La falacia del silencio

women_war_london_uniform-675648.jpg!dAquí estamos, en 2018. La flamante ganadora del Oscar Frances McDormand ha propuesto a sus colegas utilizar su influencia para lograr que la industria del cine abrace políticas de diversidad en la producción de películas por medio del «inclusion rider». Esto implicaría que para conseguir los servicios profesionales de las grandes estrellas, los estudios deberían cuidar que los equipos artístico y técnico estén repartidos de forma más paritaria entre hombres y mujeres, y entre personas blancas, negras, asiáticas, latinas… 1

En todas partes surgen iniciativas para promover el acceso de mujeres a puestos de responsabilidad, como la dirección, la dirección de fotografía, los showrunners en la televisión, etc. El contar historias que den voz a personajes femeninos es cada vez más valorado, así como criticar aquellas actitudes y comportamientos que perpetúan el patriarcado en la ficción.

O sea que bien, ¿no?

Er…

En un artículo que explicaba en qué consiste el inclusion rider de McDormand también se señalaba que, aunque el número de papeles femeninos de peso en las películas de Hollywood ha ido creciendo en los últimos años, de hecho en 2017 el número de protagonistas femeninos descendió un 5% entre las 100 películas más taquilleras. Del 29% al 24%. Por subrayar un poco más lo obvio: el 76% de las historias más consumidas por el público mundial el año pasado estaban protagonizadas por hombres. Lo triste no es que sean tantas, sino que el dato pase desapercibido porque nuestra cultura ha normalizado que una cantidad desproporcionada de historias versen exclusivamente sobre el género masculino de la especie humana.

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Mujer no identificada se recoge el pelo en el espejo. La Disney prepara una trilogía sobre ella ambientada en el MCU de Marvel.

Y aun así, hay peña (no gente, peña es lo que se merecen llamarse) harta del ‘tsunami’ de historias sobre mujeres que ha caído sobre nosotros en los últimos años. Es la peña que se queja cuando en una peli de vikingos salen vikingas luchando, o cuando en historias ambientadas en la antigüedad aparecen mujeres piratas, y mujeres guerreras, y mujeres espadachinas, y mujeres pintoras y mujeres científicas y mujeres filósofas, y mujeres aventureras, y mujeres gobernantes y mujeres exploradoras. Y ponen los ojos en blanco porque todo el mundo sabe que es un invento de lo políticamente correcto empeñado en hacernos tragar ruedas de molino; porque todo el mundo sabe que esas cosas nunca pasaron.

A lo que uno puede contestar al menos tres cosas: uno, sí pasaron. Dos, tal vez no pasaron, pero tal vez sí, porque no puedes demostrar lo contrario. Y tres, aunque no pasaran, la ficción es eso, ficción, y existe para satisfacer las necesidades de la sociedad que la produce, no para perpetuar un discurso que ningunea al género femenino con la excusa de la «historicidad».

Así fue

En el siglo XIX unos arqueólogos desentierran en el sudeste de Suecia una tumba vikinga  llena de valiosos trofeos. Lo extravagante de sacrificar no uno sino dos caballos y enterrar  armas en perfecto estado da fe de la importancia social del enterrado, sin duda un gran líder, un gran guerrero, o ambas cosas. Siglo y medio  más tarde, la sorpresa llega cuando una bioarqueóloga analiza los huesos del finado: Se trata de una mujer.

Nerviosos, los arqueólogos rebuscan en la tumba; tiene que haber otros huesos, la mujer sería una acompañante, o una esclava sacrificada para acompañar a su señor, o un pariente, o…

No. No hay nadie más. Y la disposición de los huesos solo tiene sentido si era ella para quien estaba destinado el enterramiento. Y así un mito más en la historia del patriarcado queda destruido, y la existencia de las «vikingas» guerreras es confirmada. No es una fantasía calenturienta del History channel: Lagertha, o alguien similar, realmente empuñó armas y fue a la guerra con sus compañeros rubiales.

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Retrato de Safo escribiendo poesía en un fresco de Pompeya. O, más probablemente, una aristócrata romana haciendo cuentas en una tablilla de cera.

Lo que se conoce como la falacia del silencio consiste en llegar a conclusiones generales a partir del silencio sobre determinado fenómeno o suceso en las fuentes históricas conocidas. Por ejemplo, deducir que en las guerras entre griegos y persas las mujeres no tomaron parte en los combates porque ningún autor clásico hable de ellas. Sabemos de Jerjes, de Leónidas y los 300, de los Inmortales, de Temístocles el ateniense y Pausanias el espartano. Ninguna mujer es mencionada en esos relatos, porque es sabido que las mujeres en la Grecia clásica estaban confinadas en el hogar y no participaban ni en el gobierno de las polis ni en la guerra.

Y entonces, ejem, descubres el caso de Artemisia I de Halicarnaso, reina de Cos, Nisyros y Calimnos, jefa militar brillante y aguerrida que condujo a sus guerreros a la batalla del bando de Jerjes. Eva Green la encarnó en la secuela de la peli 300, y si al verla te pareció una jartada inventada para contentar a las feministas, bueno, pues cuéntale tus cuitas a Heródoto, que escribió sobre ella en sus Historias.

En efecto, lo irónico de todo el asunto es que, a pesar del pacto de silencio que han mantenido las principales civilizaciones humanas en los últimos 3000 años, esa ausencia de testimonios no es tal. Ejemplos de mujeres que tomaron las armas para defender sus comunidades o realizar sus ambiciones existen en todas las culturas del mundo a lo largo de toda la historia. Una por una, han sido explicadas como aberraciones que no debían ser tenidas en cuenta a la hora de explicar la distribución de roles entre ambos sexos. El problema es que, cuando las vas sumando, la cosa empieza a parecer lo de los casos de corrupción del PP: se trata de 15 o 20 casos aislados. O 200. O miles, que no han sido recogidos por la historia escrita.

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Tres generaciones de mujeres cuya historia nadie ha escrito hasta la fecha.

El silencio a menudo lo guardan no las fuentes originales, sino las sucesivas generaciones de historiadores y cronistas que perpetuaron los relatos de coraje y heroísmo masculino al tiempo que ignoraban aquellas historias que no encajaban en su visión miópica de la especie humana.

Así pudo haber sido

Es divertido contrarrestar los gritos de la policía de lo Políticamente Correcto con historias de mujeres de armas tomar a lo largo de la historia. Así y todo, no me resisto a plantear esta objeción: a menudo delatamos la profunda colonización de nuestras mentes por parte del patriarcado cuando nos apasionamos con las figuras femeninas que destacaron en el juego masculino por antonomasia que es la guerra. Como si lo único por lo que mereciera la pena que una mujer pasase a la historia fuera su habilidad en reproducir modelos de excelencia masculinos.

Buscando en internet es más fácil encontrar una lista más o menos exhaustiva de mujeres guerreras antes que una de mujeres científicas o filósofas. Lo que no significa que no las hubiera. En la Wikipedia citan ejemplos de mujeres relacionadas con la ciencia desde al menos 2700 años antes de la Era Común. Sin embargo, la escasez de nombres podría indicar que el silencio impuesto por los escribas masculinos tuvo más éxito en este terreno. Si pensamos que, avanzado el siglo XX, seguía habiendo científicas cuyos logros intelectuales fueron minimizados por sus colegas masculinos, en ocasiones sus propios maridos, cuando estaba en juego un Premio Nobel, es posible imaginar la cantidad de mujeres brillantes que fueron borradas de los libros de historia a lo largo de los siglos. Ni siquiera hizo falta una conspiración: el desinterés basta para que un nombre se caiga de un tratado sobre aritmética, astronomía o herbología.

Y en el caso de las mujeres, ese silencio de las fuentes se interpretaba como la confirmación de un sesgo negativo. Es decir, si no había referencias en los autores clásicos de escritoras o filósofas femeninas, o pintoras o escultoras, eso significaba para los historiadores masculinos que no solo no hubo tales, sino que no las hubo directamente porque el sexo femenino era incapaz de desarrollar actividades artísticas o intelectuales. Los huecos de la historia donde aparecen figuras femeninas que hasta la fecha resultaban invisibles han sido una y otra vez rellenados por la curiosidad de una mujer que se ha dicho: «Me pregunto si hubo alguna mujer implicada en esa historia». Figuras ocultas, la crónica del papel de las matemáticas negras en el programa espacial estadounidense, nació del interés de una escritora por confirmar las historias que había escuchado de su padre en su infancia. Hasta entonces nadie había descubierto esa jugosa historia porque nadie había tenido la osadía de imaginar que algo así podía ser cierto. A veces son personas comprometidas políticamente, incapaces de imaginar a las minorías oprimidas en historias que no las representen como meras víctimas pasivas, quienes perpetúan los estereotipos de género o de etnia.

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Las mujeres de París marchan hacia Versalles para traer al rey de vuelta a la ciudad. Nadie les salió al paso porque era de todos sabido que las mujeres eran demasiado débiles para arrastrar cañones y empuñar armas.

La búsqueda más superficial en la wiki o en un artículo más o menos documentado sobre el tema revela que por muy opresiva que fuera la sociedad en la que vivían, las mujeres podían plausiblemente tener acceso al conocimiento de su tiempo. No todas, claro, ni en toda ocasión, pero era posible. En el Egipto faraónico, en Babilonia, en la Grecia Clásica o en la Edad Media europea, las mujeres contribuyeron a la acumulación de conocimiento sobre la naturaleza, independientemente de que sus hallazgos fueran inmortalizados en los libros de historia. Y en el canon del arte, una vez empiezas a profundizar en la vida y el arte de pintoras y escultoras anteriores a 1945, acabas por concluir que la única explicación para su ausencia de los libros de historia del arte no es su nivel técnico o su creatividad, sino el desinterés de los críticos tradicionales por cualquier cosa producida por mujeres.

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Artemisia Gentileschi: como su tocaya griega, su historia fue durante siglos relegada al cajón de lo anecdótico…

Renunciar a crear obras de ficción donde personajes femeninos se dedican al arte o producen ciencia nos puede conducir a ser no tanto fieles a los datos históricos sobre tal o cual época, sino cómplices de sus prejuicios.

Se non é vero, é ben trovato.

Este mundo que vivimos tan posmoderno, poshistórico y postpost a menudo nos ciega con sus oropeles tecnológicos y nos hace olvidar lo mucho que debe todavía a la sociedad burguesa industrial de finales del XIX, con sus trajes y corbatas, y vehículos a motor y edificios de metal y cristal. Ese despiste quizá nos impida ver que la ficción dominante en este principio de siglo es la fantasía y la ciencia ficción en todas su formas y recreaciones posibles. No ha sido de la noche a la mañana, quizá, sino un proceso que empezó en algún momento de los años 20 o 30, con los bichos de Kafka y las bibliotecas de Borges. Pero ahora está aquí para quedarse, y entre muchas otras cosas significa que podemos escribir sobre lo que sea que seamos capaces de imaginar. Bueno o malo, maravilloso o banal, divertido o cruel, femenino o masculino. No tiene que haber ocurrido. Basta que pensemos que podría haber ocurrido. O que debería haber ocurrido. O que ocurre. O que, a su manera, ocurrirá.

Y bien, aun si no hubiera habido mujeres filósofas en la Atenas de Pericles o inventoras en la Florencia de los Medici, ¿por qué habríamos de negarnos el placer de escribir sobre ellas si así lo deseamos? No escribimos para los griegos del siglo V, ni para los italianos del Quattrocento. Admiro a rabiar al escritor de fantasía Scott Lynch, por el modo en que se encaró con un lector que le reprochaba que una capitana de barco pirata no podía ser una madre de mediana edad, tal como Lynch había creado en una de sus novelas, porque no era creíble que algo así hubiera existido, y no era más que una gratificación de deseos insatisfechos.

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La modelo Marie Spartali posando como Hypatia para Julia Margaret Cameron (1867)

Scott Lynch mandó a la mierda a ese lector puntilloso en una respuesta épica en el foro donde tuvo lugar la discusión. Todo el mundo tiene derecho a un poco de gratificación de deseos insatisfechos, defendía, y las madres de mediana edad más que nadie. Joder.

La primera regla de las narraciones históricas es que escribimos sobre el pasado para iluminar el presente. Basta con salir a la calle y abrir los ojos para percibir que estamos inmersos en una guerra cultural por la diversidad y la igualdad. Da igual que escribamos ciencia ficción, horror, novela negra o sketches de comedia. Lo que elijamos contar reflejará nuestra visión del mundo y de lo que significa ser hoy en día hombre o mujer o transgénero o cualquier categoría que sintamos que encaje con nuestra manera de cargar con nuestra carne. ¿Queremos perpetuar las injusticias de nuestra sociedad, o trabajar en la modesta medida de nuestras posibilidades para resolver los problemas?

A cualquier autor que critique una novela o película o cómic o serial radiofónico ambientados en el pasado sobre mujeres que abandonan su hogar y salen al mundo a vivir aventuras porque «en aquellos tiempos eso nunca habría sucedido», yo le sugiero: lee más y con más atención. Ten más curiosidad. Y únete a la causa. Machote.


NOTAS

1  La iniciativa de McDormand es bienintencionada, y podría hacer mucho bien a corto plazo, pero no deja de ser un caso de revolución de arriba abajo, a la manera del despotismo ilustrado. Un inclusion rider es una expresión del privilegio de las estrellas de Hollywood, que igual que pueden pedir 100 ramos de rosas en su camerino, o un menú vegano cocinado por un chef estrella y transportado por avión desde Nueva York a California, pueden igualmente exigir que la mitad del equipo de rodaje sean mujeres y/o personas de minorías, o la estrella no rodará la película. Lo ideal sería que los grandes estudios aplicaran la diversidad en sus relaciones laborales porque ES LO CORRECTO, no porque así las estrellas trabajarán más satisfechas. Pero como decía, puede ser un buen primer paso.

2 Todas las ilustraciones tomadas de wikimedia y en dominio público, salvo la foto de la joven arreglándose el pelo y la de las tres mujeres en la foto deteriorada, que he sacado del sitio pxhere, que ofrece imágenes con licencia creative commons. La imagen que abre la entrada corresponde a una ficha médica de una paciente «histérica» en el acto de bostezar. Pero yo prefiero imaginar que está rompiendo el silencio al que hombres en puestos de autoridad intentaron relegarla…

3 Rejected Princesses tiene la lista más exhaustiva sobre mujeres en combate que he encontrado en google. El sitio incluye numerosos artículos sobre mujeres en la historia e imagina cómo sería hacer musicales sobre sus vidas…

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