por 2009 fue su voz. Aterciopelada, un punto grave, con la madurez de alguien que ha pasado ya por varias vidas. Lo segundo que llamó mi atención fueron sus letras: ricas en lirismo, algo oscuras, pero de esa oscuridad que genera no confusión, sino conexiones con la vida de un@ mism@. ¡Oh, está hablando de lo que me pasa en estos momentos! Bien, quizá no, pero la organización de las frases te invita a pensar que sí, que hay una verdadera conexión emocional entre esas canciones y tu vida.

 

Pero bueno, tampoco hagamos demasiadas cábalas de ello. Esto ha sido el pan y la mantequilla de la música pop desde que alguien aceleró los gorgoritos de Elvis en That’s Alright Mama.

La tercera cosa que llamó mi atención de Laura Marling es su edad. Su primer disco salió a la venta cuatro días después de su 18 cumpleaños. La primera reacción es entusiasmo. ¡Qué precocidad! ¡Qué genio en estado puro! ¡Mary Shelley rediviva, concibiendo un nuevo género literario con apenas 19 años!

La segunda reacción es de recelo. ¿Es real esto que veo o un producto diseñado por una industria que persigue la juventud a cualquier precio? Esta duda me obliga a indagar en el personaje.

Kind Hearts and Coronets

Descubro que Marling es hija de un baronet, un título de nobleza exclusivo del Reino Unido que caería entre la baronía y la hidalguía. No es un título que aparezca en el Domesday Book de Guillermo el Conquistador: fue creado en el siglo XIX para premiar a un tal Samuel Marling, fabricante textil y político liberal. Otro antepasado de Laura, Sir Percival Scrope Marling, ganó en 1884 una Cruz Victoria al comienzo de la campaña de Sudán que culminó en la muerte de Gordon en Jartum.

Percival_Marling_VC
SIR PERCIVAL MARLING. Cuando estaba solo en su tienda de campaña, sus hombres le oían tocar la guitarra y cantar canciones folk. Si alguien entraba en la tienda, dejaba de tocar y fingía una carraspera.

Los Marling tenían una mansión rural en Gloucester, pero para cuando nació Laura hacía años que la habían convertido en apartamentos y vendido a una inmobiliaria. Laura nació en Berkshire, y creció en una granja cerca de Wokingham, donde su padre tenía un estudio de grabación. Su mayor contribución a la música puede haber sido grabar There She Goes, de The La’s. Laura creció entre instrumentos y discos de folk rock de los setenta. Para empezar a aprender a tocar la guitarra, su padre le enseñó el intro de The Needle and the Damage Done, la oda de Neil Young a sus amigos muertos por la heroína. Laura tenía seis años.

El estudio de papá Marling ya no existe. Cerró cuando éste se negó a invertir en ordenadores y mesas digitales. Supongo que no todos sus clientes eran tan puretas como Jack White. Pero como dice la canción de Neil Young, en el caso de Laura el daño ya estaba hecho. Para cuando cumplió los 16 ya estaba en Londres, viviendo con sus hermanas mayores y tocando en eventos locales con el suficiente éxito como para conseguir un contrato discográfico. Parece ser que en un primer momento intentó situarse en territorio Adele, o incluso Lily Allen: urbana, sofisticada, insolente, con acento de barrio….

No se la creyó nadie.

«Ripping off each other’s clothes in the most peculiar way»

Pero Laura no se desanimó. Cultivó la escena hipster, se unió a un grupo de neo folk rock que despuntaba, y aceptó su acento pijo. Y se curró las canciones. Y ya que tenía 17 años y había tenido una infancia idílica y una adolescencia en colegios caros, es probable que pensara que la estrategia ganadora sería escribir ficción.

Y así la música de Laura Marling se llenó de personajes. De cuentos escuchados en alguna parte o inventados en libretas de espiral. Vidas soñadas; temidas; deseadas. Las referencias literarias se multiplicaron: La Odisea en Devil’s Spoke; La novela corta Penélope y las doce criadas de Margaret Atwood en I Speak Because I Can. Robertson Davies parece haber inspirado mucho de su tercer disco, A Creature I Don’t Know…. Solo a partir del cuarto album, grabado a la madura edad de 23 años, ha reconocido Marling haber lidiado con «la sinceridad» a la hora de componer las canciones.

Y sin embargo sus ambiciones como narradora no hacen más que crecer. Su mudanza a Los Angeles hacía quizá inevitable una creciente presencia del cine en su trabajo. Short Movie parece haberse creado bajo la influencia creativa y espiritual de Jodorowsky. Y en Semper Femina, su último trabajo hasta la fecha, el minimalismo de voz y guitarra de los primeros discos deja paso a una experiencia extendida en la que Marling también dirige el vídeo que acompaña al single Soothing, y cita a Roy Andersson y a Darren Aronofsky como influencias.

Y aún no ha cumplido los 30.

«So many don’t and so many go un-named»

Por mucho que me guste su música —y me gusta muchísimo— La figura de Laura Marling fustiga el pequeño bolchevique oculto dentro de mí. No es que ella tenga culpa de nada, personalmente, por supuesto, sino más bien que me hace preguntar si es un anticipo de lo que está por venir. Su talento es innegable, pero ¿no ha sido cultivado con el mimo de una orquídea arropada por un palaciego invernadero de cristal? ¿Cuántas jóvenes de talento infinito se marchitan a los 18 atrapadas en trabajos basura que consumen sus energías y les impiden desarrollar su potencial?

Al mismo tiempo que surgía la mayor herramienta de comunicación global en la historia de la humanidad, en países como España la mano no tan invisible del mercado ha hecho todo lo posible para desmontar los logros de la enseñanza pública superior, y así devolvernos a tiempos más oscuros, donde la educación de calidad era un privilegio que solo unos pocos podían pagar. La robotización de la producción hace que muchas voces propongan replantearse el mercado laboral, el concepto mismo de trabajo, incluso, ya que un 70 por ciento de los puestos de trabajo tradicionales podría esfumarse. Pero ¿quién quedará libre para producir el arte y la cultura que hacen que merezca la pena vivir? ¿Tod@s nosotr@s, o solo unos pocos, los mismos de siempre? ¿Debemos resignarnos a un futuro en el que sólo artistas como Laura Marling puedan hacerse valer?

Mientras me hago esa pregunta en silencio, doy otra vez al play en youtube a un vídeo de Laura Marling.


NOTAS:

1 Las fotos que encabezan la entrada las tomé de Wikipedia. La del pelo suelto fue tomada el 12 de junio de 2012 y la autoría es de chunkyglasses.com, un blog de música de Washington D.C., que la ha colgado con licencia Creative Commons. La foto del pelo recogido fue tomada en 2009, en The Queen’s Hall en Edimburgo, por Michael Gallacher, y también tiene licencia Creative Commons. El copyright de los vídeos pertenece por supuesto a sus creadores y editoriales, y sólo presento aquí los enlaces con fines ilustrativos.
La foto del antepasado de Laura Marling también la he tomado de Wikipedia. La Cruz Victoria es, como posiblemente haya explicado a menudo Pérez Reverte, «a big deal» en el Reino Unido. Tienes que haberla liado parda en plan Rambo para que te la den. Hay una exposición permanente en una sala del Imperial War Museum, con una colección de medallas originales con fotos de quienes las ganaron y textos explicativos de qué hicieron para merecerlas. Y entre ellas está la medalla de Sir Percival.
El título de baronet, salvo dispensa especial, solo lo heredan los varones. Como el padre de Laura solo tuvo hijas, en principio el título muere con él. No sé qué sucedería si alguna de ellas tuviera un hijo varón antes de que muriera Sir Charles. Y ahora si me perdonáis, voy a ver uno o dos capítulos de Downton Abbey.

3 ¡Cómo! ¿Naciste antes de 1990 y no recuerdas There She Goes? ¡Inconcebible!

2 comentarios sobre “Lady Laura

  1. Mi pequeña bolchevique interior alza el puño muy triste al leer tu entrada… Es cierto que el talento sin tiempo y dinero (que hoy en día viene a ser lo mismo), tiene muchas posibilidades de desvanecerse por falta de uso… Y es una lástima no sólo por las personas con talento, es una lástima en general. El lugar desde donde miras condiciona las historias que cuentas. Y la nobleza puede contar muy buenas historias, pero no puede contar todas las buenas historias.
    Eso sí, preciosas las canciones, seguiré escuchando a esta chavala…
    Y gracias por el resto de enlaces y referencias!

    Le gusta a 1 persona

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