Robo para esta entrada uno de mis títulos favoritos de la literatura universal: James Agee lo encontró en el Eclesiástico del Antiguo Testamento, en el que un capítulo comenzaba algo así: «elogiemos ahora a hombres ilustres, y a los padres que nos engendraron». Con esa cita tituló el libro que escribió sobre l@s campesin@s del medio oeste norteamericano que lo habían perdido todo durante la Gran Depresión, y sin embargo se agarraban al terruño con la resiliencia de bestias heridas, y de alguna manera sacaban adelante a sus familias, día a día.
De eso mismo va la obra Contado por ellas, salvo que la plaga que azota a esas mujeres a las que encarna Bea Insa no es la sequía ni la crisis económica, sino el Fascismo.
Bea Insa nació en Castelló, en la Comunidad de València. La región, donde el gobierno de la República se instaló para estar más resguardado del frente, fue la última en caer durante la guerra civil. Los cronistas han descrito la tragedia que se vivió en el puerto de València. Miles de refugiad@s llegad@s de toda España esperaron unos barcos que pudieran trasladarlos a un lugar seguro, lejos de los fusiles de Franco. Los barcos nunca llegaron.
Nela, la bisabuela de Bea, fue una de las miles de mujeres encarceladas nada más terminar los combates, acusada del horrendo crimen de haber militado en la UGT y simpatizado con el Gobierno legítimo de la República, o como lo llamaban los franquistas, «el gobierno rojo». Alejada de su hogar, aislada y torturada en nombre de la «cruzada», su destino y el de las otras represaliadas fue servir de ejemplo para las demás mujeres, para que aceptaran sin chistar la mazmorra virtual en que se convirtió España durante cuarenta años.
Nadie hablará de ellas
Lo primero que hicieron Franco y sus seguidores fue asesinar o encarcelar a cuantos consideraban enemigos de su régimen, lo que venía a ser casi cualquiera que no se hubiera sumado a la rebelión militar del 18 de julio. Lo segundo fue destruir los derechos que las mujeres habían adquirido en los años previos, y devolverlas a la situación de absoluta sumisión física y legal a los hombres que existía… ¿durante el Antiguo Régimen? ¿En la Edad Media? ¿En la Edad de Piedra? Es difícil saberlo. El Patriarcado se muestra curiosamente innovador cuando se trata de encontrar nuevas formas de oprimir a las mujeres. No se conforma con volver a una situación previa.

Irónicamente, la izquierda también ha cojeado cuando se trataba de reivindicar la lucha por la igualdad entre sexos. Durante años la historiografía de izquierdas sobre la guerra civil y el franquismo se centró abrumadoramente en los combatientes y en los dirigentes políticos y militares del bando derrotado. En el relato aparecía algún personaje femenino excepcional, como Dolores Ibarruri o Federica Montseny, pero eran justo eso: excepciones. Estaban esas fotos de mujeres con fusiles en los primeros días tras el golpe, y las milicianas que han inspirado libros y películas, pero siempre daban la impresión de ser presentadas como flores exóticas. Rarezas, que se han vuelto icónicas, pero en su día fueron combatidas con uñas y dientes por sus propios camaradas. Milicianos ascendieron a coroneles y generales del nuevo ejército republicano. De las milicianas se esperaba que hicieran las camas y barrieran.
Perdida la guerra, las mujeres republicanas se encontraron atrapadas por partida doble, por ser de izquierdas y por ser mujeres. Y el insulto final: todo ese sufrimiento, a ojos incluso de sus compañeros de ideología, resultaba invisible. Hubo que esperar al desarrollo de los movimientos feministas para que se ampliara el foco de las historias sobre la guerra a las víctimas civiles, como los niños evacuados, los exiliados y, por fin, las mujeres.
Contado por ellas sigue esta línea de recuperar la voz de las mujeres comunes, extraordinarias en su normalidad de resistentes sin fusiles ni barricadas, que se echaron el país al hombro y lograron que siguiera habiendo comida en la mesa y ropa con que abrigarse. Para ello, Bea ha buscado el testimonio de una serie de mujeres que eran niñas cuando «estalló» la posguerra, y fueron testigos tanto de las duras condiciones que los vencedores impusieron en la población, como de la respuesta de sus madres a esas condiciones.
Al saltar de un punto a otro de la geografía, de València o Catalunya a Euskadi, y vuelta de nuevo al Mediterráneo, la obra esboza una visión de las distintas experiencias vividas por mujeres de lugares y clases sociales muy diferentes. Mujeres de clase trabajadora o pequeño-burguesa, de izquierdas o de derechas, represaliadas o privilegiadas en el nuevo régimen, pero todas atentas a descubrir los horrores ocultos en la «paz» de Franco.
El silencio de otros
El de la Memoria Histórica es en España el campo de batalla más reñido de cuantos componen la guerra cultural que vivimos desde que Fukuyama declaró la victoria final del Neoliberalismo. El conflicto se centra en la apertura de las fosas comunes donde aún siguen apilados los miles de desaparecidos de la guerra civil y la posguerra. De ahí irradia todo lo demás: los crímenes contra la humanidad cometidos por el Régimen Franquista y sus servidores. El robo a gran escala que trasladó la mayoría de los bienes públicos y privados a unas elites cómplices. La necesidad, por fin, de reparar la amnesia impuesta a los logros políticos, sociales y culturales del paréntesis histórico que fue la República del 14 de abril de 1931.
En el Estado español, los partidos políticos se alinean según su posición respecto a estas cuestiones. Están los que reivindican resolver todos esos puntos y así permitir que por fin España se suba al tren de las sociedades avanzadas. Están los tibios, los que dicen sí a unas cosas y no a otras, porque con los años han sacado algún beneficio a los silencios y las amnesias interesadas. Están, por fin, los que se oponen a tocar nada del pasado, porque el presente ya les parece que está perfecto. Se les suele llamar ultraderecha. O fascistas. O los hijos de los verdugos.
¿Qué son cuarenta años? Dos generaciones que nacen y llegan a la edad adulta. Suficiente tiempo para dejar atadas y bien atadas muchas cosas. Pero no todas. La bisnieta de Nela creció y eligió libremente cómo vivir su vida, dando la espalda al modelo de mujer sumisa y conformista que el fascismo quiso imponer en nuestra sociedad. Tal como habría querido su bisabuela para ella.
El Franquismo fue un gran experimento fallido. Patronal, Ejército e Iglesia en connivencia quisieron forjar una sociedad a su medida, temerosa y obediente hasta la médula. Tuvieron décadas para robar, torturar y adoctrinar a la población, toda la vida biológica del dictador y más allá, mucho más allá en el tiempo, y ni así fueron capaces de imponer su voluntad permanentemente. En estos tiempos de Vox en el congreso encoge el alma recordar que los derechos conquistados por mujeres y hombres no son irreversibles, que hay que luchar cada día para conservarlos.
Lo contrario también es cierto. La opresión, la desvergüenza, la crueldad de quienes ven a sus semejantes como objetos a explotar, no son eternos ni irresistibles. Así lo parecen a menudo, sentados en tronos con los brazos cruzados, como Pinochet y sus gafas oscuras contemplando su estadio lleno de muertos, pero al fin Allende tenía razón. Mucho más temprano que tarde se abren las grandes alamedas por donde pasa la mujer libre para construir una sociedad mejor.
Mientras eso no ocurre, sigamos con lo que nos toca: Elogiemos ahora a mujeres famosas, y a las madres que nos engendraron…
NOTAS:
1 Todas las fotos son obra de quien escribe esto, salvo la foto de las milicianas de Gerda Taro, extraordinaria en su modernidad y belleza. Parece haber consenso en que muchas fotos que se creían de Robert Capa eran en realidad obra de ella. Viendo ésta, me da la impresión de que si Taro no hubiera muerto, la historia del fotoperiodismo habría sido muy diferente…
Muy buena entrada.
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¡Gracias, David!
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