Agnès Varda es una de las cineastas más extraordinarias que existen. Empezó a rodar largometrajes antes que todos los otros muchachos de la Nouvelle Vague, y ha seguido haciéndolo después de que todos ellos lo hayan dejado, bien por causas naturales (principalmente, muerte), bien por agotamiento creativo.
Agnès Varda cumplirá este año 90. Me da miedo incluso escribir esta entrada, no sea que ‘la gafe’ y se nos muera de repente, pero bueno, vamos a cruzar los dedos. Insistir en su edad es importante porque tiene mucho que ver con lo extraordinario de su figura. Hay otras personalidades legendarias del mundo del cine que han vivido hasta edades similares, sobre todo actores y actrices, y algún director también. Lo inusual es que a estas alturas sigan produciendo trabajos tan frescos y relevantes como los que Varda hace.
En una creadora tan veterana se podría perdonar que se limitase a revisitar caminos ya recorridos, quizá exhibiendo la maestría y el buen hacer que dan tantos años de experiencia. Incluso un artista tan longevo como Rohmer, en sus últimas películas, no se alejaba demasiado de los elementos formales que hacían reconocible «un film dirigido por Eric Rohmer«. Woody Allen se resignó hace ya muchos años a seguir haciendo cada año «una película de Woody Allen», apenas diferenciable de la que rodó hace cinco, o diez años. Si te gustan esas películas, es posible que te guste también la nueva.
No es el caso de Varda: Como ningún otro director de su generación parece haber asimilado los tiempos que transitaba y sido capaz de reflejarlos en su trabajo. Así, si un@ repasa su filmografía puede quedarse con la sensación de que La Pointe Courte es una película muy de los cincuenta, con su mezcla indisimulada de documental etnográfico y flaca trama de ficción, elegante en su look de 35mm blanco y negro, cuando la pasión por la «realidad» en la pantalla inspirado por el Neorrealismo italiano aún estaba fresco.
Saltando unos años, Cleo de 5 à 7 es una película muy de los sesenta, con sus superficies pop y su discurso abiertamente feminista. Sans toit ni loi es una ventana a los duros 80; Jacquot de Nantes un viaje a la nostalgia cultural y personal de la infancia del marido de Varda; por fin, Los espigadores y la espigadora abren un ciclo aún más autobiográfico y meditativo de la obra de Varda, con ella asumiendo el protagonismo desde el mismo título, viajando por rincones urbanos y rurales de Francia y conectando alegremente ética, estética y economía en lo que acaba siendo a la vez un autorretrato de la artista envejeciente y un retrato del mundo en el que vivimos. Pas mal, eh?
Faces
El último documental de Agnès Varda es tan sorprendente y familiar como todo lo que ha hecho hasta ahora. Como decíamos, la directora ha ido acomodando su estética a los tiempos que vive, pero en todo momento ha conservado una mirada al mismo tiempo crítica y cariñosa hacia el mundo por el que viaja.
El proyecto nace, felizmente, de una nueva amistad, la de la propia Varda y J.R. un fotógrafo y artista callejero unos cincuenta años más joven que ella.
J.R. combina las fotografías de formato gigante que saca con el activismo social, al recontextualizar las imágenes que toma en los espacios públicos que elige para pegarlas. Su vocación cosmopolita y su celosa defensa de su anonimato le emparenta con Banksy, pero es claramente más simpático y accesible: Bromea con la edad de Varda, discute con ella cual dúo de Pimpinela, y flirtea con quitarse las gafas y desvelar por fin su rostro.
Por primera vez en una carrera de más de sesenta años, Agnès Varda accede a compartir la dirección con su joven colaborador. Probablemente hay un elemento pragmático en la decisión, la necesidad de sangre joven que garantice que el proyecto llegue a su fin. Al mismo tiempo, es otra prueba del espíritu generoso de la directora, de su insaciable curiosidad por la creatividad de otras personas, que le permite tener a raya su propio ego y dejar que el joven fotógrafo brille por sí mismo.
Pero no nos engañemos: a este viaje venimos por ella.
Varda y J.R. parecen hacer suyo aquel viejo título bíblico de James Agee, elogiemos ahora a los hombres (¡y las mujeres!) famos@s. Montan en la Fotoneta y recorren Francia en busca de lugares y rostros que rescatar del olvido o el anonimato. Mineros explotados, trabajadores, camareras, carteros, vecin@s que participan en un gran picnic en medio de las ruinas de unas casas que nunca llegaron a construirse… Visages Villages tiende lazos entre pasado y presente, entre dolor e injusticias y belleza estética. Entre personas que ya no están y personas que aún estan, como esa mujer solitaria en la hilera de casas de mineros abandonadas que se niega a dejar su hogar y mudarse.
Las fotos convertidas en afiches gigantes pegados en muros y fachadas tienen un elemento de juego y un elemento de arte urgente. El tamaño descomunal de los retratos las emparenta con el arte monumental del pasado, pero sus materiales humildes, papel y cola que el viento y la lluvia arrancarán y harán desaparecer en breve les devuelven el elemento orgánico y efímero de la propia vida humana. No estamos hechos para durar, pero mientras duramos, ¡oh qué belleza!
Varda disfruta capturando en su cámara tanto el trabajo de J.R y sus colaboradores, pegando carteles subidos a andamios de altura vertiginosa, como de las gentes curiosas —niñ@s, jóvenes, viej@s— que se arremolinan frente a las fotos y las celebran en un frenesí de selfies, como un público instantáneo de su película. Su mirada de niña consigue sorprendernos una y otra vez, con preguntas ingenuas -«¿por qué no tienen cuernos estas cabras?»- que conducen a respuestas incisivas. El suyo es un documental militante, que una vez más denuncia el despilfarro y la deshumanización de la vida moderna, la cosificación de la naturaleza y el sexismo casual del trabajo industrial.
Visages Villages es todo esto y mucho más, un regalo inagotable que desvela más y más capas a medida que lo abres. Es, inevitablemente, un autorretrato de la propia Agnès Varda, frágil y entrañable caminando por una playa azotada por la ventisca, con sus ropas coloridas y sus fulares agitándose en todas direcciones, reencontrando un rincón de su memoria personal y celebrándolo por unas horas, lo que tarda la marea en subir y desintegrar la foto de su amigo desaparecido, pegada con tanto esfuerzo por J.R. y su equipo en un viejo búnker alemán de cuando la guerra mundial.
Esperando a Godard
La propia directora se sitúa en el contexto del cine francés, con una visita sorpresa a su único compañero de generación sobreviviente, el siempre elusivo Jean-Luc Godard, que ha dedicado sus últimos años en activo a sus ensayos visuales, que un@ imagina en las antípodas estéticas de Varda. Para ella, Godard no es el pope sobreviviente de la contracultura de los sesenta, sino el brillante muchacho que accedió a quitarse sus icónicas gafas y hacer de actor para un corto homenaje al cine mudo, un viejo amigo al que hacía mucho que no veía.
Por desgracia, Godard es otro de esos escorpiones de los que escribíamos hace unos días aquí. Quizá era inevitable que acabara por hacer llorar a Agnès Varda. Por suerte, ella tiene a su lado a J.R. para consolarla, y así, en un último giro, la película revela otra de sus caras: la de una historia de amor, antigua como el cine, la literatura o la vida misma.
Éste es el mensaje que elijo llevarme de sus películas. No estás sola, Agnès. Ningun@ lo está realmente. Nos tenemos l@s un@s a los otros. Y eso ya es mucho.
NOTAS:
Hace unos meses Agnès Varda recibió un Oscar honorífico. Ahora Visages Villages es candidata al Oscar al mejor documental. Sería una maravilla que lo ganara también, porque así sería conocida por más gente, pero es poco probable.
Últimamente le dan muchos premios. Ella los acepta agradecida, pero siempre añade que, más que trofeos, estaría bien que le dieran dinero para hacer películas. Visages Villages fue financiada en parte por crowdfunding.
Las imágenes de la carátula del dvd de Visages Villages las he tomado en el salón de mi casa. Los derechos pertenecen a los creadores de las respectivas películas y libros.
Las demás fotos las he sacado de Wikipedia, y constan con licencias creative commons. Éstos son los créditos:
La foto de Agnès Varda en el Festival de Cine de Guadalajara (México) en marzo de 2010 es obra de Óscar Delgado.
La foto de la placa que identifica la traverse Agnès Varda en Sète, donde rodó La Pointe Courte, es obra de Fagairolles 34, nombre de un usuario de Wikipedia.
La foto del graffiti de Godard en Montreal, Canadá, es de alguien que se hace llamar James Stencilowsky, y que supongo que es también el graffitero que hizo la plantilla.