El largo sueño americano

…Pero siguiendo con Raymond Chandler…

La primera lectura de sus novelas fue como una de esas fiebres de veinticuatro horas que nos atacan cuando somos niños. Sucedió un verano que estaba en casa de mi abuela en Galicia. Íbamos al centro del pueblo a buscar tebeos en el kiosco de la plaza, para matar el aburrimiento de esas vacaciones eternas.

Eran los meses previos al colapso de Bruguera, el verdadero Götterdämmerung editorial de los años 80 que arrasó con todas las lecturas de mi infancia, los tebeos de Mortadelo, Zipi y Zape y Superlópez, los Todolibro de tapas rojas para niños, las incontables ediciones con el ubicuo gato negro en el lomo, que se antojaba tan inmortal como el pingüino británico. En esos últimos coletazos de la editorial catalana podías encontrar ejemplares de sus distintas colecciones a precios de saldo en kioscos y librerías.

Aquel verano estaban liquidando la colección de novela negra encuadrada en la edición de bolsillo “Libro amigo”. Dudo que yo supiera quién era Raymond Chandler por entonces, pero sí conocía a Humphrey Bogart de verlo a menudo en la digamos añeja selección de películas que emitía Televisión Española por entonces. El sueño eterno lucía una foto de Bogart adecuadamente sombría en su portada. Es probable que la comprara por eso.

En la corte del Gato Negro… La ubicuidad de Bruguera en mis lecturas infantiles y juveniles me hizo creer que su reinado sería eterno, pero… Ay, las industrias culturales son más frágiles que las del cemento y la energía.

Devoré la novela en una tarde y quedé con ganas de más, así que volví corriendo al kiosco y compré varios títulos más, igualmente tirados de precio. Los que pude encontrar: La ventana siniestra, Playback, La hermana pequeña. Por suerte leyéndolos descubrí que el orden no tiene mucha importancia. Marlowe apenas hace referencia a historias pasadas. Solo en Playback reaparece Linda Loring, un personaje de El largo adiós con la que el detective por fin aceptará sentar la cabeza.

Con la obsesión completista que se me despierta cuando algo me gusta mucho, quise encontrar los títulos de Chandler que me faltaban, pero no lo conseguí aquel verano.

Unos meses más tarde, ya de vuelta en Euskadi, encontré en algún sitio una copia de El largo adiós. La edición ya no era de Bruguera, sino de Planeta, el otro coloso editorial que sobrevivió a la defunción de su eterno rival. Por eso de ahorrarse unas perrillas, la traducción era la misma de Bruguera, a cargo de José Antonio Lara. (1)

El largo adiós no me decepcionó. Aunque menos icónica que El sueño eterno, encontré que me gustaba más que cualquiera de los otros títulos. No estoy solo en esa opinión: Hoy en día se la considera la obra maestra de Chandler, seguida de cerca por Adiós, muñeca y La hermana pequeña.

Había leído ya cinco novelas de la serie protagonizada por Marlowe. Me quedaban dos. ¿Dónde encontrarlas?

Podría haber ido a una librería y encargarlas, pero no tenía mucho dinero para gastar y ni se me ocurrió. Rastreé kioscos por Leioa y Bilbao, pero no logré dar con esos títulos concretos. En aquellos primeros ochenta la red de bibliotecas públicas era raquítica. Bidebarrieta sufrió el desastre de las riadas del 83. La biblioteca municipal de Leioa tenía un catálogo envejecido donde apenas entraban novedades, y la bibliotecaria Mila sufría para conseguir que los niños del monte Ikea que entraban cada tarde a manosear los tebeos hasta la hora de cenar bajaran un poco –un poco, nada más –el volumen de sus gritos.

Leioa en los años 70, mucho antes de que se convirtiera en el sueño húmedo de los constructores. La foto pertenece a Idoia López.

-¿Tienen La dama del lago de Raymond Chandler? ¿O Adiós, muñeca?

-Lo que hay es lo que está en las baldas.

Hmm.

Intenté satisfacer mi ansiedad probando con otros autores del género de misterio. Agatha Christie. Ross Macdonald. Georges Simenon.

Encontré en el cajón de liquidaciones del Corte Inglés una bonita edición en tapa dura de Dashiell Hammett, que reunía El halcón maltés, Cosecha roja y La llave de cristal. Me gustaron mucho las tres novelas, pero seguía echando de menos a Marlowe.

Los géneros de ficción son como los platos de cocina. Si te gustan, te gustan, y al resto de la gente que le den. Ciencia ficción, fantasía, misterio, del oeste, de aventuras, thrillers, romances, comedias románticas, terror, melodrama, musical, superhéroes, guerra, gángsters. Si eres adict@ a uno de estos géneros, te meterías uno en vena cada día. Te vuelves un connoisseur, capaz de saborear los ingredientes, la buena mano, la textura, incluso en productos mediocres y defectuosos.

Mi búsqueda adolescente de metadona para Chandler me convenció de que no me ocurriría eso con el género policíaco/de misterio. Lo siento, Nero Wolfe, Hercule Poirot, Spenser. Me quedaré sin leeros.

Y al final la fiebre Chandler también pasó. Con catorce años descubrí el horror cósmico de H.P. Lovecraft y las fantasías de la Era Pulp, y durante unos años no quise saber de otra cosa.

En una coda agridulce a aquel verano de Marlowe encontré en una feria del libro de ocasión un ejemplar de La dama del lago, en otra de esas colecciones para kioscos de Planeta.

Me lo llevé a casa. Esa noche hojeé las primera páginas y lo dejé en un estante sin leer.

Aun cuando fui cumpliendo años y empecé a leer cosas más sustanciosas que las aventuras de Conan el bárbaro, no retomé nunca la lectura de las novelas de Marlowe. Llegué a pensar que con Chandler sucedía como con el rock estadounidense: todos los amantes de estos sonidos tienen una fase The Doors, en la que machacan los seis álbumes de Morrison y compañía, y flipan con “Light My Fire”, “The End”, “L.A. Woman” y “Riders on the Storm”, y luego, en fin, se te pasa, y escuchas otras cosas, y un día descubres que no has escuchado esos discos en veinte años.

Y así fue con Chandler hasta hace unos meses, cuando vi en la biblioteca de la Alhóndiga una edición Penguin con tres novelas suyas: The Big Sleep, Farewell, My Lovely y The Lady in the Lake. Recordé que tenía dos novelas pendientes por leer, y lo que es más, que nunca había leído ninguna en inglés.

Y llegamos a la gran relectura de Raymond Chandler en el siglo XXI. ¿Qué os puedo contar sobre ella?

Pues con un punto de sorpresa tengo que decir que… no ha estado mal. A Chandler le pasa lo que al John Carter de Rice Burroughs, que fue tan saqueado por sus fans cineastas que, para cuando se adaptó al cine, los espectadores creyeron ver un refrito de todas las películas de su infancia. Y pasaron.

La California siniestra de Chandler, con sus criminales sórdidos, sus mujeres fatales y sus policías corruptos es a estas alturas un paisaje machacado. Lo hemos visto en películas, lo hemos visto en series, lo hemos visto en videojuegos, lo hemos leído en las novelas de Jim Thompson, Elmore Leonard y tantos otros herederos del género negro.

Hay media docena de arquetipos de detective en las historias de crímenes: el genio intelectual, la abuelita fisgona, el policía en crisis que arroja su placa sobre el escritorio de su jefe… y el detective privado. Y todos los detectives privados derivan de Marlowe, o de una mezcla entre Marlowe y Sam Spade con la cara de Humphrey Bogart. Pero sobre todo es Marlowe, porque mientras Spade solo tiene una novela con la que dejar su impronta en los lectores, Marlowe tiene siete.

Encuentras al personaje de Chandler en los lugares más insospechados: en las aventuras de un cazador de replicantes del futuro (¿? Blade Runner transcurre ya en nuestro pasado. ¿Cómo se nos queda el cuerpo, muchach@s?); en las pesquisas del Nota para vengar a su alfombra cruelmente mutilada en El gran Lebowski.

Thomas Pynchon llevó hasta sus últimas consecuencias la deconstrucción de Robert Altman en su El largo adiós, donde hacía pasearse a un despistado Philip Marlowe por la California de los primeros 70. El ‘Doc’ Sportello de Puro vicio es un detective fumeta y hippioso que se enreda con sectas, clínicas ilegales, traficantes de drogas y policías heterodoxos igual que el personaje de Chandler, y como Marlowe, de alguna manera, en ese ambiente ponzoñoso al que llama hogar, ha conservado su inocencia.

Es muy, muy difícil leer las historias originales con ojos frescos. La corrupción que Chandler sugería entre líneas, Ellroy la ha hecho explícita una y otra vez en sus novelas, con una crudeza que no habría sido tolerada en los años 40 y 50. Por otro lado, hay elementos en sus historias que entonces parecían “normales” y hoy en día no pasamos.

Chandler no escapa de la misoginia cultivada por el género negro, con toda esa perfidia femenina flotando en el ambiente como perfume francés caro. En al menos cuatro de las ocho novelas (no he terminado de releerlas todas) el principal asesino de la historia es una mujer, una proporción ridícula si la comparamos con la violencia en el mundo real. En la Dama del lago el autor no se resiste a la sexualización de la muerte violenta, con el cliché del bello cadáver que Marlowe descubre en un apartamento, una mujer estrangulada y desnuda salvo por unas medias. (2)

El de Marlowe es un universo de hombres, una charca de agua estancada  en la que de vez en cuando una piedra arrojada por una mujer rompe la superficie en calma. La relación más íntima de Marlowe en toda la serie, al menos hasta su emparejamiento final, es con su complicado amigo Terry Lennox en El largo adiós.

Por supuesto, la homosexualidad no es vista con buenos ojos. No hay un personaje tan abiertamente homofóbico como Joel Cairo en El halcón maltés, pero sí guiños a hombres emperifollados, perfumados y decadentes.

Y a pesar de todo, si conseguimos desconectar de todo el ruido generado a lo largo de 80 años por sus imitadores, es posible redescubrir la originalidad de la escritura de Chandler, la cualidad que aseguró un sitio en la historia de la literatura estadounidense a este antiguo ejecutivo petrolero, alcohólico, retraído y picajoso.

Sí, están sus símiles ingeniosos y su diálogo chispeante, pero lo que más me ha hecho disfrutar son los elementos de caracterización, a veces algo incongruentes, que te sumergen de inmediato en la realidad de la escena. Como su detective, Chandler tenía un buen ojo para el detalle clave que revelaba la humanidad de un personaje. Voy a intentar dar un par de ejemplos de lo que hablo:

En Farewell, My Lovely, la investigación lleva a Marlowe a un club exclusivo, frecuentado por gente guapa del Hollywood de los cuarenta. El detective se fija en un tipo borracho bien vestido que está echando una bronca a uno de los camareros.

Ese camarero se acerca a atender a Marlowe, y apenas abre la boca nuestro héroe, el tipo se pone borde e insolente con él. Marlowe no se corta y le devuelve la misma actitud. Es una imagen que hemos visto en infinidad de historias de género negro: el camarero listillo y el detective que no se arruga. Sin embargo, de repente el guion cambia. El camarero se va a otra parte de la barra, y luego vuelve a donde está Marlowe. Y se disculpa por su actitud. Le explica que el borracho, un director de cine famoso que es habitual del club, le ha echado un chorreo brutal por una tontería, y por eso luego el camarero la ha tomado con Marlowe.

El camarero no volverá a aparecer en la novela. Su única función en la trama es dar una información mínima para que Marlowe siga moviéndose por el club en busca de pistas. Aun así, Chandler lo ha dibujado lo bastante como para que nos imaginemos cómo son sus noches en ese club pijo, teniendo que aguantar la mierda de los ricos y poderosos, y tomándola con el tipo con el traje más barato de la barra. Y encima tiene cargo de conciencia.

Adiós, Joe, o Charlie, o Frank el camarero. Espero que el resto de tu turno vaya mejor.

En La ventana siniestra Marlowe visita un bloque de pisos donde se va a encontrar con un detective que quiere comparar notas, un tipo de poca monta al que el oficio le queda grande –probablemente el modelo de Jon Polito en El gran Lebowski. Al llegar al apartamento del hombre lo encuentra muerto –otro cliché del género negro al que Chandler no tenía reparos en recurrir una y otra vez. Solo en esta novela lo hace al menos dos veces.

Del piso de enfrente sale ruido de música y una bronca entre amantes. Marlowe llama a la puerta para ver si saben algo de lo que le ha sucedido al pobre detective muerto. Se encuentra una pareja de clase obrera, con trabajos de mierda los dos, que pasan su día libre emborrachándose, peleándose y volviéndose a reconciliar.

El hombre desconfía de inmediato de Marlowe, y cuando la mujer menciona algo que podría comprometerles , el hombre le pega. Luego va a buscar su pistola bajo la almohada, para amedrentar a Marlowe, y entonces descubre sorprendido que, sí, hay una pistola donde la dejó, pero no es SU pistola.

La cosa degenera en que llegue la policía y arresten al hombre como sospechoso del asesinato del detective de enfrente, a pesar de que el hombre insiste en que él y su novia estaban pedos perdidos cuando sucedió el asesinato, y el asesino aprovechó que salieron a comprar más bebida para dejar el arma del crimen en su casa y llevarse la suya. De repente el machito necesita desesperadamente que ella corrobore su versión.

Marlowe mira a la chica, una mujer joven, no especialmente atractiva, y ya algo machacada por la mala vida. La mujer está tumbada sobre la cama, mirando al techo con expresión vacía, e ignora las súplicas del acusado y las preguntas de la policía. No está triste ni enfadada; simplemente no está.

Quizá se está replanteando esa relación abusiva que viene sufriendo desde hace un par de años; quizá piensa en lo que esperaba de la vida cuando era niña.

Vete a saber. Es un momento de introspección que de nuevo nos introduce en la vida de un personaje que no tiene ninguna importancia para la trama, pero que respira y siente igual que Marlowe o cualquier otro personaje principal.

El último ejemplo: en La dama del lago Marlowe encuentra otro cadáver en una vivienda (en esta novela encuentra, en distintas circunstancias, hasta tres cadáveres). Cuando por fin notifica a la policía lo sucedido, los primeros en llegar son dos policías de uniforme de una patrulla. Uno de los policías es un jovencito que en seguida se hace el gallito frente a Marlowe. Hasta ahí todo normal. Lo que llamó mi atención fue que el agente entra llevando un clavel detrás de la oreja.

¿Por qué el detalle? ¿Era un policía amante del flamenquito? ¿Se habían cruzado horas antes con una gitana echadora de cartas sin licencia, y ella le había regalado la flor a cambio de que no le pusieran multa? Chandler no lo explica. En un momento dado el agente cae en la cuenta de que está en la escena de un crimen, se quita de golpe la flor y la tira a un rincón. Marlowe le avisa de que mejor la recoge, no sea que lleguen los de homicidios y abran toda una línea de investigación en torno al dichoso clavel.

A veces la nostalgia me arrasa emocionalmente. Por eso vigilo las cosas que revisito. Como lo de Chandler me ha salido bien, tal vez pruebe con algún otro favorito de mi adolescencia, cuando dormíamos acunados por las melodías del largo siglo americano, ése que terminó en algún momento entre los ataques del 11S y la toma de posesión de Trump como presidente.

Mucha de aquella producción cultural –libros, películas, artistas –temo que no sobrevivirá al fin del poder blando de Estados Unidos, del amor infinito que sentíamos por Hollywood, el Tin Pan Alley, las cuatricromías y las sucesivas generaciones de balleneros en pos de la Gran Novela Americana.

¿Cuál será el criterio que separe la paja del grano? Es pronto para saberlo, pero intuyo que toda esa producción optimista y luminosa basada en el Triunfo, en el sentido romano de la palabra, envejecerá mucho peor que las obras con raíces en el dolor y la marginación, en el hambre y  en la distancia infinita entre el sueño, americano o no, y la vigilia.

Chandler, al menos de momento, está a salvo.

NOTAS

1 La identidad de José Antonio Lara, traductor de El sueño eterno y El largo adiós, es un misterio propio de una novela de Chandler. Leo en un artículo que al menos dos tesis doctorales sobre traducciones lo califican de traductor fantasma. El copyright de la traducción que aparece en mi ejemplar de El sueño eterno de Bruguera corresponde a Barral Editores, es decir, otra editorial diferente que publicó la novela en 1972. Tengo entendido que esta traducción de Lara ha sido reutilizada por al menos seis editoriales diferentes, y los comentarios que encuentro en Google se refieren a ella como un trabajo de traducción excelente.

Ahora bien, ¿quién era José Antonio Lara? Pues los indicios apuntan a que se trata del seudónimo de alguien que por la razón que sea (¿política? ¿social? ¿personal? ¿fiscal?) no quiso o no pudo firmar esas traducciones con su propio nombre. Si alguien que lee esto sabe más sobre el tema, nos encantaría resolver este misterio…

2 En justicia, debo decir que en la misma novela Marlowe encuentra a un hombre guapote, desnudo y muerto en la ducha.

3 Todas las fotos las he hecho yo en mi casa, salvo la foto antigua de Leioa, que he encontrado en este blog, que va incluyendo fotos del pasado de Leioa. La foto que he incluido pertenece a Idoia López, y me disculpo por haber pintarrajeado sobre ella para añadir un detalle autobiográfico.

Los derechos de las ilustraciones e imágenes corresponden a sus autores y editores, y las incluyo aquí a título meramente ilustrativo. La ilustración de la portada de Prodigios y recompensas de Kipling es de Raúl Capitani, un artista argentino que se instaló en Mataró después de huir en 1978 de la dictadura argentina. Capitani ilustró las ediciones de Todolibro de Bruguera, al menos de los títulos que poseo. Confieso que le tenía mucha tirria de niño, porque no hacía un dibujo «bonito» como el de los cómics que yo leía. Ahora lo veo con otros ojos.

La colección Todolibro, he descubierto al abrir estos libros después de tantos años, estaba dirigida por Lolo Rico, famosa por su Bola de Cristal, y su selección de títulos para preadolescentes fue, para mi gusto, muy atinada.

4 comentarios sobre “El largo sueño americano

  1. Mmm… yo descubrí primero a Hammet, y luego a Chandler… Devoré los tres clásicos del primero (y el que menos me gustó curiosamente fue el de Spade; preferí bastante más Cosecha y La llave) y luego ya empecé con Chandler.
    Creo que también lo hice con los de Bruguera Libro Amigo, pero no cuando salieron. Fue algunos años después. Una librería de Vitoria llevaba años cerrada con el escaparate y las estanterías giratorias esas llenas de libros (la mayoría de Bruguera). Siempre me paraba a mirarlos pensando cómo podría hacerme con ellos. Pues bien…e hijo de los dueños decidió volver a abrir la librería unos años después y saldaba los libros de Bruguera y otros al precio que tenían entonces (que ahora era una ganga). Me llevé un montón… Pero alguno de Chandler que me faltaba o me interesó lo pillé en otra colección que tenía ¿eran ilustraciones de Hopper?… no las veo en tu foto; me has hecho levantarme a ver…Era de Debate).
    Hace mucho que no he vuelto a leer esos libros. También me dio por ellos. Mencionabas lo del joven oficial con la flor en La dama del lago y he recordado ese final con lo rápido que disparaba y desenfundaba el viejo oficial que había estado practicando en esas tardes aburridas en las que no había mucho que hacer (sabor casi a western en el género negro; igual no era ahí y estoy confundiendo novelas; no sé).
    A mí tampoco me gustaban las ilustraciones de Todolibro de Bruguera.Tampoco seguí la colección. La que sí me gustaba mucho era de la de Tus Libros Anaya y esa sí que me parecía que tenía títulos increíbles (bueno, todos los autores clásicos). Me encantaba eso de «traducción integra del original del tal fecha», los apéndices explicativos con la biografía del autor, situándolo en la época, y hasta mención o apunte biográfico del ilustrador de turno (que muchas veces era el original de la primera edición). No tengo muchos de esos para los ciento y pico ejemplares que eran, pero valoro en mucho los pocos que conservo.
    A mí la biblioteca pública me pillaba muy cerca y el paseo hasta ella era una gozada, atravesando el parque de la florida.
    Sigo…

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    1. Sí, esa escena es el final de La dama del lago, un duelo estilo oeste. Los manuales de guion actuales lo criticarían porque en el clímax Marlowe es un sujeto pasivo, que se limita a contar la verdad del caso y luego los tiros los intercambian el culpable y el agente de la ley. Imagino que Chandler pensó que Marlowe matando a un policía sería demasiado para el personaje. En general Marlowe evita todo lo posible tirar de pistola, otra gran diferencia con sus sucesores del género negro.

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  2. No sigo el género negro hoy en día. Supongo que es más violento.. .no sé si seguirá siendo igual de misógino…peeero… No sé. Es verdad que Chandler al igual que otros escritores o cineastas, dieron una visión más… no sé si escribir censurada, autocensurada, sutil o idealizada de la sociedad en la que vivían. Es un poco eso de ver Qué verde era mi valle (y ojo! a mí me encanta esa película) y pensar que sí, que esa era la vida minera…y luego leer Hijos y amantes, que encima la toca tangencialmente y darte cuenta de que «esa era la vida minera»: Y alguien dirá que ambas visiones son válidas, y bla bla… No se trata de meterse con los autores-creadores del pasado. De hecho, en muchas ocasiones pienso que sigue por delante en algunos aspectos…pero sí que es verdad que la sociedad en la que vivimos se ha hecho más ¿cínica, realista, incrédula? y no acepta cosas que antes sí se pasaban por alto. Pero bueno, que este tema es complicado para discutirlo por aquí…así que igual por otro sitio mejor ;-)
    Saludos.

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    1. Bueno, son dos cosas diferentes. Una es lo que decides contar y dejas fuera, y puedes crear una versión idealizada de los hechos en la que sin embargo retratas la esencia de la situación. Otra cosa es lo que la censura y la autocensura te permitirían publicar o poner en pantalla. Chandler podía «sugerir» que había policías corruptos en Los Angeles. En las adaptaciones de Hollywood esto se cambiaba a que había UN policía corrupto, que era muy malo malísimo y estaba loco, y encima era porque una mala mujer le había vuelto así, pero sus compañeros del cuerpo, que eran íntegros y apuestos, se encargaban de detenerlo y llevarlo ante la justicia. No podían contar otra cosa.
      Ellroy contaba lo que todo el mundo sabía entonces: que todo el departamento de policía estaba corrupto, que eran violentos, racistas, machistas, etc, que no era una manzana podrida, sino que todo el cesto, el árbol incluso, estaba infestado de gusanos.

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